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El legado de julio senis

El jardín valenciano de Lyon

El valenciano Julio Senis cruzó a Francia huyendo de la Guerra Civil y, por amor filial, construyó un jardín que ha sido declarado patrimonio francés

| 07/08/2018 | 9 min, 34 seg

VALÈNCIA.-Escondido entre los muros de los edificios de un céntrico barrio de la ciudad francesa de Lyon, sin que muchos de sus vecinos sepan siquiera de su existencia, hay un hermoso y exuberante jardín. Las paredes y columnas que le dan forma están repletas de conchas y piedras. Las hay por todas partes. Nadie duda de que todo está colocado a conciencia, con mucho mimo y gusto. El estilo inconfundible del arquitecto catalán Antoni Gaudí y de la Alhambra de Granada aparecen en su concepción. Por si fuera poco, la vegetación mediterránea de este oasis urbano da más pistas sobre quién pudo darle vida. Se trata de un valenciano que escapó del dictador Francisco Franco a finales de los años cuarenta del siglo pasado. Se llamaba Julio Senis Mir y nació en 1903 en Burjassot. Este republicano se refugió en el país vecino, temiendo por su vida y la de su familia. Pero al poco de llegar a Lyon cayó enfermo. Cuando se recuperó, Senis decidió consagrar sus días a la construcción de un jardín, no a uno cualquiera, a uno fantástico. Y dedicárselo a su madre, a la que adoraba: Rosa Mir.

Julio era albañil; lo fue en la València de la posguerra y una vez en Lyon continuó ejerciendo su profesión. Comenzó la construcción del jardín en 1957 y puso las últimas rocas y pequeñas caracolas veinte años después. Nunca dejó de ocuparse de Rosa Mir, nombre que dio a su bella creación. Y cuando murió, en 1983, fue su mujer quien tomó el relevo. Ella no olvidó regar las flores que había plantado años atrás su marido con tanto cariño. 

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Las autoridades francesas inscribieron en 2003 este rincón mágico como Patrimonio del Siglo XX para protegerlo. Hoy, el jardín es propiedad del Ayuntamiento de Lyon, una de las grandes ciudades de Francia, tan enigmática y misteriosa como la obra de nuestro improvisado jardinero. En Lyon, vivió con su mujer Carmen y sus dos hijos. El mayor también se llama Julio y el pequeño, César. Hoy, solo el primogénito puede contar su historia. Y es gracias a sus recuerdos que es posible narrar la vida de su padre.

Julio Senis se marchó de València, como muchos otros cientos de miles de españoles que cruzaron la frontera, cuando Franco se hizo de forma violenta con el poder en 1939. Era ‘la Retirada’. Hasta 500.000 personas huyeron de España con destino a Francia. Julio dejó atrás su tierra de manera clandestina a finales de los años cuarenta. En el centro del país galo le esperaba su hermano mayor, Ricardo, que después de haber sobrevivido a su paso por un campo de concentración en el sur del país, era libre y tenía un trabajo en la construcción. Hasta allí le acompañó Julio. Era el inicio de la vida francesa de este obrero de Burjassot.

Una mano desconocida

Varios años más tarde, su mujer y sus hijos siguieron sus pasos. Era peligroso. Muchas personas perdían la vida en el intento. Carmen tuvo que confiar a sus hijos, Julio y César, de dos y diez años respectivamente, a una desconocida que los pasó a la otra parte de la frontera. Era lo más seguro. Carmen, sola, lo consiguió días más tarde. Al otro lado estaba Julio. Por fin, la familia pudo reunirse y estar a salvo del régimen fascista. 

En los años cincuenta, los Senis se trasladaron a Lyon buscando mejores condiciones de vida. Él pensaba ir al sur de Francia, pero alguien le dijo que en esa ciudad había trabajo de lo suyo. Todo pasó como era de esperar y Julio siguió trabajando como obrero, mientras Carmen cosía y preparaba los desayunos en un albergue cercano al río Ródano, que atraviesa la urbe. Nada más mudarse, vivieron en una minúscula y no muy saludable morada pero más tarde se trasladaron al centro histórico de Lyon. Allí vivieron los cuatro en una portería. Lo que más molestaba a los Senis era la falta de luz. Así que Julio comenzó a buscar una casa más soleada.

Fue entonces cuando empezó a sentir un fuerte dolor en la garganta. Después de acudir a varios especialistas, los médicos le diagnosticaron cáncer. Fue ingresado en el hospital, donde los pacientes que le acompañaron, una docena aproximadamente, murieron uno tras otro. Julio consiguió recuperarse y un día, harto del hospital, se dio de alta a sí mismo.

Al salir y sentirse mejor, tuvo una fabulosa idea: iniciar la creación de un jardín. Al fondo del mismo, en lo alto de un muro, hay una placa cuyas letras están hechas de pequeñas piedras, con una mezcla de colores claros y oscuros. En ellas se puede leer: Jardín Rosa Mir Mercader. Y rodeando el nombre de su madre están incrustadas grandes conchas blancas.

En los años cincuenta, Julio compró el terreno donde más tarde creó su obra maestra, para almacenar sus materiales de construcción y su camioneta. Se trasladó con su familia a pocos pasos de su pasatiempo. A cambio de sus servicios en las reformas de una vivienda, a Julio le pagaron con la propiedad de ese espacio, casi oculto. El jardín da la espalda al edificio donde residieron los Senis. Las miles de conchas y el resto de moluscos que lo conforman se las daban comerciantes de la ciudad. Las piedras eran de los alrededores: las amarillas, de las colinas a las afueras de Lyon; las blancas, de la región vecina de Saboya. En sus 400 metros cuadrados huele a romero y lavanda.

Tras superar un cáncer de garganta decidió construir un jardín en recuerdo de su madre, a la que dejó en València tras huir de la Guerra civil

No proyectó un diseño sobre un plano. No era jardinero ni artista. Todo estaba en su cabeza. Pequeños pasillos rodeados de flores invitan a recorrerlo. Las columnas están unidas unas a otras en su parte superior, por lo que parecen vigas de piedra repletas de plantas. Predomina el color verde y el blanco.

Julio también fue un republicano. En València formaba parte de un grupo antifascista que luchaba contra el dictador. A su hermano pequeño, Enrique, lo fusilaron al terminar la Guerra Civil. Fue en una plaza de València, frente a la mirada de unos niños que obligaron a salir del colegio para ser testigos de tal horror. Y a otro de sus hermanos, José, que también luchaba en el bando republicano, lo mataron en la guerra. En los primeros años de Franco en el poder, Julio continuó la lucha, ya más pasiva. Bajo el pretexto de ir a cazar, daba provisiones, comida y armas a compañeros escondidos en las montañas cercanas. A veces le acompañaba su hijo. Pero el albañil se preocupaba cada vez más por su vida y la de los suyos. Cuando capturaron a un integrante de su banda, hubo que escapar.

Ya en Francia, Julio no perdió su acento valenciano, ni se olvidó de hablarlo, y siguió cocinando en el jardín de Rosa Mir la paella para su familia y sus amigos. Tal vez algunas de las caracolas pegadas a las columnas de cuatro metros pasaron antes por el paellero.

Un jardín que tiene una denominación alternativa. Algunos lo llamaban el de ‘las tres mujeres’: la primera de ellas, Rosa; la segunda, la Virgen María, una figura de unos 50 centímetros representándola se encuentra en el interior del monumento. Senis no era religioso, pero su madre sí lo era, por ese motivo decidió integrarla en su obra. La tercera desvela un lado místico del obrero-artista, Amara, una reina mítica de Granada a la que —según Julio— los gitanos rezaban para curarse de las enfermedades, como la que superó él mismo.

Proteger el jardín

Cuando el republicano falleció, sus amigos y vecinos crearon una asociación para proteger el jardín y se movilizaron para que la ciudad de Lyon lo comprase y lo mantuviese. Más tarde que temprano, consiguieron su objetivo. El Ayuntamiento de la ciudad adquirió la propiedad a finales de los ochenta. Casi en el abandono, Rosa Mir cerró sus puertas en 2011 y durante cinco años se llevaron a cabo trabajos para recuperarlo. 

 Durante ese tiempo, los encargados de darle una nueva vida a Rosa Mir lo han renovado con más de cinco mil plantas del Mediterráneo, incluyendo un gran número de cactus. Como no había planos o dibujos, pidieron a la familia y amigos fotografías del inicio de este oasis, para respetar en todo lo posible su diseño original.

 Es un jardín atípico y único, en un patio interior del antiguo barrio lionés de la Croix-Rousse. Barrio conocido en toda la ciudad por ser el lugar donde en el siglo XIX vivían miles de trabajadores de la seda, que cuando construyeron sus casas, crearon accesos entre los edificios y patios interiores, laberintos urbanos, que los lioneses llaman traboule. Para llegar a ese rincón, el de Julio, que aún hoy nos transporta al Mediterráneo, hay que dejar atrás una entrada misteriosa, sombría y alargada.

A sus puertas, centenares de personas esperan visitarlo todos los sábados, entre abril y octubre, a mediodía, y hasta la tarde. Se debe entrar en pequeños grupos, y si tienen suerte, un guía les cuenta quién creó el jardín y quién era Rosa Mir.

Julio todavía tuvo tiempo de volver a España, una distinta, sin el dictador del que había huido. Con Rosa Mir siempre en su mente. De vuelta de su viaje a València, se trajo más plantas para completar su jardín. Un paraje que, siendo muy difícil poder retornar a su hogar mientras vivía el dictador, seguro le transportaba a su tierra y a su madre. Ella falleció cuando el albañil era un adolescente, aunque reencarnada en jardín le acompañó siempre. 

Rosa Mir fue una valenciana del siglo XX, y también es uno de los lugares más desconocidos y fascinantes de nuestro presente, para los habitantes de Lyon, y aún más para los valencianos. Gracias a la imaginación de Julio Senis y a su perseverancia, y a la de sus amigos y familia, hoy se puede disfrutar de este jardín. Una invitación a un viaje fantástico.  

* Este artículo se publicó originalmente en el número 46 de la revista Plaza

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