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análisis | la cantina

I love Ricky

31/12/2021 - 

VALÈNCIA. El año se ha acabado torciendo un poco. En este mundo pandémico te cambia la vida en cuestión de minutos. Hoy iba a comer -tengo una edad en la que la ‘tardevieja’ ha desbancado ya a la nochevieja- con dos parejas y una de ellas me llamó por la mañana para decirme que la otra se iba a borrar porque le daba palo el desmadre de contagios de los últimos días. Le dije que no pasaba nada, que comeríamos los cuatro y ya está. Pero una hora después me escribió para decirme que sus dos hermanos habían dado positivo y que ya solo quedaba él para cuidar a sus padres, que son mayores -más aún que nosotros- y están delicados, así que se metía en formol porque era el último bastión en su familia.

Mucho peor fue lo de mi amado Ricky Rubio, que estaba protagonizando una temporada soberbia en la NBA y el antepenúltimo día del año se resbaló sobre el parqué, se le fue la pierna izquierda y la temporada acabó de golpe de la manera más cruel.

Tengo un amigo que le gusta sacarme de mis casillas diciéndome que Ricky es una mentira. Omitiré su nombre porque, a pesar del disparate, es un notable periodista valenciano. Y yo, que no aprendo, siempre entro al trapo y le digo que, más allá de mi percepción, de mi gusto por su estética, por su capacidad para leer el juego, están los datos irrebatibles, y que el base del Masnou fue elegido MVP del último Mundial y entró en el quinteto ideal de los pasados Juegos de Tokio. Es decir, no es que sea una mentira, es que es uno de los mejores jugadores del mundo.

No hace falta escarbar mucho más, Ricky se desgarró el ligamento cruzado en un partido con los Cavaliers en el que llevaba 27 puntos, trece rebotes y nueve asistencias. Estaba a un pase, quién sabe si en esa misma jugada, del ‘triple doble’. Ricky estaba siendo este año uno de los jugadores más determinantes de la NBA. No hace falta decir mucho más.

Ricky parece un tipo sensible. Un hijo que se desmoronó cuando murió su madre y que acabó recomponiéndose para ser una persona mejor. El afamado deportista creó una fundación para respaldar a los pacientes con cáncer de pulmón y también para ayudar, a través del deporte, a niños y jóvenes en riesgo de exclusión social.

Pero, para mí, Ricky, por más años que cumpla, siempre será un niño. Aquel niño que era tan feliz jugando al baloncesto que se convirtió en una estrella antes de tiempo. Jamás olvidaré el día que jugó en la Fontenta con el Joventut siendo un chaval de 14 o 15 años. Lo vi jugar y al volver a la redacción le dije a todo el que me quiso escuchar que iba a ser el mejor jugador español de la historia. Es posible que no llegue a ese estatus del que se ha apropiado el gran Pau Gasol, pero tengo claro que es el jugador español con más talento que ha habido nunca.

Él, con solo 17 años y acompañado por una generación irrepetible, puso contra las cuerdas a la formidable selección de Estados Unidos en la final olímpica de los Juegos de Pekín en el que ha sido, con diferencia, el partido de baloncesto en el que más he vibrado y más me he emocionado en mi vida. Ese día lloré de felicidad por la sensación de estar viendo a un equipo excepcional jugar como nunca ante el rival más potente del planeta. Y ese equipo estaba liderado, en ataque y en defensa, por un adolescente, también un virtuoso, llamado Ricky Rubio.

Le juré amor eterno y por eso de vez en cuando pongo una frase, I love Ricky, después de una noche triunfal en la NBA o durante otra actuación memorable al frente de la selección española en cualquiera de los grandes campeonatos en los que suele sobresalir. Porque a mí Ricky Rubio no solo me gusta porque sea bueno, muy bueno, sino también por su forma de jugar a esto del basket. Su calma, su inteligencia, la sonrisa de aquel niño de 14 años, al que vi en la Fonteta, que emerge de nuevo después de alguna pillería en la cancha, o su discurso sólido y profundo en muchas ruedas de prensa. Ricky es diferente y a mí siempre me ha fascinado lo diferente.

Ahora es el momento de los mensajes de apoyo y muchos citan una frase que Ricky tiene fijada en su cuenta de Twitter en la que dice: “Never too high, never too low”. Nunca demasiado arriba, nunca demasiado abajo. Carolina Marín, que sabe mucho de romperse más de una vez la rodilla, le escribió un bonito tuit en el que recogía otra frase de Ricky: “Los caminos difíciles siempre llevan a destinos hermosos”. Muchos compañeros le han mandado, en una señal de respeto, mensajes de cariño. No faltó Sergio Scariolo: “Haberte visto superar con valentía y fuerza momentos mucho más difíciles me tranquiliza y me hace estar seguro de que volverás, como siempre has hecho, mejor de como estabas”.

Muchos esperaremos pacientemente a que vuelva. Lo hará. Como siempre lo ha hecho. Y un día, como confío que ocurra con el coronavirus, todo habrá pasado y Ricky estará en la cancha dando un pase imposible para que un compañero meta una canasta. Y ese día seré feliz y rápidamente iré y pondré: I love Ricky.

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