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Bombeja Agustinet! / OPINIÓN

2023 y el triste legado de Quico

26/12/2023 - 

VALÈNCIA. 17 de junio de 2023, final por el ascenso contra el Alavés, en Orriols. El infantil penalti de Rober Pier y el gol de Villalibre en el 129’ estarán grabados a fuego durante generaciones en la memoria colectiva del levantinismo. Para Quico Catalán fue la destrucción de la frágil torre de marfil en que había convertido al Llevant, con su palco blindado de palmadas en la espalda, ajeno a la realidad y a la grada. Sin embargo, sin ese penalti, la Valencia blaugrana hubiese celebrado el ascenso y no hubiera emergido la situación financiera del club, gracias a los ingresos en Primera. Hubiese sido una patada y a seguir, pues era cuestión de tiempo, con aquella gestión, que todo saltara por los aires. Hacía años que la economía se fiaba en Orriols a una ruleta rusa, la pelotita que entra y la venta millonaria de un jugador. Con nefastas decisiones deportivas. Insostenibles. Hacía años, además, que se había abandonado la senda de la austeridad, la sensatez y la gestión responsable. Cada vez que pienso en esos últimos tiempos, me vienen a la mente dos estampas, de forma inevitable: Tony Montana en el final de Scarface, y la salida de Villarroel por la puerta de atrás.

Quizá no tengamos la madurez como club, como colectivo, como hinchada para evitar estas crisis cíclicas e instalarnos definitivamente en una estabilidad institucional que alimente la sostenibilidad deportiva en la élite. Quizá el destino nos depara más travesías del desierto como las que hemos conocido directamente o a través de los libros de historia. Pone los pelos de punta el paralelismo de Quico con Villarroel. Pedro mamó el levantinismo por vía familiar, a través de su tío, salvó al club y lo convirtió en SAD, lo ascendió a Primera, 39 años después, y, engolado por el poder, lo hundió, vendiendo la leche antes de ordeñar la vaca. Quico fue aún más allá, en todo: no puso un céntimo, pero nos dio los mejores años de nuestra historia. Me equivoqué con él, lo confieso. Creí que se daría cuenta de algo: con su carisma y su capacidad comunicativa (algo que jamás tuvo Villarroel) pudo haber pilotado la democratización del club y hubiese tenido la admiración eterna y la confianza de una amplia mayoría del universo granota. Hubiese blindado el club para el levantinismo, además. Así lo escribí muchas veces, convencido que lo acabaría entendiendo. Pudieron más la ambición y la vanidad. Las consecuencias las ha pagado él y las pagamos todos. ¡Maldita sea! Estamos en el alambre. Otra vez.

Hoy, por enésima vez, el Llevant UD está envuelto de dudas y deudas, con un futuro sombrío. No es que el escollo sea insalvable ni mucho menos, pero muchos volvemos a olisquear algo que nos es demasiado familiar: un palco en que no sabemos quién manda de verdad, un alejamiento crónico de la grada y una sensación de hastío y desapego que, como al final del villarroelismo, dejará muchas víctimas por el camino. En este caso, el drama es mayor: trunca tres lustros de crecimiento social y deportivo y se lleva por delante proyectos esenciales para el futuro del levantinismo, como la ciudad deportiva de Nazaret.

No sé si la sociedad civil levantina, la que late al margen de los vaivenes de quienes manejan las riendas del club, será capaz de evitar la desilusión de los miles de jóvenes que pueblan las gradas de Orriols, algo que jamás pudimos llegar a imaginar los niños que estábamos, en los 80, en los escalones de cemento, envueltos de viejos pesimistas. “Quan mosatros muigam, el Llevant desapareixerà”, decían, entre el humo de los puros. Escapamos de aquel órdago, en parte gracias a Villarroel. Y hemos vivido cosas que ni siquiera llegábamos a soñar, en parte gracias a Quico. Espero que el próximo líder del Llevant no muera de éxito y aprenda la lección de una vez por todas: la grada lo es todo. Y no está hecha a imagen y semejanza de quienes mueven el mostacho en el palco. No tiene, de hecho, nada que ver con ellos.

2023 ha sido terrible para el levantinismo, pero llevamos 114 años cayéndonos y levantándonos más fuertes. Está en nuestros genes. En nuestra grada.

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