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/ OPINIÓN

A por un Nou Mestalla sin club

27/01/2022 - 

VALÈNCIA. Gracias a Tebas ya sabemos que el Nou Mestalla no será como el Bernabéu, pero que no estará mal. Vaya, gracias. Todo un detalle. También sabemos, por los últimos movimientos, que el Nou Mestalla, de terminarse, no sería un proyecto transformador para el club, sino un apaño irremediable. Lo que seguimos sin saber es si vivimos en la maniobra infinita de distracción o ya por fin pasamos de pantalla. Seguiremos especulando.

Como derivadas han surgido un par de buenos debates estos días. 1) Qué cantidad de espectadores le conviene al Valencia que tenga su nuevo estadio, 2) La sempiterna cuestión, normalmente romantizada, de si para irnos a un recinto que apenas hace avanzar al club, quizá convendría quedarse con el viejo Mestalla y su mística. 

La primera diatriba se queda corta en análisis si nos detenemos tan solo en recontar la gente que ahora va a Mestalla. No puede proyectarse un estadio que podría ocupar al menos el próximo medio siglo de la institución pensando en la foto fija del ahora. Es un viraje lo suficientemente estructural y definitivo como para no leer al Valencia desde la perspectiva de lo reciente. Parece sencillo que, visto el invierno demográfico del VCF, no se necesitan muchos más espectadores de los que ahora acoge el recinto: de lo contrario podría correrse el peligro de tener durante décadas una mole fría y semivacía; lastimosamente cada vez más los clubes de fútbol apuestan por el crecimiento en fans y no en aficionados, más en las rentas de las sedes neutrales que en los ingresos por taquilla y la fidelidad de la raíz. ¿Pero debe hipotecarse el crecimiento por tener miedo al futuro? 

El éxito inmenso de Mestalla y de sus artífices pioneros ha sido la durabilidad del modelo. Aunque repleto de parches y achaques, el estadio tuvo la flexibilidad suficiente como para crecer al ritmo que lo hacía el propio club. Ahora, en cambio, el reto con la posible mudanza es corroborar el listón que se pone el Valencia a sí mismo. Las instituciones públicas, sin demasiada calma, lanzan soflamas para que el Nou Mestalla sea más grande y se atienda a la voluntad de gigantismo con el que se proyectó. Pero no va de eso. No es un problema de volumen, sino de modelo. ¿Quiere el Valencia que su estadio sea un eje con el que abordar un modelo nítido de club o simplemente un arreglo desesperado? ¿El nuevo estadio debe servir para ensanchar la masa del club o es un ejercicio de repliegue con el que confirmar, como en otras muchas facetas, que la institución vive un proceso de dieta a través del ayuno permanente? Sí, ya sé las respuestas. 

Tampoco es un problema de mística. Puede que confundamos nuestros deseos idílicos con la posibilidad real de escapar del embrollo imposible en el que se metió el Valencia. Por mucho que fantaseamos en un Mestalla de 200 años, parece un proceso rutinario que un club, después de un siglo, aborde un cambio de estadio. Pero precisamente una transformación, así de relevante, debería ser producto de una reflexión estratégica que piense en un porvenir bien extenso. Y no así, como si se tratara de un trapicheo de intereses entre dos eras decididas a calcarse, del caciquismo solerista al holding deslocalizado. Se le dan muchas vueltas al tipo de estadio y muy pocas al tipo de club para quien está destinado. 

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