Hoy es 13 de octubre
VALÈNCIA. El hecho de que el Valencia se haya mostrado en los primeros partidos de Liga como un firme candidato a conquistar posiciones europeas y el hecho de que el miércoles en Sevilla se asemejase a aquel equipo cautivo y desarmado de las últimas campañas… ni es contradictorio, ni le quita un ápice de mérito al trabajo que está haciendo Bordalás al frente de la plantilla.
No es contradictorio porque ambas cosas son absolutamente ciertas: el Valencia se mostró muy solvente ante Alavés, Osasuna e incluso Real Madrid y, sin embargo, en el Sánchez Pizjuán, el equipo perdió la esencia del bloque compacto que tanto se ha elogiado a entrenador y futbolistas, enseñándonos la cara de equipo pequeño falto de intensidad, ajeno a los mecanismos de solidaridad que tan buenos resultados le venía dando y literalmente ‘empanado’ ante un rival que no acostumbra a desaprovechar los despistes del adversario. Tampoco creo que haya perdido fuerza alguna la figura del entrenador porque, aunque sí va a tener que corregir desde su autoridad los errores de atención para devolver al grupo la intensidad que se esfumó el miércoles, poco puede hacer ante la realidad que quedó al desnudo en Sevilla.
Como diría el clásico ‘no hay más cera que la que arde’ y lo que hasta ahora ha conseguido el técnico alicantino ha sido afinar el piano en tiempo récord puliendo un equipo titular muy similar, en cuanto a calidad, al de la temporada pasada e insuflándole el plus de exigencia y contundencia que le faltaba para dejar de ser un equipo intrascendente. Recurriendo al argot popular podríamos decir que ha reunido a los mejores y les ha ‘metido el petardo en el culo’ para volver a hacerlos competitivos. Pero la verdad sólo tiene un camino por escarpado que sea el que nos está tocando transitar con estos señores al mando. Cuando un entrenador tiene a Navas, En Nesyri o Rakitic como plan B y otro tiene a Jason, Diakhaby y dos o tres chavales del filial como segunda unidad, es una evidencia que nos encontramos ante planos de realidad radicalmente distintos. Y dicha responsabilidad no cabe achacarla al entrenador de turno y sí a los ‘ñapas’ que han convertido al Valencia en lo que lo han convertido y han permitido que clubes como el Sevilla, que no hace tantos años andaba tres o cuatro peldaños por detrás del Valencia, sea ahora quien nos mira desde arriba.
Bordalás tendrá cosas que mejorar, seguro. Habrá que ver cómo maneja el grupo cuando las cosas vienen torcidas y deberá estar más hábil en la gestión de algunas lesiones –parece evidente que ni Gayá debió saltar al césped en Pamplona, ni debió hacerlo Soler en Mestalla ante el Real Madrid-. También tendrá que conseguir que donde falte calidad aparezca siempre la intención y la entrega pero, desde la marcha de Marcelino el Valencia, no ha tenido un entrenador hasta que ha llegado Bordalás. Al fin y al cabo no hay tantas diferencias entre uno y otro atendiendo a su concepción del fútbol y más concretamente, a la concepción del fútbol con el que el Valencia puede hacerse grande. Quien busque milagros, que se dirija a la ‘Virgen de La Deportiva’ y le rece unas plegarias. Allí…, agua bendita, nunca le faltará.