VALÈNCIA. Un retrato hiperrealista, tan auténtico que duele, sobre todo, en septiembre. Pongamos que hay un pensamiento que nos acompaña desde hace años, un proceso mental que ha mutado de la convención a la primera experiencia, de la primera experiencia a la voluntad ingenua de la juventud, de la voluntad ingenua a la confianza preocupada, y de ella, a la resistencia a una realidad apabullante. En ese punto impera el panorama de lo que nos encontramos al abrir los ojos en la cama cada día. Esto no puede ser todo, tiene que haber un después. Llega un aniversario, y después otro. Se encadena un trabajo ligero con otro y quizás, con suerte, con un contrato. El trabajo. El trabajo es todo, ¿de verdad? Tengo ilusiones. Soy un ser humano. Y un buen día: ¿eso, de ser humano, qué significa? Surge la duda: ¿qué sentido tiene decir que algo incomprensiblemente doloroso es inhumano? No será, precisamente y de un modo empírico, muy humano? Mejor lo pienso cuando termine la jornada. Mejor postergo el mirarme, y mirarnos, a cuando cumpla con el horario, o con el calendario. El calendario nunca termina, por definición. Al menos en este mundo. He marcado la salida y vuelvo a casa. Si trabajo, si tengo ese privilegio, restan unas horas hasta que el cansancio se adueñe de mí y me haga sentir culpable por no hacer todo lo que tendría que hacer para realizarme. Realizarse es importante. He leído en un artículo de LinkedIn que para prosperar en mi profesión es importante tener en marcha un proyecto propio. No queda comida del gato. El gato tiene que comer. El supermercado cierra a las nueve y cuarto, o a las nueve y media. Tengo que escribir un artículo, pero el gato tiene que comer. Bajo al supermercado. Falta leche, y también café. Y agua, porque el agua del grifo de València no es muy buena. ¿Ser humano, qué es? Quiero tener hijos. No sé si quiero tener hijos. Es tarde ya. Cuando llegue el viernes contesto esos correos. Si no, cuando lleguen las vacaciones. Llegan las vacaciones. Quiero mirar fijamente a la pared. Al horizonte. ¿Alguien tiene respuestas para mí?
He comprado un libro de la colección Argumentos de Anagrama. Se llama Frágiles. Cartas sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura, de Remedios Zafra. Luis Demano recomendó que leyésemos El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital (Premio Anagrama de Ensayo). No me ha dado tiempo. La columna de libros por leer, de libros que de verdad quiero leer, no mengua. Dicen que se puede leer Frágiles sin leer El entusiasmo porque este libro es una respuesta sosegada a una pregunta esencial tras leer El entusiasmo: ¿y la esperanza?. Mi vida, piensas, es eso que Zafra retrata en Frágiles. Las primeras páginas son demoledoras. Lo sabía —te dices—, pero ahora lo sé mejor. No soy el único: soy uno de muchos, de muchas. Dice Zafra: "(«participa, súmate, evalúa, únete, envía…"». Las lógicas del mercado animan a que todos hagamos y hablemos al mismo tiempo, a producir por defecto, proponiéndonos más entre nosotros mismos, contribuyendo a que la máquina nunca se enfríe […] A mí me parece que si todas las personas precarias que conozco, pero también todas las no precarias que de diferentes formas colaboramos en la precarización de otros, si todas las que tuvieron el deseo de trabajar con sentido sin convertir su vida en una competición, si pudieran dedicar sus tiempos a las investigaciones, clases, obras y proyectos que las movilizan, sin que su desglose burocrático, despliegue preparatorio, duplicación acomplejada, contrato precario, silencio administrativo o anuncio impostado ocupen la totalidad de sus vidas, ¿cuántos descubrimientos habríamos tenido, cuánta producción valiosa frente a los sucedáneos de obras rápidas y vacías que se amontonan?, ¿cuánta ansiedad aliviada?". Buf. Lectura dura para septiembre. Lectura necesaria. Soy un ser humano, quiero poder desear, y creer en ello.