Los numerosos conflictos bélicos que azotan nuestro planeta, y la insensibilidad que observamos, ante el dolor físico y psicológico de las poblaciones cuando se justifica la violencia que padecen, hacen pensar que vivimos en una cultura de guerra y que su estructura es difícil de cambiar. ¿Cómo sustituir la cultura de guerra hegemónica por una cultura de paz? Desde que en 1997 la Asamblea General de la ONU incluyera en su programa de sesiones el tema 'Hacia una cultura de paz', no ha dejado de trabajar para dar respuesta a esta pregunta.
La construcción de una cultura de paz tiene uno de sus fundamentos más sólidos en el reconocimiento de los DDHH (Derechos Humanos) y la convicción de que la dignidad de toda persona por el hecho de nacer es inalienable, recogida en el artículo primero de la Declaración de 1948. La DUDH (Declaración Universal de los Derechos Humanos) fue, sin embargo, el fruto de la cultura de guerra y consecuencia del horror y de los estragos que esta cultura provocó en la Europa de los años del nacionalsocialismo y de la Segunda Guerra Mundial. Aunque naciese en el seno de la cultura de guerra, es la piedra angular de la cultura de paz al considerar que las personas, así en plural, las personas de carne y hueso, con sus necesidades, anhelos y extensa diversidad deben estar en el primer plano de cualquier relato y consideración. Las culturas se transmiten a través del lenguaje, pues la palabra es primordial en el ser humano. Y como sabemos, el lenguaje no solo describe, sino que conforma e incluso oculta en ocasiones la realidad. En la cultura de guerra hay palabras y expresiones que producen, a lo que es visto, una marcada insensibilidad hacia el sufrimiento ajeno pronunciadas en determinados contextos. Es por esta razón que las palabras 'Israel tiene derecho a defenderse' pronunciadas por Ursula von der Leyen tras el ataque terrorista de Hamás, donde fueron asesinadas 1400 personas y hechas rehenes 251, fueron aplaudidas por tanta gente y por tantos países. Volvió a reiterar su afirmación dieciséis días más tarde cuando comenzaba a ser evidente la catástrofe humanitaria sin precedentes que Netanyahu había desencadenado en la zona: "Israel tiene derecho a defenderse. E incluso tiene el deber de defender y proteger a su pueblo". El "deber de proteger a su pueblo", ¿justifica a ojos de Von der Leyen la masacre de niños, el bombardeo de escuelas, hospitales y centros de refugiados, así como personal humanitario y periodistas? Por otra parte, ¿no tendrían también en mente la misma justificación "derecho a defender a su pueblo" quienes diseñaron y ejecutaron el acto terrorista? ¡Cuánta irracionalidad encierra esta supuesta razón!
En el lenguaje de la cultura de guerra, que aprendemos mientras crecemos, todas las víctimas que no pueden ser aceptadas a la luz de la justificada "defensa" caen bajo la categoría de "daños colaterales". Daños "necesarios" que se ponen por delante de los derechos reconocidos en la DUDH, situaciones lamentables que no quisiéramos que ocurrieran pero que hay que aceptar. Porque hay otra palabra que justifica matanzas y crueldades en esta cultura, la palabra "interés". De tal modo, que la venta de armas a países autocráticos que las utilizarán para masacrar población civil, está asegurada bajo el paraguas del "interés", palabra que abre puertas y enturbia conciencias. Por el interés de la economía del país, por ejemplo, se potencia la industria armamentística que no tiene más objetivo que segar vidas aunque este objetivo se disfrace de otra palabra "defensa".
Para que la contemplación del horror, el dolor y la desesperación de la población que soporta las consecuencias de ese "derecho" y ese "interés" no remueva conciencias, la cultura de guerra tiene otro recurso: la deshumanización de las poblaciones y los individuos. Así, el ministro de Defensa israelí Yoav Gallant justificaba el asedio a la población de Gaza, a la que había cortado la electricidad, el gas y había impedido la entrada de alimentos, diciendo que "estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia". Igualmente se expresó Dan Gillerman, ex embajador de Israel ante la ONU, cuando durante una entrevista en el canal británico Sky News aseguró estar consternado por la preocupación de las Naciones Unidas y de mucha gente "por estos animales horribles e inhumanos". Palabras semejantes estas a las que utilizaban los nazis cuando llamaban a los judíos ratas.
Amnistía Internacional publicó el pasado 5 de enero su informe sobre Gaza, resultado de nueve meses de investigación documental y de campo, los que van del 7 de octubre de 2023 a principios de Julio de 2024. Tomando como referencia la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1984, concluye en él que Israel ha cometido genocidio en Gaza, que ha tratado a las personas como si fueran seres infrahumanos y que se han referido a ellas sin ninguna inhibición como si lo fueran. "Considerar a las personas atacadas seres infrahumanos es una característica constante del genocidio", se afirma en el informe. El mundo está lleno de armamento y dos de los países que más contribuyen al comercio de armas, Estados Unidos y Rusia, no han ratificado el TCA (Tratado sobre el Comercio de Armas). Es de imperiosa necesidad que el lenguaje de guerra que deshumaniza al enemigo sea sustituido por el de una cultura de paz cuyo pilar central es lo expresado en el primer artículo de la DUDH: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros". Pensamiento y lenguaje son indisociables. Los esfuerzos por construir una cultura de paz pasan por la construcción de una nueva manera de pensar y una manera de hablar que no haga invisibles a las personas.
Recordemos que los derechos humanos son inalienables. Nadie es "bueno" por nacer humano y a nadie se le puede arrebatar su condición de humanidad por sus actos. Sin embargo, deshumanizar con la palabra ha sido una estrategia eficaz para perpetrar los crímenes más execrables con total impunidad y con la complacencia de personas corrientes, incluso de buena voluntad, que posiblemente más tarde se pregunten cómo fue eso posible. Me cuesta comprender la facilidad con la que la manipulación de las palabras produce tal ceguera ante el dolor inefable de la población.
Es urgente que recordemos el avance ético que supuso la redacción de la DUDH y que continuemos avanzando en la construcción de una cultura de paz, que prestemos atención a las palabras que pervierten su significado y que no permitamos que el lenguaje lance un velo invisibilizador sobre las personas.
Margarita Juguera Vives, activista de Amnistía Internacional en Elche.