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Y así, sin más

Vivimos rodeados de tontos, la excentricidad y Diana Vreeland

ALICANTE. Vivimos rodeados de tontos. En el gimnasio, en la calle, en los restaurantes y en cualquier sitio que transitemos. Una vez me dijeron que siempre hay un tonto entrando o saliendo de los sitios y es que es verdad. No hablo de gente sencilla que, como dijo Mario Benedetti, corren el riesgo de ser tomados por tontos sin serlo. Hablo de tontos universales. Hablo de los que cuando un dedo apunta al cielo, el tonto mira al dedo. Del que se piensa que los miopes no queremos saludarles o se creen que pueden opinar de todo lo de los demás. Odio a la gente entrometida. No hay más. Como dice el dicho: zapatero, a tus zapatos.

El mismo rechazo que siento por la gente entrometida lo siento por la mofa y el esnobismo. No tienen nada que ver, pero ambas reflejan una falta de personalidad importante. Lo mismo sucede con los discursos paternalistas. ¿Qué necesidad de decir lo que no te pregunté? Tienen tono serio, pero realmente son intromisión pura y dura en vida ajena. Llevo fatal que se metan en mi vida.

“Aborrezco el narcisismo, pero apruebo la vanidad”, afirmaba Diana Vreeland, la ya mítica editora del Vogue estadounidense. Nadie habría podido escribir las memorias de Diana Vreeland mejor que la propia Diana. Tiene sentido. Al fin y al cabo nadie conoce su historia mejor que una misma. Pero es que Diana era tan espontánea, tan elocuente y tan divertida, que solo su voz podía transmitir su excéntrica personalidad de una forma tan precisa. ¿Quién sino ella podría dar en un texto descripciones tan subjetivas y tronchantes como que unos pantalones tenían un largo “hasta aquí” o que un sombrero era de grande “así y así”?

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