GRUPO PLAZA

colegios profesionales

Alicia Sellés: «Es urgente que las bibliotecas dejen de ser santuarios»

| 28/04/2018 | 5 min, 53 seg

VALÈNCIA.-Alicia Sellés escogió la carrera de Biblioteconomía y Documentación como primera opción, pese a reconocer que muchos lo hacen como segunda para prepararse una oposición. Su caso es curioso, porque además ha pasado más de quince años trabajando en una empresa privada que ofrece soluciones documentales a otras. Esto le permite tener una visión renovada de hacia dónde debería dirigirse la profesión, en pleno tránsito de las estanterías de madera a los sistemas digitales. Defensora de las bondades de Wikipedia y de la lectura en ebook, implementa su filosofía en el Col·legi Oficial de Bibliotecaris i Documentalistes de la Comunitat Valenciana (COBDCV), donde ejerce de presidenta desde 2016 y promueve que la salvación reside en el cambio. 

—¿Son un colectivo en riesgo de extinción?

—No, y no me considero una persona especialmente optimista. El concepto de bibliotecario y documentalista puede parecer obsoleto pero nosotros somos profesionales de la información. No la generamos, pero facilitamos el acceso a los datos, y eso es muy necesario en el entorno digital. Tal vez sea una labor menos visible, pues en lugar de estar resolviendo dudas en la biblioteca, estamos diseñando una arquitectura web, pero aquí está la evolución de la profesión. 

Lea Plaza al completo en su dispositivo iOS o Android con nuestra app

—Información y Documentación fue el único grado ofrecido por la Universitat de València que se quedó con plazas por cubrir en las últimas convocatorias, casi veinte.

—Se convocaron más plazas que nunca, en concreto cien, cuando en realidad se suelen cubrir setenta. Más que en la caída de la demanda, el problema está en la concepción de la titulación, que bajo mi punto de vista es muy repensable. ¿Qué sentido tiene una asignatura de historia cuando puedes hablar de Big Data? Otro problema es que el grado se ha enfocado demasiado al sector público, pensando en ser funcionarios, y ha habido dos años sin convocatoria.

—¿La figura del documentalista tendrá relevancia en la nueva À Punt?

—Fueron los únicos que sobrevivieron al ERE, y durante este tiempo han estado vaciando todos los archivos que había para poder aprovecharlos. La preservación y recuperación de datos no están garantizadas si no hay un tratamiento de los mismos, por lo que no hablaría de censura, pero sí diría que en la vieja RTVV no se daba acceso público a la información. Estamos hablando de una institución valenciana que genera y produce documentos en el ejercicio de sus funciones, por lo que eso debe estar en un archivo trabajado. Y luego fíjate en programas como Cachitos de hierro y cromo en RTVE. Son formatos impensables si no hay documentalistas.

«Para hacer un club de lectura virtual hay que comprar muchas licencias: el libro digital cuesta más que el libro físico»

—Pasa algo similar en los portales de transparencia, donde la Administración publica lo justo.

—Se está cumpliendo la ley, que dice que cierta información tiene que estar, y está. Pero creo que en ese cumplimiento hay muchos niveles, y nos conformamos con uno muy bajo. Por mucho que yo publique actas todos los días, ¿estoy ofreciendo información de calidad? No hay una voluntad real de que mi madre, o incluso yo, entendamos partes de la Administración a las que normalmente no tenemos acceso. Habrá muchas razones para ello, y no te digo que la voluntad política no sea una de ellas, porque efectivamente ponen, detallan y amplían lo que quieren. Pero sobre todo es una cuestión de incapacidad de gestión e interoperatividad de sistemas, ya que durante muchos años no se ha ido haciendo este trabajo y ahora resulta casi imposible.

—¿Entonces debería haber más documentalistas en la Generalitat?

—En los años 90 todas las consellerias de la Comunitat tenían su propia unidad de Documentación; actualmente la mayoría de estas plazas han sido sustituidas por otras de Administración General y se están creando Agencias de la Generalitat sin documentalistas. Pero ya no solo en el sector público; podemos aportar en cualquier institución, empresa, banco...

—El presupuesto de Libros, Archivos y Bibliotecas ha crecido exponencialmente: de 11.500 en 2015 a 14.500 para 2018. ¿Están satisfechos con la gestión desde la Conselleria de Cultura?

—Nada contentos. Es cierto que los presupuestos han crecido, lo que refleja una voluntad, pero no se ha alcanzado la dotación prometida. No solo es responsabilidad de la Generalitat, también de los ayuntamientos y las diputaciones. Las bibliotecas de municipios con menos de 10.000 habitantes están totalmente desatendidas y necesitadas de presupuesto para mobiliario, ordenadores... Otro problema gordo es que la ley no permite beneficiarse de ayudas a la mitad de bibliotecas de la Comunitat porque no están en la Xarxa. Lo que se debería hacer es buscar mecanismos para flexibilizar estas normas y ayudar de verdad.

—¿Necesitamos más o mejores bibliotecas que las que tenemos ahora?

—Las dos cosas. Donde no las hay, hay que ponerlas, o al menos tener un servicio móvil. Y mejores, por supuesto, pero la ley es muy rígida en cuanto a metros cuadrados, fondos, silencio... Ahora hay un proyecto para trabajar las bibliotecas infantiles, porque no puedes hacer callar a los niños si quieres acercarlos a los libros. Y como en otros países, aquí también organizamos conciertos, obras de teatro y otras actividades en las bibliotecas, pero no lo estamos visibilizando bien y tampoco contamos con el presupuesto necesario. Es urgente que las bibliotecas dejen de ser santuarios. 

—¿Veremos morir las bibliotecas como edificios para pasar a la consulta desde casa?

—Yo no lo veo. En Ilinois se acaba de crear la primera biblioteca sin libros, pero con otros servicios, como bases de datos, sistemas digitales... Cada vez van a aparecer más de este tipo. El problema es que por directiva de propiedad intelectual las bibliotecas no podemos prestar ebooks tal cual se hace con los libros físicos. Hay una brecha digital. Para hacer un club de lectura virtual deben comprar infinidad de licencias; un libro digital les termina costando más que el físico. 

—Otro de sus grandes caballos de batalla es la lectura en valenciano. 

—Los últimos estudios revelan que aún es muy baja, incluso entre la gente valencianoparlante, que muchas veces ha sido educada en la lectura en castellano. Hay que trabajar la capacidad de apertura con los niños, pero también facilitar el acceso en las tiendas. Que yo pueda ir a comprar un libro, incluso un best seller de Paul Auster, y me lo pueda comprar en valenciano.  

*Este artículo se publicó originalmente en el número 42 de la revista Plaza

next