VALÈNCIA. Por increíble que parezca, hablar del Valencia CF no es fácil en estos días, muy a pesar de las locuras de su máximo propietario y sus secuaces al mando ante los focos. A mí se me revuelve el estómago a cada hora que pasa y escucho la radio, veo la televisión o leo la prensa. O me escribo mensajes con gente del club, aunque sea furtivamente. La verdad es que el nudo en la garganta no te lo quita nadie y tienes que tragar saliva para poner unas pocas líneas en torno a la actualidad del equipo de mi vida. Dicen que es fácil criticar, pero eso no es cierto: es sencillo difamar, mentir, lanzar porquería contra alguien, pero no criticar constructivamente, porque aquí siempre quieres medir las palabras para ayudar y que no seas malinterpretado como un traidor, un enemigo o un insurrecto. Esta sí es la realidad de este club, que separa en bandos lo que debería estar, sobre todo, unido, dentro y fuera del césped. Y me pregunto si este no será un proceder propio del máximo accionista, muy acostumbrado, empresarialmente, a sacar ganancias de las desgracias ajenas, del caos estructural de empresas venidas a menos. Lo que sí creo es que alguien se estará beneficiando de este desconcierto y quizá sea aquel que lo genera, pues como nos demostró la novela de Dan Brown, Ángeles y demonios, nada es más peligroso que aquel que parece ser un salvador mientras provoca la destrucción solo para poder ensalzarse a sí mismo. A lo mejor hasta se cansan también aquellos que buscan ayudar quitando de su discurso el halago vacío y la pelotería carroñera. A lo mejor, también, aquí ya no vale tampoco la crítica constructiva, porque, a pesar de todo, te seguirán poniendo en la trinchera contraria, aunque no vean que solo quieres ayudar a que acabe la guerra.
Si durante el combate no aplaudí las primeras entradas triunfales de Lim, tengo ahora la libertad moral de negar mi aplauso siempre, o de dárselo si se lo merece. Y me temo que me quedaré con ganas de dárselo alguna vez. Porque es eso lo que no entiende o no quiere entenderlo: tenemos ganas de aplaudirle no de criticarle ni de silbarle. Por cierto, los de Meriton ya pueden ir dando gracias al maldito virus, porque si no fuera por sus consecuencias hoy mismo Mestalla ya hubiera ardido en su contra y estos aún no saben lo que semejante locura significa, incluso para la vida propia, por muchos guardaespaldas (lamentable anécdota que no debería darse nunca) que intenten atenazar a los descerebrados con una pistola. Anil, querido, eres un peón sin más, un personaje cuyo mayor logro ha sido hacer muy bien la pelota, pero eso no significa que debas vivir con la tensión del miedo y de la amenaza. No comparto ni me alegro de tan desagradable experiencia: ahí tienes mi apoyo, pero también te digo que así verás que hay ciertas cosas que no se pueden hacer ni decir, por coherencia ante la barbarie. Toma nota, bonico (me ha venido a la cabeza un presidente valencianista que sí se echa de menos por su pasión por este equipo).
La política deportiva del club, en manos de sus actuales gestores funcionarios, es tan caótica y descabellada que a más de uno o de dos le produjo indigestión y hasta flatulencias desagradables semanas pasadas. Supongo que bajo la etiqueta de viejos, cojos y con ficha alta no entraba Mangala, que sigue en el equipo y que, por edad, salario (casi dos y medio netos por temporada) y condición física, creo que no entra en semejante perfil, en el que sí entraba Coquellin, por ejemplo. Muy lógico. Has reforzado, por una cantidad mísera, a un directo rival por tu plaza Champions, te has cargado el eje central del equipo y has dejado a un puñado de jóvenes al frente de todo este fregado. Eso sí, los chavales demuestran que, con paciencia y sin recursos, Paterna es rentable y fiable. Sí, paciencia, la misma que no se le daba a tantos técnicos, como Marcelino, al que se le exigía una plaza europea, así que no podía tener tanto tiempo para curtir gente. Te lo dijo él mismo: debes cederlos y que ya vengan hechos. Un discurso que, al no gustarte, pues se solventó con un despido a las bravas, así, igual que se parte el caparazón de un cangrejo.
Son tantas las tontería hechas, los mensajes apocalípticos que Meriton ha lanzado, las venganzas soterradas y las cruentas guerras sucias dentro y fuera del vestuario, que me hace pensar en lo difícil que debe ser escribir una novela sobre este equipo sin caer (o recurrir) en el terror, la psicodelia, el consumo de estupefacientes con nocturnidad y alevosía y tantas otras cosas, causantes de tan literarios desequilibrios que expliquen esta sensación de descontrol y locura que se ha apoderado de un club tan importante como el Valencia CF.
¿A dónde nos llevará todo esto? Yo lo veo claro: al suicidio silencioso del valencianismo, que buscará maneras de inmolarse emocionalmente delante de su estadio (el acabado, claro), que llorará de impotencia y acabará girándose con desprecio y desdén ante lo que está delante y lo que está por venir. Tanta desafección solo provoca dolorosas crisis de fe y, como Brown escribió, solo la más sonora y destructora hecatombe devolverá la necesidad de creer en algo a quien ya en nada cree: así está el valencianismo, sumido en el sueño agnóstico provocado por la incredulidad que le provocan los hechos, por la distancia que Meriton ha levantado entre su altar y el mundo de los terrenales, con un vigilante de las llaves al que cada vez odian más por su incapacidad de tener las puertas abiertas del club para sus auténtico dueños, los seguidores valencianistas. Lo demás, como sabemos, es solo una imposición trágica, muy propia de las religiones, de la que cuesta salir, pero ¿y si se sale? Pues será una victoria por un lado, con incierto premio, pero una enorme derrota por el otro, porque eso significará que aquel que vino como salvador nos acabó llevando hasta el más triste y oscuro infierno.