Hoy es 8 de octubre
Sea lo que sea, la verdad, le veo desbordado. Incapaz siquiera de seguir sus propias notas para preparar el asalto al Calderón ante un Atlético que planteó el mismo partido que el curso pasado
VALENCIA. Para asumir el derrumbe del Valencia, como se asume un puñetazo en la boca del estómago, basta comparar actuaciones en un mismo escenario. El Calderón. El tapete sobre el que el Valencia, con siete meses de diferencia, mostró dos versiones antagónicas con prácticamente las mismas piezas sobre el terreno de juego.
Ese simple ejercicio de comparativa desgarra como desgarra una pérdida inesperada. En una, vemos a un Valencia combativo, que se rehace sobre la marcha mientras es acuchillado sin piedad. Una plantilla con personalidad, crecida ante el ambiente bélico que genera el rival, dejándonos ver a un Enzo Pérez quebrando tobillos; a Otamendi achantando delanteros; a un grupo acorralado por la presión asfixiante del contrincante sobreponiéndose a las circunstancias a base de empuje y oficio, para finalmente, acabar empatando el encuentro, encerrando al Atlético en su área y buscando un triunfo que sólo un rebote evita en última instancia.
En la otra, petrificados, observamos a un grupo timorato, sobrepasado; ciego sobre el terreno de juego, ignorante de dónde está jugando y contra quién; sin capacidad de reacción; acobardado por la visceralidad del oponente, que lo borra del campo a base de actitud e intensidad. Todo lo que perdió el equipo de Nuno en un verano. Sobreviviendo al naufragio de puro milagro y porque se cruza en su camino una tabla a la que se aferra hasta poner pie en el vestuario, al minuto 94.
El grupo está tan desmontado, que se ha pasado de disfrutar de un once que brilló por ser solidario, aguerrido, capaz de competir incluso cuando era barrido del terreno de juego, a otro transformado en una caricatura. A padecer a un equipo sin carácter; sin liderazgo; que juega a ráfagas; que se parte en dos porque ya no es uno. Incapaz de ser competitivo incluso cuando muestra su mejor versión.
Cuyos centrocampistas se ven obligados a emprender la acción individual porque rara vez tienen otra opción; cuyos centrales, en un ataque de estupidez, pretenden sacar balones de rabona estando en situaciones de uno contra cuatro. Con laterales vejados cada vez que son encarados porque ya nadie baja a la retaguardia a construir un muro sobre el que impulsarse. De delanteros que ayudaban a arietes que se pasean en morros.
Sufrimos un Valencia roto cuando era de ideas claras; desdibujado; desorientado; insolidario y anárquico. Un fiel reflejo de la locura que asaltó a su entrenador.
Tampoco le achaco todo el mal al Espirito Santo, puesto que hay asuntos que no son de su incumbencia que lucen de igual manera. Aunque encuentro aspectos que me enervan mucho más, como escuchar a Phil Neville cada vez que habla para Inglaterra.
El socio del Hotel Manchester confesó recientemente a SKY que todo el trabajo de preparación recae sobre Nuno y Rui Silva; que él está aquí de becario, a ver si aprende algo. Sorprendentemente, el trabajo de todo un Valencia, se reduce a dos hombres que desempeñan las tareas que el año pasado se repartían cuatro profesionales sobrados de conocimientos y experiencia. Estos detalles despiertan en mi interior, allá al fondo, una vocecita que me pregunta si no tendremos a Nuno por ejecutor cuando puede haber mutado en rehén al aceptar el papel de consentidor.
Sea lo que sea, la verdad, le veo desbordado. Incapaz siquiera de seguir sus propias notas para preparar el asalto al Calderón ante un Atlético que planteó el mismo partido que el curso pasado; aunque luciera nombres distintos en muchas de sus líneas. Algo se quebró en este equipo y nadie está siendo capaz de arreglarlo. Ni siquiera de trabajarlo.
Aun con todo, en el fondo, el entrenador puede sentirse afortunado. El fútbol está siendo muy generoso con él. En otras circunstancias, la noche del domingo podría haber supuesto la segunda goleada de la temporada. Tal vez haya incluso que ver algún rasgo positivo en que debacles como la citada, o su gemela en Cornellà, acaben en humillaciones de marcador corto.
En ocasiones me pregunto dónde habrá que ir a estudiar para adquirir los conocimientos necesarios para hacerlo tan mal habiéndolo tenido todo tan a huevo. Ay Nuno, ¡qué perdido te veo!