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Armagedón en Mendizorrotza

5/11/2021 - 

VALÈNCIA. Uf, Pereira. Si el partido del Granada fue desolador, su rueda de prensa posterior dejó mal sabor de boca en todos los estamentos. En Orriols pasan cosas muy extrañas. Mucho. Tanto que alimentan las especulaciones más extravagantes. Lo que parece obvio es que si Quico pudiese apretar un botón y desandar el camino haría las cosas de una forma distinta. Hace tiempo que, al contratar profesionales, el club prima que sean acólitos. Se ha hecho siempre, desde que llegó. Es algo muy habitual en el mundo del fútbol. Y hasta comprensible que los dirigentes se rodeen de gente de su confianza, pero ahora es exagerado. Y llega a ser muy contraproducente. Tampoco es que yo esté por la labor de incendiar Orriols. Ni mucho menos. El fuego se sabe cómo empieza pero no cómo acaba. Quico conserva crédito, margen para volver a ser Quico. Por impopular que sea afirmar esto en la actual coyuntura. Los que siguen mis columnas desde hace tiempo ya saben que no vine aquí a hacer amigos. Ni a captar links.

La salvación es ahora lo primero. Enderezar el rumbo deportivo. Una crisis societaria en este momento es un tiro en el pie, con el equipo en el alambre y con la viabilidad del club supeditada a seguir en Primera. No quiero ni pensar en un vacío de poder. Sería la tormenta perfecta. Y quiero creer que Quico es plenamente consciente de ello. La salvación se consigue asumiendo y corrigiendo los errores cometidos en la parcela deportiva: la dirección deportiva ya está con pie y medio fuera. Pereira también. Una derrota en Vitoria sería terrible para todos nosotros. Y demoledora para ellos. En todo caso, no será suficiente con dar un giro copernicano a la parcela técnica. Hay que arreglar las calderas mientras el tren va en marcha: cambiar la dinámica de funcionamiento del vestuario y resolver los frentes abiertos con contundencia y sentido de estado, si me permiten la expresión. Deben jugar los mejores, más allá de galones, renovaciones en marcha (o atascadas) y escaparates de venta. Y dejarse de mandangas extrafutbolísticas cuando está en juego la salvación del equipo y, por extensión, del club. Quien en ese vestuario prime sus intereses a los del Llevant debe quedarse en la grada. Es tiempo de pulso firme y mano dura. Y esto no será posible con la entidad en llamas. Quizá ni siquiera en un clima de cierta estabilidad.

Las llamas nos llevan directos a Segunda. La inacción también.

Discrepo en otra cosa con una mayoría del levantinismo: no hay un problema de actitud en los futbolistas; si acaso lo hay en algunos futbolistas. La plantilla, salvo alguna excepción, da lo mejor de si cada semana. Se deja la piel. Pero las cosas no salen y la estadística de partidos sin ganar es una losa que provoca errores y más errores, y estos a su vez alimentan la falta de autoestima y de confianza. Los jugadores, en todo caso, tienen calidad de sobra para dejar tranquilamente al equipo en mitad de la tabla. Ellos nos sacarán de esta. Estoy seguro. Necesitan suerte y volver a creer. Y a alguien que haga el once y los ponga en su sitio, sin experimentos. Podrían salvarnos aún con un entrenador inexperto en el banco. Recuerden la época, precisamente, de JIM. Le costó un poco pero al final entendió que lo mejor era adaptarse a ellos. Y así de bien nos fue. Sí, ya sé que este vestuario no es aquel. Aún así.

Una victoria en Mendizorrotza dará a Pereira dos semanas de vida para preparar el tramo final de la primera vuelta: Athletic, Betis, Osasuna, Espanyol, Valencia y Vila-real. Entra el tembleque sólo de leerlo. Una derrota sin paliativos en Euskadi sería el fin, probablemente. El presidente entonces debería elegir entre asumir una concatenación de errores y corregirlos antes de que sea tarde o huir hacia adelante, como ya sucedió con Rubi en 2016.

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