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opinión

Austria, 1978

9/06/2019 - 

VALÈNCIA. Mi primera camiseta de fútbol fue una de esas que se llevan de ropa interior o se utilizan para dormir, blanca, de algodón duro, sin adornos, a la que mi madre cosió un escudo del Valencia y, en la parte de atrás, dos trozos alargados de tela negra que simulaban el número once, el de mi ídolo, Óscar Rubén Valdez. Aquella zamarra me duró años, tantos como mi cuerpo de niño cupo en ella, sin que, con el paso de los años, tuviera necesidad de sustituirla por otra. Era lo que se hacía en los primeros 70, cuando las marcas de ropa deportiva todavía no habían impuesto su engorrosa costumbre de cambiar de diseño cada temporada, cuando una camiseta de portero era un jersey de lana o algodón con el número cosido y los nombres de los jugadores solo aparecían en la prensa del día, no en la parte posterior de la equipación.

Unos años después, cuando era adolescente, descubrí una camiseta que me gustaba más que la mía. Era blanca, como la del Valencia, pero con un diseño enormemente atractivo, con lineas negras en el cuello y los hombros. La lució Austria en el Mundial de 1978, aquel en el que la selección centroeuropea de Hansi Krankl, Kurt Jara y Herbert Prohaska eliminó a una España que, como siempre en aquella época, partía como favorita para los medios nacionales, no así para los internacionales, por el mero hecho de alinear a un buen número de madridistas. La camiseta de Austria en el Mundial de Argentina era un diseño de Puma, marca deportiva que, como alguien me contó entonces, era una escisión de Adidas después de una pelea entre dos hermanos, los Dassler, en los alrededores de Nüremberg, por un quítame allá esas colaboraciones con los nazis.

Al final de la temporada del centenario, el Valencia cambiará de marca comercial, como si hubiera querido hacer justicia salomónica entre los hermanos Dassler, y pasará de Adidas a Puma, empresa alemana que vestirá al equipo las tres próximas campañas. El cambio ha provocado que, a poco más de 20 días para la entrada en vigor del acuerdo, no tengamos noticias de cómo será la camiseta del Valencia en la temporada que cumplirá 101 años de existencia cuando, a estas alturas, la mayoría de equipos ya ha hecho pública su futura indumentaria, incluido el Barça y su diseño de pijama carnavalesco.

Pero hay una gran diferencia entre la camiseta que llevaba Austria en el Mundial de 1978 y la que llevará el Valencia la temporada que comenzará en poco más de un mes, aparte de la lógica mejora de los materiales con los que está hecha que conlleva el progreso. Puma se ha especializado, en los últimos años, por diseñar camisetas ceñidas al cuerpo, de esas que marcan los músculos y sientan bien a los tirillas, los adictos al gimnasio y los concursantes de 'Mujeres y Hombres y Viceversa'. Y esos colectivos no suponen la mayoría en el aficionado valencianista, al que le ha costado lo suyo criar una buena barriguita a base de paellas, carajillos, horchata y fartons. 

El resultado de todo esto puede ser dramático. Miles de michelines, lorzas, tetillas exageradas y grasas desbordadas quedarán embutidas por la implacable dictadura del diseño de Puma. Seremos un equipo con una animación de las gordas y, por supuesto, de los gordos. Si, en la final de Sevilla, la grada pintaba formidable, gracias a la combinación cromática del blanco y los adornos dorados de la camiseta del Centenario que lucían la mayoría de los asistentes a aquel partido, una hipotética final del Valencia (ojalá que así sea) en el año que el club cumple 101 será lo más parecido a un puesto de embutidos del Mercado Central. Y, si no os lo creéis, ya me contaréis cuando salga a la venta y os la compréis y veáis que todas vuestras vergüenzas están expuestas en el calor de la grada. 

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