VALÈNCIA. Dice Brauli, el dolçainer de Gol Alboraia –a quien ya no dejaremos volver a entrar en Orriols sin dolçaina–, que le motiva tocar cuando ve a la gente feliz en la grada. El sábado había razones para la alegría. Siempre las hay, en realidad, en la vida, pero entiéndanme: ganar al Granada, un rival directo, con cuentas pendientes; un inicio de partido trepidante, el gol anulado a Wesley, su asistencia posterior para el chufo de Cantero; la verticalidad del equipo hasta el 2-0 de penalti de Campaña, que además jugó bien; el ambiente en la grada. Luego hubo congoja, ¿para qué mentir? El Granada se hizo con la medular y dejó al descubierto (una vez más y van…) las costuras defensivas en los dominios de Son y Postigo. Cierto que el once nazarí generó más sensación de peligro que ocasiones claras y no lo es menos que el Llevant se sintió como pez en el agua, ante la posibilidad de lanzar contras. El 3-1 de oportunista de Bouldini devolvió la calma. Y metió al equipo en zona de ascenso directo, por fin. Aunque fuese por unas horas, hasta la victoria del Eibar, que con mucho menos, como Las Palmas, sigue por delante. El partido dejó otras notas positivas: la conexión Wesley-Cantero, ya conocida; el rendimiento de Álex; y el de Pier, más fiable por delante de los centrales; el crecimiento de Pablo Martínez…
¿Qué puede hacer hoy este equipo contra todo un Atlético de Madrid, por mucho que se hable de las horas bajas del cholismo? Aún estoy sorprendido por la reacción de muchos colchoneros en redes, al conocer el sorteo de Copa, que ya se veían fuera de la competición. Diríase que el Llevant es favorito, como una maldición, pero nada de eso.
En realidad, para buscar la última victoria en Orriols hay que remontarse a 2016. El Llevant, colista, ya estaba en Segunda, pero con los goles de Rossi y Casadesús venció 2-1 para apear al Atlético de su tête a tête con el Barça por la Liga, y lo relegó a la tercera posición, por detrás del Madrid. Una matinal agridulce en la que el levantinismo se despedía de la élite con una victoria brillante. La memoria en el fútbol es frágil, ya saben, y la mayoría de los atléticos recuerdan, en todo caso, los dos últimos zarpazos de la escuadra granota en el Metropolitano, con sendas victorias (0-2 y 0-1).
Han pasado 17 años, pero yo recuerdo la resignación del último precedente copero, cuando el Kun nos dejó helados, con la miel en los labios, al igualar la eliminatoria con el 0-1 sobre la bocina. Era 2006 y en los penaltis pasaron los rojiblancos.
O sea que de favoritos, nada. Pasar a cuartos sería una proeza en un partido con sabor a Primera. Algunos, entre ellos el míster Calleja, creen que es un partido para disfrutar, que no hay nada que perder. Yo no opino así. Ojalá fuera capaz de hacerlo, pero el Llevant me escuece hasta en los amistosos. Y luego está la perspectiva histórica, por supuesto: la posibilidad de eliminar al Atlético y pasar a cuartos no puede ser más motivadora. Haría crecer la leyenda del maldito Llevant en este particular derby de equipos forjado en la adversidad: yunque versus pupas; aunque lo del Atlético sea más relato que otra cosa. Sería un episodio épico más de nuestra legendaria historia, la antesala de otro sueño. ¿Cómo no sufrir ante la perspectiva de algo así?