VALÈNCIA. La primera vez que estuve en Albacete fue el fin de semana del 19 y el 20 de enero de 1991, en un concierto de rock (Mocetones incluidos) y una manifestación a favor de los seis insumisos al servicio militar obligatorio que serían enjuiciados y condenados el lunes 21. Éramos jóvenes y antes muertos que sencillos. Así que yo iba en vaqueros, camisa estampada y chaquetilla de ante, heredada de mi padre. Ya de madrugada rocé la hipotermia, después de estar toda la noche bebiendo y fumando de portal en portal, en los trayectos entre bar y bar. Eran otros tiempos pero Albacete, llena de garitos elegantes y de gente amable y divertida, me sorprendió para bien.
Doce años después, en abril de 2003, el Llevant desperdició en el Belmonte la posibilidad de encaramarse a la zona alta de Segunda, tras el empate in extremis de Simeón en el 95’. A Rafa, el portero granota, le costó recuperarse de su error garrafal. La grada llena de levantinistas que se las prometían felices con el 0-2 de Congo no daba crédito. Al final subieron Murcia, Zaragoza y Albacete y el Llevant quedó cuarto a seis puntos de los manchegos pero aquel equipo, entrenado por García Cantarero, fue la base sobre la que se forjó el ascenso de Preciado un año después. Levantinos y albacetistas descendieron juntos en 2005 y al curso siguiente el Llevant regresó a la élite, con Mané. El Albacete nunca lo ha vuelto a tener tan cerca como ahora, con una plantilla modesta y un buen entrenador.
Desde que se conoció el cruce ha llegado a Valencia un cierto desprecio que empezó en la rueda de prensa de Albés, preguntando a los periodistas, con cierto retintín y un aire soberbio, qué rival querían, y siguió con los aficionados queseros buscando gresca con el levantinismo en redes. Supongo que esa inesperada animadversión se alimentó en silencio, durante las últimas dos décadas, mientras el club blaugrana, visto de un potencial similar y en una ciudad próxima, se fogueaba en la élite y el Alba vivía su travesía del desierto, después de haber bifurcado sus caminos en 2006, uno hacia abajo y el otro hacia arriba. Y se disparó tras la dolorosa derrota en casa de la primera vuelta, con el gol de Bouldini y la grada visitante retronando en un Belmonte semivacío. Y sobre todo en Orriols, tras un empate agridulce y una expulsión en el 45’ que tensionaron la grada.
El fútbol se alimenta de estas cosas, especialmente cuando un equipo se sabe inferior. En Orriols, sin embargo, plantilla, equipo técnico, club y afición saben que, hombre a hombre, los granota son mejores, aunque lo hayan demostrado con cuentagotas en la liga regular, y juegan además con la doble ventaja de la vuelta en el Ciutat, con todo el papel vendido, y del empate que le beneficia. El Llevant disminuiría su ventaja si no hiciera oídos sordos a este ruido. Con humildad e intensidad hay que hacer valer esos tres factores y la condición inequívoca de favoritos. Sólo hay que estar enchufados al 110% desde el minuto 1 (y no como ante el Eivissa o en Tenerife) para que todo esto se traduzca en una gran victoria en la Mancha.