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Breve diagnóstico de la situación

28/06/2020 - 

VALÈNCIA. Lo mejor que le podría pasar al Valencia es que Peter Lim se marchara. Sería lo ideal. Su crédito está agotado. También su credibilidad. Lim es el máximo responsable de la desafección hacia el club y la crisis de identidad por la que atraviesa el Valencia. Después de algo más de cinco años de mandato, el magnate ha logrado devolver al equipo a las portadas de la prensa nacional. Pero no por los títulos logrados, sino por el bochorno que generan todas las informaciones que en los últimos días han ido apareciendo con el Valencia de triste protagonista. Por desgracia, la salida de Lim es algo que no va a suceder. Ni el propietario tiene intención de vender el club, ni hay nadie que quiera comprarlo.

Lim no se va a marchar. Su intención es perpetuarse en este negocio que para él es el Valencia. Este nuevo proyecto huele a fracaso. Pero lejos de reconocer el error propio, ofrecerá la cabeza de Celades a la afición. Es la decisión más fácil. Y también la más barata. A día de hoy, el entrenador es el rival más débil. Ni lo quiere el presidente ni lo quieren los jugadores. Es algo que va más allá de los resultados. Me da igual lo que suceda ante el Villarreal. Es una cuestión de falta de empatía entre el vestuario y el técnico. Celades ha perdido el control de la plantilla. La indiferencia, el desánimo y la desmotivación se han instalado en el vestuario. Su gran error fue aceptar el banquillo del Valencia sin estar preparado para ello. 

Para Meriton, el técnico ya está amortizado. Sin embargo, cebarse en el entrenador es quedarse solo en la superficie del problema. Hay que superar el debate de Celades. Y mirar hacia el palco. Celades tiene buena parte de culpa en lo que ha sucedido. Es cierto. Pero no toda. Mayor carga de responsabilidad en todo este asunto tiene Anil Murthy. Sus desafortunadas decisiones desde que accedió a la presidencia nos han llevado a esta situación. Lo del presidente circunstancial del club ha traspasado todos los límites posibles. Cargarse por puro capricho un proyecto que funcionaba, y que sin duda hubiera crecido mucho más, ha sido su gran pecado. Murthy es un mala sombra. Lo de mandar callar a Mestalla no tiene nombre. Pero, por encima de todo, la peor decisión que tomó, con el visto bueno de Lim, fue la de cepillarse a Mateu Alemany y a Marcelino. 

El Valencia está abocado a un escenario de mediocridad. La Champions parece una utopía y entrar en Europa se está poniendo complicado. Bajo este negro panorama, Murthy traslada su confianza al director deportivo, César Sánchez. A mí, César no me acaba. Me parece tan inexperto como el que fue su valedor, Celades, de quien parece haberse desmarcado para abrazar la fe de Meriton. No me gustan tampoco alguna de las compañías que frecuenta. Y me gusta todavía menos que no dé la cara. Un director deportivo no puede vivir oculto. No se puede esconder bajo la excusa de que no le han presentado. Tiene que exponerse. Forzar su salida ante el público. Porque, por suerte o por desgracia, es el máximo responsable del proyecto futbolístico y le ha llegado su momento. 

DE REUNIONES Y ASADOS

Cada vez que leo que el entrenador, el director deportivo o el presidente del Valencia se reúnen con los capitanes para aunar esfuerzos, como ha vuelto a suceder esta semana, me viene a la cabeza una anécdota que me contó Jesús Paredes hace algunos años. Cuando Alfredo Di Stéfano se hizo cargo de Boca Juniors en la temporada 85-86, con el propio Paredes como segundo entrenador, el equipo xeneize llegaba de haber realizado una más que discreta temporada. Había quedado clasificado en decimosexta posición. Di Stéfano entró en el vestuario y dijo lo siguiente a los jugadores: “El año pasado ustedes hicieron muchos asados para aunar esfuerzos y entrenaron poco. Este año vamos a cambiar de plan. Vamos a comer menos asados y a entrenar más”. Quedan siete partidos de Liga. Pues eso. 


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