opinión

Camisetas manchadas

13/09/2019 - 

VALÈNCIA. En 1981, la Federación Española de Fútbol autorizó a los clubes de La Liga a incorporar mensajes publicitarios en sus camisetas, una práctica que ya era habitual en muchos países europeos. El Racing de Santander fue el primer equipo en lucir propaganda en su indumentaria y, poco a poco, se fueron sumando el resto de conjuntos de la liga española. Solo Barcelona y Athletic de Bilbao se negaron a “manchar” su camiseta por una cuestión de “valores”. Con los años, ambos clubes han aparcado sus supuestos “valores” para rendirse a una evidencia que, además, les supone una interesante fuente de ingresos atípicos. Parafraseando a Groucho Marx, esos eran sus valores, pero, como no les gustaron, tenían otros.

El Valencia nunca se planteó que sus “valores” quedarían mancillados por llevar publicidad al lado del escudo del murciélago. También es cierto que la autorización de los mensajes de propaganda en las camisetas llegó en un momento en el que el club de Mestalla estaba más tieso que un mileurista a final de mes y los rectores del club no podían apelar a motivos más o menos románticos para rechazar algo de dinero fresco con que limpiar las telarañas que comenzaban a tejerse en sus arcas. Sin embargo, el Valencia no comenzó a lucir publicidad hasta 1985, cuando la Caja de Ahorros de Valencia, más tarde conocida como Bancaja y un poco más tarde como Bankia, se convertiría en el primer patrocinador del club. Desde entonces, una docena empresas diferentes han aparecido en la camiseta del primer equipo. Solo entre 2014 y 2017 el Valencia no llevó publicidad en su indumentaria, pero no por un tema de preservar la identidad y los valores del club, sino porque nadie quiso pagar demasiado por anunciarse en un equipo que, en aquellos años, estaba de capa caída.

El decimotercer sponsor de la historia Valencia desató este verano, cuando se anunció de forma oficial, una ola de protestas por la actividad que publicita: las apuestas deportivas. Curiosamente no es el primer patrocinador del equipo que se dedica a esos menesteres; entre 2009 y 2011, el equipo lució en su frontal la marca Unibet, una casa de apuestas sueca, pero nadie se escandalizó, quizás porque veníamos del timo de la estampita que nos coló Wollstein con València Experience, una marca que nadie supo explicar cuál era su actividad y que no pagó un euro por un año de patrocinio, y no existía Twitter (al menos no estaba tan desarrollado como ahora) para que la masa enfurecida pusiera el grito en el cielo.

Del mismo modo, nadie protestó porque la Caja de Ahorros de Valencia realizara actividades económicas en favor de sus gestores (el poder, básicamente), ni a nadie se le ocurrió investigar si la cadena de droguerías CIP (que patrocinó al equipo en la temporada 94-95) vendía productos elaborados con aceites animales sacrificados miserablemente, ni reparó en los alegres gastos económicos de Terra Mítica (en la camiseta entre 1998 y 2001), ni siquiera pensó si los coches de Ford (95-98) y Toyota (2003-2008) contaminaban mucho o poco.

También es cierto que al aficionado, en esos tiempos, o bien le interesaban más otros temas, o bien miraba hacia otro lado cuando aparecía un patrocinador que pagaba aunque no anunciara nada. Solo hay que recordar que el vecino Villarreal lució en su camiseta durante cinco años la publicidad de un aeropuerto desde el que no salían ni aterrizaban vuelos, a cambio de 20 millones de euros.

Como lo que le interesa al aficionado es que el equipo gane, el cabreo se ha ido diluyendo como las lágrimas en la lluvia. Puede que, en una sociedad como la actual, en la que todo se mira con lupa, haya gente que sufra cuando ve la camiseta del Valencia el anuncio de una casa de apuestas (como lo haría, si la legislación lo permitiera, si viera anuncios de tabaco o de alcohol), pero ese no deja de ser un problema menor si la pelota entra.