Respetando todas las formas de vivir el valencianismo, ese es el Valencia que yo quiero: el que se faja, el que lucha y no se esconde ante una batalla desigual, el que se deja la piel a tiras desde el primer hasta el último minuto...
VALÈNCIA. Consciente de que puede parecer un tanto ‘ñoño’, este comunicador que pinta canas y muchas más que pintaría de quedarle pelo, que había olvidado prácticamente la pasión por el fútbol, la noche del jueves volvió a emocionarse, a padecer y a sentir lo hacia tiempo no sentía. Sin aparcar, en ningún momento, la faceta del análisis y el afán por buscar cierto equilibrio porque así entiendo la profesión , volví a sentir ‘el pellizco’ que tan enganchado me había tenido hacía años. Sinceramente he de reconocer, aunque me duela y seguramente me duele porque es la muestra del paso de los años y de la relativización de todo lo no verdaderamente importante, que había tomado distancia emocional con el fútbol, y el Valencia CF no me había invitado a lo contrario pero... el jueves sí. El jueves, en ese choque vibrante ante el Barcelona experimenté de nuevo la satisfacción de la pertenencia a una tribu especial, heterogénea y loca pero , a la vez, maravillosa. Quizá sea la sensación de querer sentirte identificado con un grupo de chavales honrados y luchadores que se presentan en la mansión del rico sin complejo alguno a ‘mojarle la oreja’ conscientes de tener todas las de perder pero decididos a salir de ella con la cabeza bien alta.
Con el hospital de campaña en casa, la adversidad de última hora de virus en el estómago de Zaza, teniendo enfrente al -posiblemente- mejor equipo del Mundo y un árbitro tan riguroso con el modesto como permisivo con el poderoso, todo apuntaba a catástrofe y ni mucho menos fue así. Seguramente porque, en mi rareza, disfruto más de la épica del que se defiende con honestidad que de la estética del que avasalla con su poderío. Seguramente por la admiración que me despiertan todos aquellos seguidores del Valencia que habiendo sido maltratados y engañados en los últimos años mantienen viva la llama de un amor por lo suyo que nadie -y eso que lo han intentado- ha conseguido extinguir de sus corazones. Seguramente porque observo dentro de ese vestuario una decencia - empezando por el entrenador- que me recuerda a tiempos pretéritos y... seguramente por las ganas que tenia de desterrar el distanciamiento que me venía provocando el Valencia... el jueves volví a disfrutar y sufrir por dentro y con verdad.
Quisiera imaginar que noches como esta y como las que están por venir constituyan una buena oportunidad para que todos aquellos que, como un servidor, habían empezado a tomar distancia con el escudo por la colección de barbaridades y faltas de respeto padecidas, se reencuentren también con el Valencia CF y con todo lo que el Valencia CF significa. Que tiene poco que ver con las luchas por el poder en un palco , con las muestras de prepotencia de unos dirigentes o con el estatus acomodaticio y garrulo que se había instalado en el vestuario y sí mucho que ver con una camiseta embarrada o el espíritu de sacrificio de unos futbolistas que , más allá de nóminas indecentes y coches de lujo, son capaces de entender el fútbol con verdad y no sólo con vanidad. El jueves, sufriendo como perros en el Camp Nou, el equipo lanzó al valencianismo un mensaje de honestidad digno de ser reconocido y, de paso, escribió también un manifiesto de fe que bien harían los dueños del cortijo en adoptarlo como ‘Carta Magna’, estudiárselo, hacerlo propio y ponerlo en práctica como manual de trabajo: abierto al futuro pero observante siempre de su idiosincrasia, de su historia, de sus fundamentos y de sus raíces.
Respetando todas las formas de vivir el valencianismo, ese es el Valencia que yo quiero: el que se faja, el que lucha y no se esconde ante una batalla desigual, el que se deja la piel a tiras desde el primer hasta el último minuto. El que conocí hace muchos años y, lamentablemente, se había convertido en otra cosa bien distinta hasta el punto de abrir una brecha sentimental que, afortunadamente, se va cerrando. Mañana en el Metropolitano habrá otra batalla, el jueves otra y... muchas más que vendrán. Unas se ganarán y otras no porque esto es fútbol y siempre existe la posibilidad de perder un partido pero hay cosas que nunca puede perder una institución tan importante como el Valencia CF como son: sus señas de identidad, su dignidad y el respeto a sus aficionados.