Hoy es 4 de octubre
VALÈNCIA. El Levante ha vuelto. No sé si será tarde o no. Posiblemente ya no quede tiempo, pero por lo menos está logrando que ese adiós que se avecina sea con dignidad y hay que valorarlo. Lo mejor de todo esto es que el granota de base vuelve a sentir algo cuando juega su equipo. Es un consuelo, aunque insuficiente, viendo de dónde veníamos, incapaces de competir prácticamente contra nadie. De decepción tras decepción. De demostraciones de deshora y frustración. De un ejercicio inaudito de autodestrucción e improvisación. No se reclamaba más que defender el escudo a fuego y ahora se está cumpliendo esta premisa vital. Parecía tan complicado que esto pudiera suceder, que es normal que se esté pensando más en las constantes desilusiones, en las muchísimas ocasiones perdidas para estar más cerca de la salvación, que en lo que ahora se está consiguiendo. Somos más de lamentarnos que de saborear y soñar en imposibles. No sé si es justo o no quedarse con lo que pudo ser y no fue. Es una realidad incuestionable que el pasado está siendo una losa pesadísima ahora que las cosas están cambiando.
El punto ante el Celta nos sigue dejando lejos de la permanencia, pero jamás hubiéramos pensado que se sumarían cuatro de los últimos seis, además fuera de casa (en el Wanda y Balaídos), y mostrando una solvencia defensiva desconocida hasta el momento. Me he contagiado de lo de no mirar el calendario más allá del partido inmediato, ni afrontar cada cita como la última opción para reengancharse a la ilusión, como un todo o nada. Me quedo con la sensación de que el Levante fue mejor en Vigo y mereció los tres puntos por trabajo, por ocasiones, por creencia y por fútbol. Esta vez no se bajaron los brazos (como en el derbi ante el Valencia en el Ciutat por decir un encuentro de tantos) después del mazazo que supuso el 1-0 de Cervi cuando en la acción anterior debió llegar el 0-1 de Roger. Los cambios dieron efecto. Este Levante tiene alma. ¿Dónde la tuvo en muchísimos partidos en los que se desmoronó al mínimo soplido?
El equipo progresa adecuadamente. Está sacando nota, pero necesita más. Debe lograr la excelencia para obrar el milagro de los milagros. No sirve con aprobar, hay que llegar al sobresaliente o incluso a la matrícula de honor en las trece jornadas que quedan y eso es muy complicado si se regala tanto, esta vez en ataque. Frente a los gallegos, los que perdonaron fueron Dani Gómez y Roger, que luego se resarció firmando las tablas. No entiendo que no se fuera rápidamente a recoger el balón del fondo de la red para sacar de centro y ahorrarse unos cuantos segundos de la celebración. El empate tenía valor, pero no del todo. Aunque también era necesario serenar el subidón emocional de haber podido igualar el mazazo del 1-0 y no lanzarse a lo loco a por la remontada, despistarse y pagarlo caro.
El Levante está dando por fin muestras reales de que mentalmente está reparando poco a poco ese bloqueo tan devastador, esas fugas que ha evidenciado durante toda la temporada y que se han traducido en tantos puntos perdidos. Que está curando esa debilidad traducida en su condición de colista casi permanente. Me quedo con tres detalles del 1-1 del lunes: la intensidad defensiva de un Cáceres que hace mejores a los que tiene a su alrededor, el paradón de Cárdenas con el tobillo, a disparo de Orbelín, para evitar una derrota que hubiera sido injusta y la exhibición de Pepelu, que silenció a los que dudaban (y todavía los sigue habiendo) de sus cualidades para jugar en la máxima categoría. Fue su mejor encuentro desde que luce el ‘8’ a la espalda.
Es evidente que ha habido un cambio desde la llegada de Felipe Miñambres. Coincidencia o no, y sin restar mérito a nadie, este es otro Levante, un equipo que seguirá compitiendo y ya se verá lo que sucede. Que ha dado un paso adelante como estructura con el abismo pisándole los talones. Que está reviviendo por carácter. Hasta que las matemáticas entierren cualquier opción, o por el contrario se siga cambiando un panorama abocado al precipicio, este vestuario, ahora sí, luchará hasta el final. Una travesía pensando únicamente en el presente porque esa es la mejor manera de construir el futuro, pero tanto en lo colectivo como en lo individual. Se ha activado la llama del orgullo, ese ‘click’ tan necesario, y hay motivos para no romper el pase y querer ir el viernes al Ciutat para dejarse la voz ante el Elche de Francisco.
Por encima ha llegado una persona que ha dado nuevos aires, que ha vivido el fútbol desde todos los ámbitos (jugador, entrenador y ahora director deportivo); un rol que también necesitaba Alessio para dejar de ser el ‘chico para todo’ y además aprender. Felipe ha inyectado esa profesionalidad y experiencia que se ha echado en falta desde que se decidió acabar con la ‘era Paco López’ y el club empezó a darse tiros al pie y embarrar más de la cuenta al que salía en el primer plano dos veces por semana. Y esto no debe significar dañar ni menospreciar, ni mucho menos, la figura del míster italiano, que ha pasado de estar ahogado en la víspera de la visita al Atlético, con pie y medio fuera del Levante, a coger aire y salir reforzado tras las dos ultimas recompensas como forastero. No le restemos valor a su trabajo como primer entrenador.
Por supuesto que ha cometido errores, y unos cuantos, hasta tal punto que su discurso caducó después del desastre ante el Betis que dio mucho que hablar; como también que ha estado en una exposición constante y asumiendo responsabilidades que le han caído directa e indirectamente como ser la ‘cabeza visible’ de un mercado de invierno, siendo el único equipo de Primera sin una dirección deportiva, en el que la realidad ha condicionado cualquier movimiento, salvo el fichaje de Cáceres, que fue convencido, como reconoció el uruguayo en su presentación, por el propio preparador transalpino.
Ahora, con Miñambres, ya está esa figura para poner orden, generar autoridad y respeto, y tomar decisiones como la llegada del Chelo Saracchi, sin contrato tras rescindir con el Leipzig y que ha firmado hasta 2024. Había una ficha vacante y el astorgano ya dio a entrever que esa posibilidad estaba ahí y se aprovecharía. Saracchi es lateral zurdo (o carrilero), una demarcación en la que están Clerc, que queda libre en caso de descenso, y Franquesa, con un rol testimonial para Paco, Pereira y ahora Alessio, y que en las últimas jornadas está ocupando Son y además cumpliendo.
Me encantaría que las cosas de vestuario se quedaran en el vestuario, pero entiendo que esto es una quimera cuando las cosas no salen rodadas y apenas hay luz al final del túnel. Que no haya un interés por hacer la bola más grande (por si ya no teníamos suficiente) y se apele al ‘sálvese quién pueda’ sin medir los daños colaterales. Que cada uno construya desde su función, echando un cable al que tiene al lado, sumando, sin faltar el respeto a nadie. Porque al final, el propósito de todos es que el Levante, en la categoría que sea (ojalá que en Primera División), vuelva a ser el orgullo de tantísimos granotas que se han sentido desencantados, que han perdido el inconfundible grado de identificación. Porque más todavía que un hipotético descenso o el boquete financiero, lo más grave es que haya una fractura irreparable con el levantinismo y no se sientan las bases para curar las heridas y acometer una necesaria regeneración.