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opinión

¿Cuál es la causa?

5/11/2019 - 

VALÈNCIA. Nos quedan dos opciones: o aceptamos lo que hay, o nos quejamos amargamente de lo que nos queda. Así, sin equilibrio alguno, sin regularidad alguna. Y no sé bien a qué atenerme, porque este equipo me tiene tan desconcertado como confundido en un baile entre lo que ocurre hoy y lo que ocurría no hace mucho, cuando Marcelino estaba al frente del equipo: casi nunca sale bien a los partidos (y esto es anterior a Celades), luego tiene que remar el doble para recuperar el terreno (esto también es anterior a Celades), sigue concediendo ocasiones infantiles (esto ya ocurría antes de Celades), es vulnerable en defensa (antes de Celades no teníamos tantas dificultades para defender, aunque concedíamos regalos), nos cuesta marcar goles aunque el acierto de Maxi sea superlativo (antes de Celades nos costaba incluso más), etc. No sé bien qué mérito y qué demérito imputarle al Valencia de Celades, ya que los jóvenes están dando el mismo resultado, sin que haya novedad alguna en la plantilla de alguna joven perla que suba de las categorías inferiores; los resultados, a estas alturas, son mejores que hace un año, pero las sensaciones no lo son; los penaltis por manos siguen lastrando al equipo en los dos casos… en fin, hemos mejorado notablemente a balón parado, y esto sí es de Celades: pero solo en la faceta ofensiva porque en la defensiva nos siguen rematando demasiado con jugadas que son previsibles si uno ha seguido los partidos de la Liga. Marcelino defendía mejor esas jugadas y atacaba peor.

La idea es que tenemos la sensación de que falta firmeza en el discurso, contundencia en las indicaciones, allí donde el campo colinda con el banquillo. Y comprendo a Celades en este caso, que prefiere ser fiel a sí mismo en lugar de caer en el postureo tribunero, de ponerse a levantar brazos, a gritar aunque sabes que ni te oyen ni reaccionan como tú quieres. Supongo que eso será de vestuario para afuera y que dentro, en el bullicioso marco de ese mismo vestuario, el míster será contundente y se mostrará firme y convincente, porque el equipo sale al campo siempre con otra actitud y otra cara e intensidad. Pero con Marcelino, que era algo más gesticulante y enfático, pasaba lo mismo, así que tengo que pensar que a esta plantilla le va la marcha, quizá excesivamente cómoda porque saben que, desde la propiedad, se ha tejido un colchón de mal rollo que les protege de las inclemencias de la afición.

Otra cosa es ver cómo afrontan el presente y el futuro los jugadores. A mí me da mucha pena que el futbolista, sea quien sea, no recuerde su propia infancia y sea incapaz de pararse a hacerse fotos con los niños y las niñas, a atender a sus aficionados un poco más de lo que hacen bajando la ventanilla de un coche. Me da pena ver con qué desprecio ven a sus iguales (no digo que todos) cuando todavía no son conscientes de que una vez dejen de jugar al fútbol les faltará muchas cosas, entre ellas, el calor humano que desprecian. Muchos futbolistas viven al margen de las cosas, porque, quizá, se sienten muy de paso: no es que deban ser de aquí, sino que asumen que aquí no van a echar raíces. Caso muy diferente, como vemos, es Parejo, y de ahí su valor en la plantilla y su compromiso actual. Y me quedo también con jugadores como Jaume Doménech o Carlos Soler, que juegan no solo para su equipo de toda la vida (no sé si Gayá piensa en irse ahora), sino que lo hacen pensando en que lo harán por muchísimos años. Entiendo que, en la psicología del jugador, quedan los malos momentos en los que su propia afición incluso les increpa y ellos reaccionan con cierto escepticismo ante los efusivos amores que también despiertan entre los aficionados, pero hay que saber discernir las cosas y comprender que, en verdad, el futbolista cumple el sueño de aquellos que no han podido cumplirlo y que, por tanto, igual generan la locura más grande con un gol, que provocan las peores iras tras una derrota marcada por la indolencia. Llevar ese peso es maravilloso y horrible al mismo tiempo.

Al futbolista que se sabe de paso le da lo mismo la intensidad o la propia indolencia, porque sabe que, mejorando sus números con unos cuantos partidos buenos podrá hacerse con otro contrato en otro club: no lo hace por el equipo, sino por él mismo. Lo malo es que, cuando un jugador comienza a rendir en el Valencia no nos preguntamos ya si estará toda la vida (o parte de ella) en este club, sino por cuánto lo podríamos vender y cuánto amortizaría. Esa es la realidad. Y motivar al futbolista cuando no deja de escuchar esto es difícil, salvo que su profesionalidad personal se imponga y su responsabilidad se posicione ante los hechos: el Valencia, pues, mejora en las segundas partes y lo hace a golpe de coraje y rectificaciones sobre el campo, aumentando su intensidad (de juego y emocional). Lo tenía difícil Marcelino y lo sigue teniendo difícil Celades, quizá por eso las diferencias sean muy puntuales, pero las coincidencias sean más letales, porque a ojos de la opinión pública (y me incluyo) el discurso de Celades parece más endeble y frágil que el de Marcelino y quizá no sea así. Mejor: ojalá no sea así. Me sigo preguntando qué sería de este quipo si no regalásemos tantas cosas en tantos partidos, sea el técnico que sea: me hace pensar que, a lo mejor, la causa es otra.

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