VALÈNCIA. No sé por dónde empezar. En otras circunstancias entraría a destripar la acumulación de errores que provocaron que el sábado se escapara el triunfo en el último suspiro. Del resbalón sobresale un argumento que debe estar grabado a fuego en cualquier vestuario y en cualquier competición: esa necesidad de mantener la concentración y ser contundente de principio a fin. La carita de Paco López era un poema. Más descriptiva que nunca. Una pena. La rabia fue mayor que en otros empates (incluso en los cinco 1-1) por la efervescencia de la apoteosis del tanto de Roger al Villarreal. Tras pasarme casi toda la tarde intercambiando sensaciones con un montón de gente, me quedé como conclusión con un mensaje de un amigo, con el que hablo de todo menos del Levante, que me dijo que hay muchas veces que desde las alturas contemplas una realidad por momentos demasiado caramelizada por la locura de la gesta conseguida antes y que no está de más que aparezca alguien que te baje a la tierra y ayude a no confundirte y creerte más de lo que eres. No digo que el equipo fuera de ‘crecidito’, pero sí que la vorágine (merecidísima) puede jugar malas pasadas si hay un momento de apagón.
Ya he escrito más de lo que debería del último 2-2 y mira que quería dejarlo atrás, abandonar el análisis futbolístico y que nada emborronara lo que viene. Desde la clasificación a semifinales, la ilusión de la Copa del Rey lleva los mandos a su antojo. Hacía mucho tiempo que no sentía esa sensación de descontrol emocional por el Levante. El cosquilleo es increíble. Pase lo que pase, estos días que estamos viviendo (y los que nos quedan) no tienen precio. Por lo imprevisible podría compararse con la gesta del ascenso del Centenario con Luis García. Por lo que se había sufrido y tras haber tocado fondo como club, nadie daba un céntimo por aquel vestuario unido, comprometido y con identidad que destrozó la lógica. Lo inesperado se repite, pero el escenario no tiene nada que ver. Ahora es un fútbol sin público en las gradas y sin fecha de caducidad por esta prohibición que nos revienta tanto. Y la salud del club es diferente. Ni rastro de aquel Levante que estaba en la UCI en la 2008/09, se recompuso y que en la 2009/10 consiguió lo imposible. Lo de “he muerto y he resucitado” del ‘Pero a tu lado’ de Los Secretos en su máxima expresión que desde hace mucho tiempo representa al levantinismo.
El crecimiento de un club lo marca momentos señalados y el Levante se ha pasado la pantalla y está en otro nivel del juego al hacerse un hueco entre los cuatro mejores de la competición del KO. Muchas veces he insistido en enterrar los lemas de cabecera. Lo de ‘qué grande es ser pequeño’ hace tiempo que ya no me encaja. No porque quiera extirparlo del imaginario granota sino porque creo, y valga la redundancia, que es un eslogan que se ha quedado pequeño. La tan repetida exigencia, ese deseado paso adelante, ese estirón que no es ninguna barbaridad pregonarlo ni reclamarlo porque es sinónimo de crecimiento a todos los niveles. Además, y no me cansaré de repetirlo y a los hechos me remito, el equipo ha demostrado que es capaz de todo.
Voy más allá. He vislumbrado la final y para nada es una utopía. Una travesía impecable (con su dosis de sufrimiento) que ha estado plagada de detalles que con el paso de las eliminatorias invitan a soñar en grande. Tengo que ser sincero que no me subí al carro de la Copa hasta tumbar al Valladolid en octavos de final. Normal que mi tocayo y amigo Ledesma me llamara aguafiestas cuando rebajé la ilusión en el grupo de WhatsApp de la tertulia de Onda Cero en la mañana previa a la cita en Pucela. También porque cuando esta competición se ha puesto ‘calentita’ en ediciones anteriores el bombo reventaba la ilusión con un cruce volcánico y ‘hasta luego Mari Carmen’. Al igual que Marcelino quería al Levante, servidor y unos cuantos más cruzamos los dedos para que Aduriz lo hiciera posible en el sorteo. Pegué un bote tremendo (no tanto como con el gol de Roger pero casi) cuando tras el papelito del Sevilla salió el del Barcelona. No es por menospreciar al Athletic, pero algo ha cambiado cuando esquivas a los rivales que no deseas ver ni en pintura. Racing Murcia, Portugalete, Fuenlabrada, Valladolid, Villarreal y ahora el ‘supercampeón’, que tiene la posibilidad de acceder a otra final de la Copa del Rey sin haber jugado la de la edición anterior frente a la Real Sociedad, ambas en Sevilla. Leones, no abuséis, que ya vais a disputar una. Dejad algo a los demás.
No sé si Roger y Morales serán titulares o volverán a ejercer de revulsivos. Prometo que no voy a gastar ni un ápice de energía si la alineación que presente Paco López me pilla con el pie cambiado. Podrá salir bien o mal, lo compartiremos o no, pero de nuevo habrá un plan ante un rival con otras peculiaridades (pánico me da el peligro vasco a balón parado con un especialista como Raúl García y lo que sufre el Levante en los centros laterales) y una hoja de tiempos diferente ya que habrá una segunda parte de otros 90 y pico minutos (o 120 e incluso penaltis) en el Ciutat. Ante el Villarreal, Paco no sacó a la segunda unidad (o como lo queráis llamar) al principio para ganar al final con los ‘primeros espadas’. Había una estrategia de partido estudiada al milímetro que salió perfecta, con su dosis de riesgo, y con muchos factores que solamente se saben de puertas para dentro y que están al margen de la pura estadística. Es un error hacer juicios antes de tiempo y pido perdón. Pensé que esa apuesta era de puerta grande o enfermería. El míster pasó del linchamiento masivo antes de arrancar el encuentro (defiendo la crítica con construcción y reprocho el azote sin ton ni son que hubo) a la exaltación más absoluta tras el éxito, también añadido por el protagonismo determinante, además del Pistolero y el Comandante, de Sergio Postigo y Dani Cárdenas.
El Levante no tiene nada que perder y sí mucho que ganar. Ya que hemos llegado hasta aquí, vamos a por la final. Estas semifinales son un paso más en una escalada que debe ser constante, que ya no frene. Una progresión deportiva unida a la social, sin desviarse de la coherencia y esa normalidad, aunque con brochazos de autocomplacencia que habría que erradicar poco a poco, que invade todo lo que rodea al escudo. Hasta que llegue el jueves voy a seguir soñado con la final. Nos lo hemos ganado. Esta sensación de plenitud ya no nos la quitará nadie, pero queremos más. Sigamos disfrutando del momento.