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opinión politizada / OPINIÓN

De Tendillo a Javi Guerra, cuarenta años después

17/05/2023 - 

VALÈNCIA. Una de las cosas que me enseñaron en casa –no hace falta ir a la universidad para esto- es que, más allá de la crítica profesional, nunca se puede cruzar la línea de la falta de respeto personal. Algo que, con más o menos acierto, siempre he intentado seguir a rajatabla durante muchos años: igual de lícito es que me no me guste el rendimiento de un futbolista o director deportivo, como que para alguno de ellos mis artículos o columnas sean infumables. Pero siempre, siempre, circunscrito al plano profesional; eso permite que, pasados los años, puedas mantener una relación cordial –o intentarlo- con la mayoría de gente. No estamos en este mundo para andar enfadados con los demás.

Digo esto porque, el pasado domingo y nada más finalizar el partido en Balaídos, me llegaba al móvil uno de esos mensajes de euforia tras el triunfo de un extrabajador del club, que tuvo en su momento –como todos nosotros- aciertos y errores. Se felicitaba por el rendimiento de los chavales de Paterna en el primer equipo: el gol de Alberto Marí, la asistencia de Diego López en el 0-1, el poso y cuajo de un Javi Guerra que se ha ganado un puesto en la medular…

Me transmitió dos ideas clave: «Los chavales tienen potencial, pero necesitan estar rodeados de veteranos y jugadores con experiencia el año que viene» y «por el amor de Dios, no permitáis que Corona se ponga la medalla de haberlos fichado». Dicho queda, aunque ver al día siguiente al director deportivo exhibiendo su amplia sonrisa en la foto de la renovación de Javi Guerra me hizo soltar una carcajada.

En condiciones normales, el máximo responsable de la planificación de la plantilla 2022-2023 estaría en una cueva o, directamente, fuera del club hace tiempo tras deleitarnos con ‘hits’ como «no creemos que haya una sola posición en la que estemos muy cojos» o «no hay debate en la posición de mediocentro defensivo». Cuando el Valencia (¡el Valencia!) llega a finales de mayo sudando sangre para asegurar la permanencia y cuando precisamente Javi Guerra ha sido la herramienta ‘inventada’ por Rubén Baraja para paliar un déficit en la zona ancha que estaba causando una hemorragia imparable al equipo durante toda la temporada.

Por cierto, esa dedicatoria del de Gilet a su abuelo, tras hacer oficial su renovación hasta 2027, es uno de esos detalles emotivos que te hacen albergar esperanzas de que no todo esté perdido. Y de que, algún día, veremos la luz tras salir del pozo de miseria deportiva en el que andamos inmersos.

Pero dejemos a Corona a un lado; recordad, su figura y su rol no son causa del problema real, sino una consecuencia. Prefiero dedicar palabras y párrafos a esos canteranos que van a ser decisivos para la salvación de un club que, gracias a sendos goles de Guerra y Marí en los minutos finales ante Valladolid y Celta, tiene cuatro puntos más en su casillero. Cuatro puntos que serán vitales para una permanencia con cada vez más paralelismos con la de 1983.

La historia ha grabado en la memoria colectiva aquel agónico gol de Miguel Tendillo ante el Real Madrid en la última jornada de Liga, como seguramente colocará también el tanto en el descuento de Javi Guerra ante el Valladolid. Dianas fundamentales y que comparten escenario, el de un Mestalla a rebosar y que explotó de alegría en ambos casos, conscientes del balón de oxígeno que suponían.

En un segundo plano quedó la soberbia actuación de José Ramón Bermell en portería, negando el gol a un Real Madrid que se jugaba ser campeón de Liga y dejando paradas inverosímiles, como aquella a un imponente cabezazo de Santillana que salvó en la misma línea de gol. Me lo contaba el ya retirado portero mallorquín el año pasado: «Éramos conscientes de lo que nos jugábamos». Seguramente el tanto de Alberto Marí en Vigo también quedará opacado por la memoria del aficionado promedio, a pesar de su importancia capital. Pequeñas microhistorias que confluyen, con cuarenta años de diferencia y con el mismo contexto de nervios y necesidad.

Para entender las similitudes basta con hablar con aquellos futbolistas retirados que, en el desierto de una crisis económica brutal y de su consecuente deriva deportiva, crecieron desde abajo como brotes verdes en un oasis. En verano de 1983 el club vendió o dio la baja a más de media docena de jugadores (Solsona, Felman, Carrete, Cerveró…), y no le quedó otra que dar oportunidades a chavales del filial como Fernando Gómez Colomer, Salva Revert o José Carlos Granero. Todos con contratos de risa y sin quejarse lo más mínimo, como confesó Revert hace un par de semanas en Veus Fé-Cé: «Lo asumíamos, porque éramos de la tierra y había que echar una mano. Las arcas iban menguando y no se podía fichar lo mismo que antes ni pagar lo mismo que antes. Si llega la oportunidad, aunque sea así, bienvenida es: supimos aprovecharla», recordó el aplicado lateral zurdo.

Como hace cuarenta años, el actual Valencia sólo se sostiene con la gente de casa. A Peter Lim ya no le queda apenas carne y ‘chicha’ que repelar del hueso, pero el esqueleto del club sigue a duras penas aguantando el peso de la institución. Y tampoco hablamos de gente necesariamente valenciana, como sucedía hace cuatro décadas: Rubén Baraja es de Valladolid, pero es ‘de casa’. Igual que Marchena, Gayà, Jaume, gran parte del ‘staff’ y el grueso de empleados de Paterna. Igual que Javi Guerra –que llegó a la Academia desde el Villarreal en 2019-, Diego López –el asturiano aterrizó en el Valencia en verano de 2021, desde el FC Barcelona- o Alberto Marí –alicantino que llegó hace dos veranos desde el CD Vitoria-.

En este bucle permanente que es la historia del club, el ciclo siempre vuelve a empezar. En momentos de extrema necesidad, Paterna. En etapas de zozobra y agonía, la cantera. En épocas de vacas flacas, los chavales. Igual que hace cuarenta años y deseando que, al contrario que en 1986, no haga falta un descenso a Segunda para aplicar una descarga eléctrica que haga despertar de verdad al valencianismo.

Porque en este ejercicio memorístico existen similitudes, pero también diferencias. La más grave, de lejos, es la filosofía diametralmente opuesta de los dirigentes de entonces con el actual. En 1983 y tras la dimisión de Ramos Costa, Vicente Tormo y resto de directivos querían reforzar al equipo, pero no tenían un duro para hacerlo; en 2023, Peter Lim tiene dinero de sobra, pero no le da la gana poner ni un duro. 

Aquellos querían y no podían; este podría… y no quiere.

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