El valencianismo siente un entusiasmo controlado por cierto aroma a nueva etapa protagonizada por Mateu Alemany y Marcelino García Toral. Y no es un delito. Es una normalidad a la que nos habíamos desacostumbrado...
VALENCIA. Ni es una tregua, ni es mirar hacia otro lado, ni es dar por bueno lo que era malo, ni es masajear una gestión calamitosa, ni es matizar el desastre previo, ni es acatar un modelo de gestión fallido.
El valencianismo siente un entusiasmo controlado por cierto aroma a nueva etapa protagonizada por Mateu Alemany y Marcelino García Toral. Y no es un delito. Es una normalidad a la que nos habíamos desacostumbrado. Sobre todo, es una novedad basada en hechos reales, a diferencia de algunos cambios precedentes hinchados con inflador y sin ningún tipo de razón.
Algunas señales buenas. Alemany no ha vendido milongazas -su mesura contrasta y empequeñece las simplezas que profiere Anil Murthy-. Tampoco se ha configurado como un secretario de organización sumiso al relato meritonista. Cuando habla se le entiende. Marcelino, al que ni queriendo se le pone el rostro dulce (mejor así), ha incurrido ya en un sorprendente alegato: reclamar el regreso del equipo a sus mejores orígenes tácticos, clamar por un equilibrio defensivo. Frente a tantas idas de olla durante tanto tiempo, tanto olvidadizo frente a la historia propia, son intenciones razonable. En esta dualidad orgánica entre los de allí y los de aquí, los que no tienen ninguna experiencia frente a los que la tienen, el porvenir dependerá de quien se imponga.
Y sí, son solo palabras. Son las semanas de las palabras y las promesas. Pero en esta ocasión parecen fundadas.
Hemos cogido tanto hábito a amargarnos que abundan los bien llamados mimimis, aficionados con la cruz a cuestas dispuestos a quejarse incluso cuando no hay grieta para la protesta. Han sido tantos los motivos para la insatisfacción que un repunte de bienestar no nos hará daño a nadie, ¿no?
Estar dispuesto a remar a favor cuando hay algún signo que lo propicia resulta alimenticio para el porvenir. Lo malo es cuando se hace en base al humo. Mientras otros siguen con la cantinela Marcelino-vete-ya y el tópico manoseado, el valencianismo debe darse una oportunidad.