VALÈNCIA. Ni por resultados ni por sensaciones. El Llevant no está ofreciendo el rendimiento esperado. Ni por la afición, ni por los dirigentes ni por el propio equipo. De forma tajante. Es algo unánime, una sensación generalizada en la grada, motivo de una honda tristeza. Porque más allá del melodrama con que algunos se toman el fútbol, lo cierto es que la mala gestión deportiva (también) de este curso está truncando la mejor trayectoria de la historia de nuestro club, que justo en este momento necesitaba más que nunca estabilidad deportiva para abordar dos proyectos que son puntales en su crecimiento: la ciudad deportiva y la reforma del estadio.
El Llevant no se muestra en esta recta final (y apenas lo ha hecho en todo el curso) como un candidato determinado a morir en el gasón por el ascenso directo, a ser dominador en la categoría, a poner en práctica su presunta condición de gallito.
No todos comparten las causas, como es normal, pero huele a chamusquina la persistencia en algunos argumentos para salvar a Calleja, básicamente mala planificación, lesiones y plantilla sobrevalorada. Comparto el primero; el segundo lo sufren todos y en parte tiene que ver con el primero; el tercero, de ninguna manera. No insistiré en ello. Ahí tienen la hemeroteca. Sea como sea, y ojalá nos equivoquemos, el Llevant huele a promoción. Y no atribuir ninguna responsabilidad al banquillo es inadmisible.
Quico Catalán no va a echar a Calleja, por tres motivos: por el coste económico, aunque sería infinitamente más caro no ascender; porque sólo quedan diez jornadas, más la hipotética promoción, e históricamente el club opta por la continuidad en los tramos finales; y sobre todo porque evidenciaría el enésimo error desde la planta noble de Orriols: la apuesta por Miñambres, el hombre que perpetró una planificación deportiva llena de sombras, que no reaccionó en enero, que trajo a Natfi y después a Calleja. Obviamente si cae el madrileño, Miñambres se tendría que ir con él de cabeza. En todo caso, no perdamos algo de vista: Miñambres hace las operaciones pero nada se firma sin la aprobación de Quico Catalán. Que el patrón Pereira se haya repetido con Nafti, justo la temporada después del superlativo fracaso, no puede ser casualidad. Yo no lo creo, vaya.
Quico no va a echar a Calleja aunque se masca un fracaso colectivo, el de 2022-23, que se sumaría al 2021-22: en los últimos cinco partidos el Llevant ganó al Andorra de milagro, perdió en Huesca con estrépito y empató sin merecerlo ante Ponferradina, Albacete y Málaga. Es decir: sacó 6 puntos de 15 pero bien pudo sacar sólo uno. “Los demás también pinchan”, dicen, como si eso fuera un consuelo para alguien. Los demás no tienen las urgencias estructurales del Llevant. El Granada, si acaso, se nos acerca, en este sentido.
Mientras tanto, ¿han escuchado a Calleja hacer autocrítica? ¿cambiar algo a lo largo de los partidos? ¿probar canteranos? ¿usar sistemas alternativos? ¿Han visto a Calleja reaccionar? Ni ahora ni durante la maldita racha sin perder que escondió una triste verdad: el Llevant que quiere y necesita subir apenas se ha mostrado claramente superior a nadie durante lo que llevamos de liga. En la previa del Sardinero, hemos oído por primera vez que hay que inventar otras cosas, ofrecer más intensidad, ser más verticales. ¿Ara, mare? ¿A falta de diez jornadas? Calleja va a seguir hasta el final, salvo hecatombe. Todos tendremos que dar lo mejor de nosotros en estos diez partidos si queremos obrar el milagro. Y él más que nadie.