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El amor es ciego pero los vecinos no

14/12/2020 - 

VALÈNCIA. Al grano. Los números no dan para hacerse trampas al solitario. Reflejan una cruda realidad: una victoria de los últimos nueve compromisos, catorce puntos en nueve jornadas y en el horizonte, dos duelos de extrema dificultad ante Sevilla y Barça. Las sensaciones son peores. Lo que transmite el equipo es que ganar le cuesta más que escalar el Everest, sin oxígeno y a pleno pulmón, porque aunque los chicos quieren, casi nunca pueden. Aquí conviene matizar: ¿Hay que exigir al VCF? Claro que sí. ¿Se puede dar más? Se debe mejorar. ¿Se le puede reprochar algo a los futbolistas que se han quedado en un proyecto desintegrado, a conciencia, por el máximo accionista? Honestamente, no. Una radiografía desapasionada del Valencia CF invita a plasmar que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque los síntomas son fácilmente detectables.

El banquillo: sobra ‘valentía’ para poner en el disparadero a Javi Gracia, pero se bate el récord del mundo de cinismo cuando se blanquea a la propiedad para vaciar el cargador contra un entrenador al que le ha diseñado la plantilla el enemigo, al que le han hecho un butrón en el talento del grupo y al que, de propina, no le dejaron marcharse so pena de pagar una indemnización, cuando huelga decir que no suele ser bueno que siga un entrenador que desea irse porque se siente engañado. Por más que haya entrenadores de sofá y críticos de Twitter, el gran problema del VCF no es de entrenador. Hay que tener cuello para girarlo al palco. La plantilla: estarán mejor o peor, pero estos jugadores sí merecen y exigen un respeto. Están remando, explorando su propia capacidad, en un mar de aguas revueltas y sabiendo que, gracias a la propiedad, navegan en un barco a la deriva, con más agujeros que el Prestige. Al equipo le faltan, como mínimo y siendo generoso, una pieza por línea. En portería, defensa, mediocampo y delantera. Y se pueden lanzar reproches contra Soler, Yunus, Maxi Gómez, Wass o el maestro armero, pero no se puede tapar el sol con un dedo. Sobra entusiasmo, compromiso y corazón, pero faltan ingredientes básicos para ser un equipo competitivo: experiencia y sobre todo, calidad. A los jugadores del Valencia CF hay que exigirles, desde luego, pero teniendo los pies en la tierra.

Mientras el todavía máximo accionista sigue convirtiendo un club histórico en una empresa histérica, los jugadores que llevan la camiseta del VCF son los que tienen que sacar esto adelante. Todos son conscientes de que el aficionado siempre quiere más y son los primeros en sentir rabia cuando las cosas no salen. Precisamente por eso, merecen una crítica constructiva hacia su trabajo. Cuando comenzó la temporada, la plantilla del Valencia CF debía tener como objetivo pelear por estar en Europa. Aunque fuera por la gatera de la Europa League, pero luchando por Europa. Después de vender a los mejores jugadores que tenía – aunque el presidente siga empeñado en contarnos lo contrario-, e incluso de hacer lo posible y lo imposible por vender a Kondogbia al Atleti cuando no tenía opción de recambio, las posibilidades reales de esta plantilla han disminuido.

Hace unas semanas el objetivo debía ser estar entre los ocho primeros. Y hoy, visto lo visto, sabiendo todo lo que le falta al Valencia y lo que le cuesta ganar un partido, cabría dar por bueno acabar el curso entre los diez primeros clasificados. Habrá quien crea que todo el monte es orégano, que con lo que hay da para mucho más, que Maxi Gómez es Van Basten, que Carlos Soler es Rijkaard, que Kang In Lee es Pablo Aimar y que si la abuela fuma. La realidad es que hay lo que hay. Que este es un Valencia CF de Hacendado, porque así lo ha querido Peter Lim, al que el club le importa lo mismo ocho que ochenta que ochocientos cincuenta. Esto que se refleja en el campo es obra de Lim, pero en la fogata particular de la culpabilidad no se puede quemar en la misma falla a chicos que lo están dando todo, mejor o peor, pero que están tratándolo de hacer lo mejor que saben, ganen o pierdan. Ellos, mejor que nadie, saben que la cosa se podría poner fea. Y saben que la afición está muerta de miedo. Lo sienten en cada partido y esa mochila pesa una tonelada.

La palabra tabú es “Segunda”. Su pronunciación genera un pavor tremendo y no es para menos. La mera posibilidad de descender no sólo pondría en jaque al club, sino que pondría en serio peligro la supervivencia del mismo. Nadie quiere pensar en esa posibilidad y precisamente por eso, hay quien carga contra los jugadores y el entrenador, para hacer ver su descontento. Lo que no sirve es, con la bufanda puesta, echar porquería sobre los que están intentando arreglar el desastre perpetrado por Meriton Holdings. Una cosa es criticar y otra, blanquear. El amor es ciego, pero los vecinos no.  La culpa, para los que la tienen. Y el respeto, para los que se lo merecen. En Primera o en Segunda, si un 'gestor' puede más que unos cuantos, que esos cuantos no lo olviden fácilmente.


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