OPINIÓN 13 DE NOVIEMBRE 

El ángel que viste de rojo

24/09/2019 - 

VALÈNCIA. Aitor Fernández es el mismo que a finales de julio de 2018 agradecía al Levante que hiciera realidad el sueño que tenía de niño de jugar en Primera, ese que acarició semanas atrás en la guarida del Numancia. Un tipo honrado, trabajador y que esperó la oportunidad de debutar en la máxima categoría el 2 de febrero en un empate sin goles ante el Getafe. Mientras tanto se conformó con la Copa, dejando su sello, sobre todo, en la eliminatoria ante el Lugo. En el anonimato aguantaba el tipo y en esos momentos de frustración era Oier quien le cogía de la mano. Era el mejor psicólogo posible. Rivales entre palos, pero por encima de todo compañeros por el bien del colectivo. Ahora los papeles han cambiado. Aitor brilla y Oier, que pidió salir en verano y su nombre apareció sobre la mesa en un trueque con el Girona por el ahora sevillista Bono, vive a la sombra de uno de los mejores porteros de la categoría. En esa bipolaridad que transita el Levante, en busca de un equilibrio que aparece a fogonazos, el meta titular es el responsable de esos siete puntos —más resultados que sensaciones positivas— y de esos dos partidos seguidos en casa sin encajar un gol del rival (Valladolid y Eibar). En sus 20 apariciones del ejercicio pasado en competición oficial solamente se logró en una ocasión en Liga (4-0 al Betis, el 24 de abril) y en la vuelta de dieciseisavos de Copa frente al Lugo (2-0).

Por Aitor hay unanimidad en esas corrientes de opinión que prácticamente no dan tregua al resto de sus compañeros. Por él hay un pensamiento único: está siendo el mejor en un Levante que en estas primeras cinco jornadas no ha terminado de plasmar una versión homogénea y reconocible. Paco López sale a once, esquema y pretensión futbolística diferente por encuentro. El guardameta, Vezo y Campaña son los únicos que han disputado los primeros 540 minutos. Su rendimiento (lleva 22 paradas) es sin duda el mejor aval para cuadrar sus condiciones contractuales a su rol de protagonista. O como mínimo que la diferencia no sea tan abismal. “Preguntadle a Quico”, respondía con una sonrisa de complicidad en la zona mixta del Ciutat tras una nueva demostración de seguridad. "El club está a gusto conmigo y yo con el club. Será cuestión de tiempo", argumentaba aún con un semblante del esfuerzo de otro partido imposible de catalogar. Echó balones fuera y evitó mojarse más de la cuenta porque es un tipo prudente y controla sus palabras ya que entiende que debe responder en el campo. Aitor está en alza y es cuestión de tiempo que se cierre esa revisión salarial que se aplazó hasta que no se cuadrara el fair-play financiero que tanto trajo de cabeza hasta el último instante del mercado. Un premio merecido para un ángel que viste de rojo. Un movimiento justo y necesario para reforzar más todavía al artífice de la agónica resistencia en Montilivi. Tiene contrato hasta 2022 y el Levante pagó por él para traerlo de Soria, con Oier renovado y todavía sin cerrar la salida de Raúl Fernández a Las Palmas. 

Es un hombre cien por cien de Paco. El míster es su gran valedor. Su portero en el filial del Villarreal y ahora entre los tres palos de Orriols, aunque le costó aferrarse a la titularidad de una portería en la que la sombra de Keylor siempre ha planeado por los que han seguido sus pasos. Un portero que ha crecido con Nico Bosch, a lo Luis Llopis con el ‘tico’ Navas. Su situación no admite debate alguno. No existe esa bipolaridad. Ni esa impaciencia que acompaña a los Rochina, Campaña, Morales, Borja Mayoral, Roger o Vukcevic. Solamente hay una cara y es positiva. Aitor Fernández es decisivo partido tras partido. 

El descenso de Rubi

El Levante firmó su defunción en la 2015/16 en el Villamarín. Una derrota por la mínima (1-0) que Deyverson, Simao Mate y Feddal —sobre todo los dos primeros— quisieron ‘celebrar’ en una salida nocturna injustificable. El cadáver ya olía a descenso tras aquella bofetada por mucho que su entrenador (Rubi) lanzara pestes a un servidor públicamente en rueda de prensa por transmitirle la realidad de unos aficionados decepcionados con su equipo, que se veían irremediablemente en Segunda División, y que además en el siguiente desplazamiento viajaron en masa a Granada para comprobar como su Levante era un juguete roto y sin alma. 

Entiendo que el escenario no era el adecuado cuando llegó, que tomar las riendas de un equipo en la víspera de un Derbi en Mestalla, con solamente una victoria en nueve partidos (4 puntos de 27) y con un entrenador con el que no se confiaba (Lucas Alcaraz) pero se decidió contar con él porque había logrado la permanencia, era un riesgo con pocos visos de llegar a buen puerto. Pero Rubi tampoco puso de su parte y vio más ‘charlies’ de la cuenta. A destiempo, y ya con los dos pies fuera del Levante ya que Tito no contaba con él para el ‘casting’ que estaba realizando con el único objetivo de regresar de inmediato a Primera, quiso corregir sus errores, tender la mano, hasta incluso se enteró de situaciones que desconocía (o daba a entrever que no las tenía controladas), pero ya no tenía sentido limar asperezas. 

El Espanyol está en Europa gracias a él (y por los goles de Borja Iglesias sin esa pegada ahora de verdiblanco), aunque también evitó la destitución cuando entre las jornadas 12 y 21 sumó simplemente tres puntos que lo colocaron muy cerca del descenso. Ahora lleva las riendas de un equipo con una exigencia superlativa. Un Real Betis que vive al extremo para lo bueno y para lo malo. Un proyecto que no carbura. Sin un equilibrio defensivo y sin apenas impulso en ataque, Rubi no da con la tecla y esos cinco dígitos en su casillero son insuficientes para el potencial de su plantel. La cita de hoy ante el Levante se convierte en una final imprevista. En el recuerdo está el 0-3 en el arranque de la pasada temporada (17 de agosto de 2018), el del doblete de Morales, con un segundo gol que dio la vuelta al mundo. 

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