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covid-19

El año que congelaron su juventud 

La covid-19 ha cambiado el modo de vida de una generación que concibe como un espejismo aquellos días en los que se reunían con los amigos, disfrutaban de la compañía de sus abuelos y hacían planes de futuro. Incluso les ha quitado la rebeldía propia de una etapa de crecimiento y madurez

| 16/01/2021 | 10 min, 46 seg

VALÈNCIA. En esta segunda —o tercera— ola de la pandemia los jóvenes han sido tildados de egoístas, de personas que viven a espaldas del coronavirus y celebran botellones o fiestas clandestinas sin preocuparse de si contagian o son contagiados. En otras palabras, siguen con la vida que tenían antes porque «este virus no va con ellos». Noticias como las fiestas clandestinas en las residencias de estudiantes ratifican esa creencia. Sin embargo, el relato que escriben y, quizá menos conocido, muestra una realidad bien distinta, marcada por el miedo, la ansiedad y la indignación. También la resignación ante políticas que no comprenden, como el cierre de parques o el toque de queda. «El virus nos ha quitado nuestra forma de ser; la vida que teníamos antes de todo esto es casi un espejismo», lamenta más de uno. Y apuntan una anécdota que hace pensar: «¿No os parece raro ver una película sin que los actores lleven mascarillas?».

No solo eso. Las restricciones impuestas por el Gobierno para intentar controlar la pandemia les han impedido disfrutar de momentos casi históricos en la vida, como la graduación, la celebración de los dieciocho años, el viaje de fin de curso y un largo etcétera de actividades y actos que ya quedaron atrás. Tampoco vendrán otros porque la pandemia les va a privar de esa libertad que ansían por un tiempo mayor al esperado inicialmente. «Estoy cansada de no poder hacer nada de lo que se supone que debería hacer a mi edad; no podemos salir de la Comunitat Valenciana, irnos de fiesta, quedar con más de seis personas... Nos han privado de nuestra libertad», dice con hartazgo Sofía Turró, de diecisiete años. Pese a ello, cumple las normas por «responsabilidad» y con la esperanza de que pronto pase la pandemia. 

A sus veinte años, Arantxa Miñana le resta importancia a esos momentos que se ha perdido y critica que se les tache de «irresponsables» aun cuando cumplen con la norma. A su lado, Melani Puyol asiente diciendo que «parece que si no salimos de fiesta nos quitan la juventud, pero eso es una falsedad porque en el momento en que todo esto termine saldremos de fiesta y haremos todas esas cosas que ahora no podemos hacer». Palabras que son avaladas por el resto de sus compañeros de clase, que estudian el Grado Superior en Animación Sociocultural y Turística en el instituto del Grau de Gandia Veles e Vents. 

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Pero lo cierto es que la juventud está en el punto de mira, eclipsada por las reiteradas fiestas en las residencias o los botellones en las ciudades. «Soy consciente de que se incumplen las normas, pero la gran mayoría somos responsables», comenta Luis Peiró, de dieciocho años, criticando que «es más fácil culpar a los jóvenes que a los más mayores». Lo dice recordando que los brotes de contagiados no aparecen entre la juventud sino a raíz de eventos familiares o en entornos laborales.

De algún modo, cada uno de ellos ha cambiado desde aquel 14 de marzo en el que se decretó el estado de alarma. De la noche a la mañana sustituyeron la calle por la casa. Quince días, dijeron, así que muchos se lo tomaron como «unas minivacaciones». Dejaron los libros apartados y ocuparon las horas de clase viendo series, jugando a la consola y supliendo la necesidad de socializarse con programas de mensajería instantánea y redes sociales. «Al principio me lo tomé bien y pensé que iba a tener tiempo para mí, pero al ver que cada semana se iba alargando más el confinamiento me fui agobiando y desmotivando», explica Arantxa. 

Por su parte, Martina Guerricabeita pasó de tener una vida social muy activa a quedarse en casa con su padre y su hermano. Ella cambió sus rutinas y perdió los hábitos. Muchos de ellos llegaron incluso a levantarse a media mañana y a padecer insomnio: «Mi rutina se había cortado de raíz y me costaba dormir, incluso hubo noches que las pasé en vela», comenta Javier Alemany. Horarios que les ha costado recuperar incluso ya iniciado el nuevo curso escolar. 

Miedo a contagiar a la familia

Hoy, la gran mayoría siente miedo. Ese temor por la posibilidad de contagiar a un familiar les lleva a respetar aún más las normas: «No podría vivir con la conciencia tranquila si alguien de mi familia se contagia por mi culpa». La respuesta es de Raúl Delgado, quien vive con su abuela de 92 años, pero refleja el sentimiento generalizado de todos ellos. Tanto es así que el hecho de no poder abrazar a sus abuelos o a personas de riesgo próximas a ellos les pesa más que no poder reunirse con sus amigos para irse de fiesta. «Lo que más añoro y me duele es no poder ver a mis abuelos porque son ya mayores y tenemos miedo de que les pase algo», dice con melancolía Arantxa. 

Ese amor por los más mayores de la casa es tal que una de las primeras cosas que hizo Martina fue ir a visitar a sus abuelos cuando pudo. Sin embargo, no va tan a menudo como le gustaría porque su abuelo es de riesgo: «Le vemos con mascarilla y mi abuela dice que nos la quitemos, que el virus está en la calle, pero no es consciente de que nosotros podemos llevarlo a la casa». Algo parecido le ocurre a Ainhoa Arce, que con tristeza dice: «Nos están quitando parte de la vida de estar con ellos porque no sabes hasta cuándo vivirán». 

«No podría vivir con la conciencia tranquila si alguien de mi familia se contagia por mi culpa», asegura Raúl Delgado, que vive con su abuela

La psicóloga y profesora de la Universtat de València, Esperanza Navarro Peiró, señala que la juventud «no tiene la misma conciencia ni la misma necesidad de aislamiento que las personas adultas porque están en una etapa de desarrollo donde las relaciones sociales son vitales». Por ello, durante el confinamiento, compensaron esa necesidad a través de las redes sociales. También llevó a alguno de ellos a saltarse las normas del estado de alarma. Una explicación, concreta,  que tiene mucho que ver con el propio desarrollo del cerebro, pues todavía no es lo suficientemente maduro como para haber desarrollado habilidades como la capacidad de inhibición de respuesta, el control y la capacidad de gestión o la motivación y orientación a metas.

Una rebeldía sin maldad en muchos de los casos cuyo único propósito era estar con sus amigos. Es el caso de Edu, Carlos, Roberto y Guille, que en más de una ocasión rompieron las normas y fueron amonestados por las autoridades. Entre sus ‘trastadas’ está irse a la terraza de la finca de un amigo, infringir el toque de queda nocturno o alargar más de la cuenta el rato para tirar la basura.

«Una vez me tuve que tirar al suelo porque vi las luces del coche de policía y tuve miedo de que me vieran», dice entre risas Edu. Cuando ya fue posible juntarse más de seis personas, celebraron una fiesta en casa de uno que «terminó con la borrachera del año a las tantas de la madrugada y uno de nosotros sin saber cómo llegó a su casa». Dos de ellos fueron amonestados por estar en la vía pública a las tantas de la madrugada. 

Rebeldía de una juventud confinada

Uno de los momentos más esperados fue cuando levantaron las restricciones. Muchos quedaron con sus amigos, cumpliendo a su modo la distancia social y disfrutando de aquello que no pudieron hacer durante  el confinamiento. «Como solo podíamos salir por la tarde y a esa hora tenía clase de inglés online, algunas veces me la salté porque prefería ir a hacer skate con mis amigos», comenta Sofía sin ocultar que la mascarilla no la consideraba tan imprescindible como ahora. A su lado Martina, amiga de clase en San José de Calasanz (València), asiente con cierta resignación.  

Con la llegada del verano y casi en el mismo fin de semana que abrieron las discotecas, muchos de ellos aprovecharon la oportunidad para disfrutar de una noche de fiesta. Y más porque por aquel entonces «la situación parecía que estaba controlada». En el caso de Martina salió de fiesta en El Perelló hasta que comenzaron los rebrotes en la localidad. También pasó una noche en Dénia: «Tenía muchas ganas de ir a una discoteca y bailar, así que aproveché la oportunidad. Eso sí, me sorprendió que nos juntaran con otra mesa o que no llevaran un mejor control de la mascarilla».

«Soy consciente de que se incumplen las normas, pero la gran mayoría de los jóvenes somos responsables», comenta Luis Peiró

Precisamente, ese escaso control y el aumento de los casos de coronavirus en la Comunitat Valenciana quitó a muchos de ellos esas ganas de fiesta: «Un día fuimos a la zona del puerto y las terrazas estaban llenas, así que nos marchamos». Neus, por ejemplo, se fue a Calpe porque le apetecía bailar pero no regresó más: «Tuve miedo por mi familia y no disfruté nada». Otros, como Blanca, prefirieron recuperar aficiones de antaño: «Me pasé el verano jugando al baloncesto y con los amigos de siempre; ha sido el mejor verano de los últimos tiempos».

Muchos de ellos no aceptan el toque de queda nocturno pero lo acatan. Eso sí, quedan más pronto en el bar para tomarse algo y se las ingenian para quedar en la casa de alguien: «No me junto con muchas más personas así que no le veo ningún problema», comenta Carlos. Hoy, no percibe con tanto miedo al virus y su actitud ha cambiado con respecto a los días de  confinamiento, donde siguió el protocolo de desinfección a pies juntillas —su padre es de riesgo—. 

Esa reducción del contacto de personas que comenta Carlos ha sido un hecho generalizado entre la mayoría, llevándoles a ordenar las amistades. «Durante el confinamiento me di cuenta realmente de quién era mi amigo y ahora priorizo a quién ver», comenta Borja Gómez, de diecisiete años. 

¿Habrá efectos colaterales? Esperanza Navarro cree que es demasiado pronto para hacer un balance de las posibles consecuencias de la covid-19 entre la juventud, pero resalta que puede haber un deterioro del estado físico y secuelas psicológicas. «En estos meses no han tenido derecho a nada y habrá consecuencias psicológicas que veremos más adelante porque la pandemia es lo que denominamos ‘un estrés continuado’, cuyas consecuencias son más acusadas en los jóvenes». La ansiedad, la depresión o la incertidumbre hacia el futuro son algunas de las consecuencias que pueden aparecer por la covid-19. «Esta pandemia es un examen a la sociedad y la respuesta dependerá también de la persona y de sus allegados».

Los más mayores sí que ven esa incertidumbre por abrirse paso al mercado laboral en un momento tan delicado; la gran mayoría se queda con momentos felices. Como el de Neus que salió a ver una estrella como si nunca hubiese visto una; el de Martina y Sofía, que conocieron a una persona especial, o el de Edu, que asegura que no podría haber aprobado el bachillerato y las PAU de otro modo. A otros, como Borja y Mª Ángeles Zanón, el confinamiento les llevó a recuperarse de una situación delicada. «Ahora me veo genial, es como si el coronavirus me hubiese dado una segunda oportunidad», reflexiona Mª Ángeles.  

* Lea el artículo completo en el número de enero de la revista Plaza

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