VALÈNCIA. Quizás porque el Hertha de Berlín no figura entre mis clubes favoritos de cuantos disputan la Bundesliga, he de reconocer que, cuando empezaron los rumores sobre su posible incorporación al Valencia, nunca había oído hablar de Omar Alderete. Solo sabía lo que proclamaban los medios de comunicación: que era un central paraguayo, que contaba con 24 años y que llegaba cedido al club de Mestalla tras menos de 50 partidos en Europa, la mayoría de ellos en el Basilea suizo.
De Alderete me hacía gracia su apellido, tan proclive a rimas con términos como Albacete, ojete o la segunda persona del singular de muchos imperativos, y me reconfortaba que fuera una petición expresa de Bordalás, lo que significaba que el defensa sería un tipo duro, rocoso y leñero, de los que tienen en la cabeza esa máxima ancestral en los zagueros que dice que si pasa el balón no pasa el hombre. En fin, que el futbolista paraguayo intentaría rescatar para el Valencia un tipo de defensa central que siempre ha ofrecido un gran rendimiento en el club. Ese cacique del área que hace bueno al que juega al lado suyo porque impone autoridad, marca territorio antes de que el delantero toque el balón y se encara con el árbitro como si le dijera “si me amonestas, también te arreo a ti”. Los ejemplos más expresivos de este tipo de futbolista en los últimos 20 años han sido Fabián Ayala y Nicolás Otamendi, dos centrales físicos, potentes y dominantes que los valencianistas disfrutamos con suerte diversa. Ayala simbolizó el mejor Valencia de la historia, consiguió goles que todavía permanecen en nuestra memoria y se marchó con una burla memorable al Villarreal, mientras que Otamendi llegó casi por error, fue el jefe de la banda de Nuno durante un año y su traspaso significó la primera señal de que, para los vividores de Singapur, el Valencia iba a ser un bazar en el que el rendimiento económico a corto plazo tiene más importancia que el deportivo a largo.
Alderete pretendía ser la resurrección adaptada a la década de los 20, de aquellos dos mitos argentinos, pero, dadas las circunstancias, ha resultado ser un Ayala de Hacendado, una marca blanca en modo low cost del mítico defensa de primeros de siglo, el máximo que nos podemos permitir en estos tiempos. Si en 2000 le arrebatábamos a Ayala al Milan por unos míseros tres millones de euros, lo elevamos a la categoría de mejor central de Europa y llegamos a rechazar una oferta del Real Madrid de casi 15 millones por él, ahora solo podemos pedirle prestado a un equipo de media tabla de la Bundesliga a un central que era suplente en el conjunto alemán. Nos sirve igual, porque Meriton ha transformado el equipo en una colección de saldos, en una plantilla de marca blanca que solo les aprovecha para promocionar futbolistas cara a una futura venta en su misión de esquilmar el patrimonio del club.
El Ayala de Hacendado ha resultado ser un jugador útil para el equipo que tenemos, un futbolista al que le está costando pillarle la intensidad a la liga española, en la que ha salido a casi una tarjeta por partido, y que ha enseñado algunas carencias pero también un espíritu que, en cierta manera, nos recuerda a la primera marca, la que estábamos acostumbrados a disfrutar hasta que Meriton se quitara la careta y dejara de disimular que su verdadera intención era robar a manos llenas el patrimonio del club.
En algunas ocasiones he escuchado voces que reclaman la intervención de un empresario valenciano para librar al club de las garras de los especuladores asiáticos. Un potentado que ponga la pasta y le compre a Lim lo que queda del club para devolvérselo a sus verdaderos propietarios. Y he oído muchas veces el nombre de Juan Roig como ejemplo de ese mesías podrido de dinero que de forma altruista vendría a rescatar a la entidad moribunda. Pero mucho me temo que lo único que nos recordará al dueño de Mercadona en el Valencia del futuro próximo son las versiones de Hacendado de jugadores que hicieron historia en su día en el club.