VALÈNCIA. Hay que extirpar cuanto antes el veneno de la eliminación de la Copa del Rey. Es normal que el luto tras una despedida con honores aún rondara en las piernas y, sobre todo, en la mente de un Levante que no compareció en San Sebastián. Fue increíble que el equipo no volviera a casa con una goleada de escándalo. Que quede como algo puntual y sea el empujón hacia un reseteo necesario. Hay que pasar página y empezar a reconstruir las piezas y ordenar el desaguisado (físico, futbolístico y emocional) que ha provocado quedarse a las puertas de la final. Al margen de una permanencia que está encarrilada, aunque sin relajarse, hay retos por delante para no caer en la autocomplacencia y dejarse llevar en los 12 partidos que quedan. Está más cerca la zona continental que el pozo de la clasificación.
Es imprescindible que se vacíe la enfermería y recuperar un once tipo que se consolide. La intensidad del calendario, con partidos cada tres días y la plaga de lesiones que azotó a la plantilla en un momento clave y acumuladas en la misma demarcación, obligó a dosificar esfuerzos para evitar males mayores. El concepto equipo brilló en su máxima expresión, y así seguirá porque es el primer mandamiento del mister de Silla, pero tampoco hay que ser excesivamente compresivos y pasar por alto que hay limitaciones, que hay distancia entre el nivel de los titulares y los suplentes. No hace falta poner nombres. Creo que es evidente, también para los protagonistas. Hay que verlo, asumirlo, aceptarlo y corregirlo.
Paco López y su cuerpo técnico, jugadores, aficionados y todo el levantinismo necesitamos que la herida de la Copa cicatrice y no haya más secuelas. Fueron unos días de identificación, sentimiento, pertenencia y agradecimiento que no tuvieron precio. El crédito emocional conquistado tuvo un valor inmenso. Soñando lo imposible. Soñando con estar en La Cartuja. Honor y dolor. Rabia y orgullo. Porque los pequeños se entristecen por los descensos, mientras que los grandes lo hacen por las derrotas en una semifinal como la del pasado jueves. El Levante debe interpretar esta travesía copera como un principio, como ese paso al frente para dar el estirón, para enterrar los mínimos y subir un par de escalones en la pirámide de la exigencia. Porque este equipo ha demostrado que está capacitado para pelear contra cualquiera. Las bases están trazadas. Ahora no hay que desviarse del camino. El futuro ilusiona pese a que el yugo económico asfixia.
Hay que recuperar el equilibrio. Ni el desastre del arranque liguero (un triunfo en las primeras diez jornadas), ni el embrujo de la Copa ni la catástrofe de Anoeta. Esa habitual montaña rusa de emociones que provoca el Levante. Ni eres más ni menos granota por exponer ese antagonismo de sentimientos. Lo que la Copa del Rey ha conseguido es elevar a la máxima potencia el orgullo al escudo. Que así siga. Y no hay mejor encuentro para consolidar esa química y dejar atrás el disgusto de no poder estar el 17 de abril en La Cartuja que un derbi con la presión de sentir el aliento del Valencia en el cogote, a solamente dos puntos de distancia y que se presentará al Ciutat sin Carlos Soler, Gayá, Maxi Gómez y Racic por sanción. Uno de los desafíos que quedan en el calendario es acabar la temporada por delante del vecino. Además, a Paco López, acostumbrado a derrotar al Barcelona, Real Madrid y ahora al Atlético de Madrid, aún se le resiste el primer triunfo en este partido tan señalado y que tanto motiva: cinco encuentros, tres derrotas y dos empates.
Lo que más rabia me da, como sucedió en la vuelta de las semifinales, es que el estadio esté vacío para vivir un nuevo Levante-Valencia. Ha pasado un año y un día de la última cita en Orriols con público. Desde el gol de Roger Martí de aquel 8 de marzo de 2020 contra el Granada ha sucedido de todo y para escribir un libro: la segunda mejor clasificación de la historia en Primera División con los 49 puntos tras el tanto de Coke Andújar en el cierre del ejercicio 2019/2020 frente al Getafe (1-0), las mudanzas al Camilo Cano (dos victorias, dos empates y dos derrotas) y La Cerámica (un empate y una derrota), la bofetada en Mestalla en el arranque de la actual temporada después de adelantarse dos veces en el marcador, los ocho encuentros sin ganar que cuestionaron la figura de Paco López, el estreno de la nueva cubierta del Ciutat contra el Deportivo Alavés, los 1-1 en noviembre, la internacionalidad de Campaña y su posterior lesión que le mantiene fuera de combate casi cuatro meses, las victorias en Valdebebas y el Wanda Metropolitano, la renovación de Morales que se convirtió en cuestión de Estado, una Copa del Rey que ha quedado para la historia y, mirando al próximo proyecto, el jaleo del tope salarial que obliga a vender por casi 17 millones de euros para cuadrar cuentas.
Para afrontar el derbi y lo que viene, al equipo le urge aire fresco. En ese perfil emerge la figura de Dani Cárdenas. Es una locura el impacto que está provocando con solamente tres partidos en Primera División, más su protagonismo en la Copa. La suya es la historia de un profesional de 23 años con la personalidad suficiente para afrontar tesituras tensas, en plazas complicadas, con una entereza enorme pese a su inexperiencia. La vida le ha llevado a potenciar un carácter fuerte y una fe visible en sí mismo. Su crecimiento tiene dos claves: la admiración por los demás y la paciencia. Quizá de ahí salieran las palabras que, nada más terminar su debut en la máxima categoría en Pucela, le dedicó a sus compañeros de plantilla entre palos.
Determinante en el triunfo en el Metropolitano y clave en el Reale Arena para que la derrota no fuese más sonrojante, Cárdenas ha destrozado la puerta de LaLiga Santander y ha generado un bendito problema para Paco. Dos porterazos. Dos titulares. El viernes, coincidiendo con el partidazo, se cumplirá un año de su renovación hasta 2022, con opción a dos temporadas más por rendimiento y una cláusula de 20 millones de euros. Su explosión ha generado una vía de mercado y un ‘alivio’ en caso de que se decida traspasar a Aitor Fernández la próxima temporada. Y ahí está siempre el Athletic, que prescindirá de Iago Herrerín, que acaba contrato, cederá al canterano Ezkieta y necesitará a un arquero que pueda disputarle la titularidad a Unai Simón, por quien no se descarta que los vascos hagan caja. Pero ojo con el propio Cárdenas, que tiene muchos focos apuntándole de fuera de las fronteras de Orriols y además de primerísimo nivel.