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Bombeja Agustinet! / OPINIÓN

El derby y la cagarruta del colom

20/12/2021 - 

VALÈNCIA. —T'ha cagat un colom en la jaqueta –señala con el dedo índice–. Quan te veja ta mare voràs.

Justo en la chaqueta blanquísima con detalles en negro y naranja. En el pecho. El chaval se busca y, al darse cuenta de que la cagarruta es el escudo del Valencia CF, la terraza del bar estalla en carcajadas. La víctima saludaba a unos conocidos. El que ha señalado la anomalía ha intervenido desde otra mesa. Juega con ventaja. En casa. En el corazón del Cabanyal. Sabe que la mayoría es del Llevant, que los pocos del Valencia son de aluvión y se sumarán a las risas.

La socarronería no siempre marcó la relación histórica entre granotes y merengots. A veces hubo pistolas desenfundadas, broncas, pintadas, invasiones de campo, funerales, esquelas, insultos y guantazos, etcétera. Los que niegan la rivalidad ignoran la historia.

En verdad la socarronería fue un recurso más elaborado por parte blaugrana. ¿Qué quedaba en los 80 más que mantener la rivalidad a base de ingenio? Futbolísticamente no había color. Hoy es distinto. Hoy, a muchos, la realidad les duele. Por lo suyo y porque la distancia, que era abismal, ha menguado. Y ello pese a que el papel de segundones ante un Valencia diseñado desde su fundación para la hegemonía, siempre fue desafiado por unos cuantos osados levantinos. Siempre.

Desde mediados los años 60 hasta llegado el siglo XXI lucir una simple bufanda (o un escudo en la carpeta, en el colegio) en ciertos barrios de la capital o en algunos pueblos era considerado una provocación. Hay casos y casos de granotes que crecieron en esa adversidad ambiental. Imaginen 39 años en planetas distintos, unos en Europa, otros ante el Rayo Ibense. Entre el 65 y 2004 así fueron las cosas. Y, fuera del césped, ninguneo, paternalismo y burla. La deserción fue masiva. Al otro lado, el irresistible tirón de un club construido para ser hegemónico en la capital, en su hinterland y, si me apuran, en toda València, del Sénia al Segura.

El Llevant, sin embargo, escapó de ese guion terrible. Y tras catorce temporadas en Primera durante el siglo XXI (y una participación europea) muchos merengots anhelan aquella hegemonía arrolladora. Más aún en la actual coyuntura societaria. Esa pulsión siempre queda al descubierto con el derby, sobre todo entre quienes niegan su existencia. Y más en el contexto de crisis deportiva en que vive inmerso el Llevant. No es cosas de ultras. Es gente a la que importuna que se ose disputar la hegemonía urbana a su Valencia CF. Se les antoja intolerable. No es por los seis puntos seguros que jamás ganan. Es el estadio, el femenino, el fútbol sala, la función social de la Fundación y el deporte adaptado, el balonmano, Natzaret… Es, sobre todo, la posibilidad de futuro que representa (pese a todos los pesares) la estructura societaria granota, es la implantación en los colegios, son las victorias de prestigio, es el crecimiento de la masa social…

La supervivencia del Llevant, tantos años a la sombra de un club poderoso, es un asunto insólito. En otras ciudades equipos así se diluyen ante el vecino. El Llevant, sin embargo, siempre tuvo quien lo sostuviera. Fue el gran pionero en la capital, se enseñoreó de Valencia, fue el gran protagonista, en su bicefalía, entre 1909 y 1925, cuando el Gimnàstic fue campeón por última vez. En esas apareció el Valencia, como el gran proyecto de club que supo aunar el apoyo finaciero e institucional y, pese a todo, el Llevant aún le plantó cara en los años 30.

Los momentos emblemáticos de la rivalidad (años 20, 30, 60, siglo XXI) y la propia e ímproba supervivencia levantina sucedieron siempre frente al poder. A veces lo tuvo tan enfrente como en la inmediata posguerra, cuando el mapa del fútbol se diseño de espaldas al último campeón de Copa (37). El franquismo castigó y engañó al Llevant por la inequívoca militancia democrática de sus bases. Otras veces, sencillamente porque los resortes de la Valencia futbolística los activaban los mismos que fundaron el club de Mestalla y que lo diseñaron para la hegemonía. El levantinismo molestaba, se resignaba y tragaba. Los episodios de los años 20, 30 y 40, con la Federación y el Colegio de Árbitros como apéndices merengot son los pilares sobre los que se forjó el gran Valencia campeón. Sí, es la prehistoria, pero lo cierto es que, hasta la llegada de Lim, el Valencia y el poder omnínodo que ejerció en el fútbol valenciano, manó del ullal de siempre, el del poder político y económico. Otra cosa es su afición. Los dirigentes construyeron un buen producto, atractivo y exitoso que fue goloso para muchos valencianos. Nada que reprochar. Es el mercado, amigo.

Pero el levantinismo lo resistió todo. El orgull granota se forjó en los márgenes del fútbol estricto. No había otra. Siempre estuvimos aquí. Inasequibles a la adversidad, estoicos. Aunque una gran parte de la prensa nos ninguneara una y mil veces, y lo siga haciendo aún. Aunque nuestro palco siempre estuviese vacío de empresarios y políticos. Nosotros siempre vivimos envueltos de conflictos, que a menudo parecían irresolubles, como los que se debatirán en la junta del miércoles, a la que cualquiera, por cierto, puede asistir con diez acciones. Y en esa maraña permanente de sinsabores nos hemos hecho indestructibles, capaces de lo mejor y de lo peor, dispuestos siempre a dejar impronta de las gestas más inverosímiles. 

Como ganar el derby, truncar la racha e iniciar el camino de la salvación. Como superar el actual bache societario, salir reforzados y seguir con el plan de ruta diseñado en los albores del siglo XX: una Valencia teñida con nuestros colores. Sin obsesión hegemónica, pero con firme vocación de superación. Pendientes de nosotros mismos, jubilando el yunque, la socarronería (que es síntoma de debilidad pero también de supervivencia) y hasta el colom que se cagó en la chaqueta blanquísima.

Los once levantinos que salten al césped de Orriols deben escuchar las gestas de Juanito Puig, Trencatobillos, y de Agustí Dolz, el del Bombeja!, antes de enfundarse la blaugrana; deben perder un jirón de piel en cada balón disputado, en cada lance; deben llevar sus corazones hasta el límite; deben defender el orgullo de las generaciones que pueblan la grada, hoy y desde hace 112 años, como si se tratara de sus propias familias. Deben vencer, de forma inaplazable. Como si la vida les fuese en ello. Porque la vida nos va en ello. Porque son los tres puntos más importantes de nuestra vida. Como para no morir por el escudo. Prometemos olvidar los últimos 25 encuentros de liga. Eso sí: entregadnos hoy la victoria y construyamos el futuro, iniciado hace once décadas, de una València granota.

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