VALÈNCIA. Muy poca gente sabe que yo era un chalado del fútbol. Un obseso del balón. Lo veía todo, lo leía todo, lo sabía todo. Podía recitar la alineación de todos los equipos de Primera. Conocía a los mejores jugadores del mundo. Y no a unos pocos: a cincuenta o cien. Y recordaba un montón de datos absurdos que se me quedaban varados en la memoria: Maceda medía 1,90; López Ufarte había nacido en Fez (Marruecos); Sócrates tenía un talón muy desarrollado que le permitía tener un toque de tacón asombroso; Ardiles llevó el dorsal número 1, pese a que no era el portero, porque en un Mundial Argentina decidió numerarlos por orden alfabético… Chorradas.
Así que cuando entré a trabajar en un periódico a principios de los 90, yo quería escribir de fútbol. Pero como era el último mono, escribía de casi todo menos de fútbol. Yo insistía e insistía y al final me mandaban a Mestalla a hacer lo que nadie quería. Husmear por el palco para ver si me encontraba la noticia, como el día que Lubo Penev y Paco Roig se enzarzaron a guantazos. O la temporada que Vicente Furió me encomendó la tarea de entrevistar a jugadores del equipo que se enfrentaba al Valencia. Si el rival era muy pequeño, la faena era especialmente compleja. Porque venía el Murcia, salía del vestuario un jugador sin camiseta, claro, y eras el único que le requería. El chaval te atendía amablemente y tú ibas haciendo preguntas sin tener la más remota idea de quién era ese futbolista. Mientras respondía, te fijabas en el corte de pelo, los rasgos de la cara, la estatura… Un acertijo. Al acabar, ibas corriendo en busca de algún periodista veterano y le suplicabas que te dijera quién demonios era esa persona a quien habías entrevistado. No siempre había respuesta.
Un día me cansé. Fueron pasando los meses, los años y al final acabé recluido en la redacción del periódico para tomar la información que mandaban los enviados al campo. Durante el partido, los compañeros y gente de otras secciones se acercaban a la televisión para ver cómo iba el asunto. Mientras, yo, asqueado de tanto fútbol y tanta mentira y tanta estupidez, leía. Buscaba algo interesante en internet y leía. O abría un periódico o una revista y leía. Y cuando cantaban un gol, levantaba la cabeza, veía la repetición y seguía leyendo. De vez en cuando, algún jefe pesado interrumpía mi lectura para ordenarme que hiciera un breve contando que Fulanito se perdería el siguiente encuentro porque había visto la quinta tarjeta. Lo hacía… y seguía leyendo. Hasta que acababa el partido y empezabas a trabajar a un ritmo frenético porque solía ser por la noche y acechaba la hora de cierre.
Yo siempre fui del Barcelona y mi desencuentro con el fútbol coincidió con la resaca del Dream Team. Tras la exuberancia de Johan Cruyff, llegó la depresión. Así que dejé de ver los partidos de fútbol. Todos. No veía nada. Simplemente no me interesaba y, en cambio, crecía mi atracción por otros deportes mucho más estimulantes: baloncesto, pilota, tenis, motociclismo, golf… Y, por supuesto, el atletismo.
Hasta que un año Guardiola se hizo cargo del Barça y me vi forzado a claudicar. El fútbol volvía a ser atractivo. ¡Cómo jugaban! Messi, Iniesta, Puyol, Alves, Pedrito, Busquets y, por encima de todos, Xavi. Y la selección. Una Eurocopa, un Mundial y otra Eurocopa. Como para no ver el dichoso fútbol.
Pero también pasó y llegaron años peores. La decadencia. Y volví a desertar. Mientras, el Real Madrid seguía sumando títulos en la Champions. Me acuerdo de la séptima y el gol de Mijatovic. Y las que vinieron después: la octava, la novena, la décima… Ganó tantas que perdí la cuenta. ¿Eran trece?
No todos los años, pero era habitual que la temporada comenzara con un nuevo fracaso de la plantilla del Real Madrid, eso decían las noticias, y acabara con una remontada imposible y un nuevo título. Un año y otro y otro. Siempre ganaban.
Recuerdo que muchos años atrás, cuando aún era un chalado del fútbol, sancionaron al Real Madrid y no pudo jugar en el Bernabéu. Así que el equipo blanco eligió Mestalla -entonces estadio Luis Casanova- para enfrentarse, creo recordar, al Oporto. Yo tenía 17 o 18 años y me gustaba tantísimo el fútbol que varios amigos compramos una entrada y nos fuimos a ver el partido. A esa edad, el cuerpo te pide jarana. Y sí, vale, era el puto Madrid, y se suponía que odiábamos al Madrid, pero bastó con una par de cervezas y el jolgorio de sus aficionados para acabar jaleando al Madrid. Me acuerdo que ese día aprendimos que cuando sacaba de puerta el rival, tenías que ir emitiendo una especie de ruido que iba creciendo hasta que, justo cuando chutaba, gritar: “¡Cabrón!”.
Sí, lo reconozco, ese día fuimos del Real Madrid. Y ganamos, obvio. Porque en Europa el Madrid siempre gana.
Hace unos días hice una estúpida excepción en mi dieta balompédica. Sabía que el Manchester City de mi amado Pep Guardiola podía despachar por fútbol al Real Madrid y me puse a ver el partido. Los ingleses les dieron un baño y pudieron meterles cinco o seis goles, pero al final el partido acabó 4-3. El pasado sábado, en una comida en la que había un madridista, le dije que tenía claro que se iba a clasificar su equipo pero aún así, como soy medio bobo, llegó el miércoles, y dije que ya estaba bien de supercherías. Miré cómo iban y descubrí que seguía el empate y apenas quedaban 25 minutos. Así que puse el partido otra vez solo por ver perder al Madrid. Y, de repente, zas, gol del Manchester City. Y pensé: “¿Ves cómo no tiene sentido creer en los milagros del Real Madrid y toda esa literatura barata?”. Así que cogí el teléfono y mandé un whatsapp a un grupo de colegas celebrando el gol. Ellos no lo sabían pero, en realidad, yo estaba desafiando a la suerte. En la ida ya lo hice y a cada celebración le sucedió un gol del Madrid. Pero esta vez miré el resultado, el minuto de partido y dije: “Esta vez no me pasa”.
Y me pasó, claro.
Con el primer gol agaché la cabeza. Con el segundo humillé como un toro rendido por la faena de un buen diestro. Al tercero, que ya lo tenía asumido, pensé en un titular: ‘Esto puede parecer magia y no lo es’.
Prometo no ver un partido más del puto Madrid. Total, va a ganar la Champions como siempre…