VALÈNCIA. Hay un abismo entre considerar que el entrenador se ha enfadado o creer que han enfadado al entrenador. Dependiendo de cómo se plantee podrá saberse la posición de cada cual. Al entrenador del Valencia lo han enfadado porque especulan con los refuerzos que el equipo necesita, en lugar de desplegar un plan nítido que defina cómo va a moverse el club en la ventanilla de refuerzos. Pero el entrenador del Valencia se ha enfadado porque, se ve, hace poco que se ha percatado de que fichó por un club sin dirección deportiva; que no es que no la tenga por accidente, sino que simplemente no tenerla es el modelo.
Al entrenador lo han enfadado porque es probable que haya sido usado como simple estabilizador. Una estrategia ya clásica de la propiedad que, cuando encadena algunos descalabros, decide apostar por una opción solvente para el banquillo y engalanarlo con la promesa de que será el eje sobre el que pivotará la acción del club. Y, en efecto, Bordalás ha estabilizado al equipo, manteniéndolo a flote, que no es poco. En cambio, el entrenador se ha enfadado porque ha dado validez a una engañifa que sufrieron el resto de homólogos en situaciones similares. Es probable que uno siempre se sienta especial y acabe creyendo que con él no sucederá, que conseguirá darle la vuelta.
Han enfadado al entrenador porque de nuevo se desperdicia la ocasión de avanzar hacia un proyecto de autor, siendo hábiles en el mercado o, aunque sea, dejándole fichar a 22 jugadores del Getafe y a algún central con habilidades defensivas. En cambio, el entrenador se ha enfadado porque tiene aspiraciones y no se limita a la mansedumbre de aceptar lo que le es dado. ¿Qué debería hacer uno cuando observa que con alguno de los refuerzos que se le apalabraron podría dar un paso adelante y, en cambio, de aquello ya ni un recuerdo?, ¿debería asentir porque ya sabía dónde se metía o tratar de revertirlo por el bien común, incluido el suyo?
Definitivamente si el entrenador se ha enfadado es porque lo han enfadado. Dentro de la escasa distancia que existe entre hacer de la queja una persuasión o convertir la protesta en una excusa (tal que Javi Gracia), cien veces será preferible que un entrenador busque el progreso antes de tumbarse a esperar.
El problema es la cantidad de veces que hemos visto estas mismas escenas de matrimonio. La sensación de embudo desde la que se percibe el club. La constatación de que estas disputas propiedad Vs. entrenador no son refriegas lógicas de la tensión entre cargos, sino simples daños colaterales del modelo. Ese modelo, insisto, que entiende al entrenador como un mal menor y a la gestión deportiva como una herramienta al servicio de terceros. Eso sí, que nadie se enfade.