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El Maratón de Boston: Kipchoge, Spencer y Tommy Leonard

21/04/2023 - 

VALÈNCIA. Ya hace tiempo que cerró el Eliot Lounge, mi lugar favorito del mundo. Un bar donde nunca entré pero donde siempre me imaginé acodado en la barra dándole sorbos a una de esas ballenas azules que preparaba Tommy Leonard. Tommy es uno de mis personajes preferidos de la historia del atletismo, un tipo capaz de correr 25 maratones, crear una carrera entre dos bares, la Falmouth Road Race, que se hizo célebre, y, sobre todo, convertir el Eliot Lounge, un bar de Boston, en el lugar de reunión de los maratonianos que cada año llegaban renqueantes el tercer lunes de abril.

El pasado fue uno de esos lunes del Maratón de Boston, el más antiguo, el más clásico. Una carrera repleta de historia y de historias. Como la de ‘Spencer’, el perro que cada año saludaba a los corredores sujetando con sus fauces una banderita de Boston Strong -el eslogan que creó la carrera tras el atentado de 2013- en la milla 3. Este golden retriever se hizo famoso y muchos corredores detenían su carrera para hacerse una foto con él, aunque eso significase perder unos segundos y hasta unos minutos -a veces se formaba una cola-. ‘Spencer’ murió el 17 de febrero de un cáncer. Semanas después se fue una de sus crías, ‘Penny’. Su pérdida devastó a sus dueños, Rich y Dorrey, que, justo después, en las semanas posteriores a sus muertes, se vieron abrumados por las muestras de cariño recibidas.

El domingo, la víspera de la carrera, se reunieron 250 personas con sus perros, fundamentalmente golden retriever, en un céntrico parque de Boston para rendir homenaje a ‘Spencer’. La organización, The Boston Athletic Association, le ofreció al matrimonio un puesto preferencial en la salida o en la llegada, donde ellos quisieran, pero Rich y Dorrey declinaron la propuesta y regresaron a la milla 3 con la banderita de Boston Strong y el mismo chubasquero con el que protegieron a su perro en 2018, el año del temporal y las victorias del japonés Yuki Kawauchi y Des Linden, la primera estadounidense en ganar en Boston en 33 años.

Este lunes volvió a llover y muchos especularon con que esa fue la causa -en su otra gran derrota, en Londres, en 2020, también llovió- de la ‘no victoria’ de Eliud Kipchoge en el Maratón de Boston, una carrera que dejó una imagen muy poco común, la del keniano, doble campeón olímpico y plusmarquista mundial de maratón, rindiéndose ante el ataque del tanzano Gabriel Geay en las colinas de Newton.

Esta derrota de Kipchoge arruinó su objetivo para 2023: ganar los dos únicos ‘majors que le faltaban. Y por eso es posible que renuncie a correr en Nueva York el primer domingo de noviembre: ya no podrá completar su reto. Eso ha disparado las elucubraciones. Todos los maratones quieren a Kipchoge y aún tiene que elegir dónde correrá en otoño. “El resultado de ayer lo desestabilizó todo y ahora necesito volver atrás, reorganizarme y regresar con un programa sólido”, explicó el martes ‘el filósofo’. Así que puestos a especular, en València muchos se frotan las manos ante la posibilidad de tener a Kipchoge el 3 de diciembre. Aunque también suena con fuerza el Maratón de Sídney, que aspira a convertirse en el séptimo ‘major’ y por eso está dispuesto a pagarle una fortuna al hombre que, en 2024, espera convertirse en el primer hombre en ganar tres oros olímpicos en maratón.

El deporte nunca para y primavera, como otoño, es la estación de los maratones. El lunes toca otro de los grandes, Londres, donde regresará el gran Kenenisa Bekele y donde se producirá el debut de Sifan Hassan, que llega a la capital de Inglaterra con un mensaje claro: “Voy a acabar la distancia o a que la distancia acabe conmigo”. Hassan llegó a los Países Bajos, siendo una adolescente, como refugiada de Etiopía. Allí pidió unas zapatillas de clavos prestadas y se puso a practicar el atletismo. A los tres años le pidió permiso a su entrenador para correr un medio maratón. El técnico le dijo que adelante, pero que fuera con mucha calma. Hassan no hizo ni caso y se convirtió en la ganadora de esa carrera. Siempre le gustaron los desafíos y en los Juegos de Tokio se atrevió con uno mayúsculo: correr el 1.500, el 5.000 y el 10.000. En la primera distancia se colgó una medalla de bronce; en las otras dos salió campeona.

No creo que nunca cometa la estupidez de volver a correr un maratón. No es una distancia para mí, siempre me ha golpeado. Pero si alguna vez me atreviera, tengo claro que viajaría a Boston el tercer lunes de abril para romper mi corazón en sus colinas, para mirar de reojo a ‘Spencer’, para chocar las manos de las estudiantes del Wellesley College, para girar a la derecha en Hereford y a la izquierda en Boylston, y para atravesar el puente Tommy Leonard, un homenaje (en vida) de la ciudad al hombre que saludaba a los corredores en la meta, el camarero que fue contratado por el Eloit Lounge en 1972 y que un año después tuvo una idea brillante: invitar a una cerveza a cada corredor que llegara al bar con el dorsal con el que había corrido el maratón. Fue un éxito rotundo y el Eliot se convirtió en el lugar de reunión de todos los maratonianos.

Uno de ellos, el famoso Bill Rodgers, ganó la carrera en 1975 y después de atender a los periodistas dijo que se iba al Eliot Lounge a tomarse una ballena azul. Muchos periodistas, como los redactores del Globe o del Herald, se iban a escribir sus crónicas al bar acompañados de una pinta. Porque allí, además, podía estar la noticia, como en 1980, el año que ganó Rosie Ruiz. Luego se descubrió que esta corredora había hecho trampa, así que Tommy Leonard decidió organizar una ceremonia de entrega de la medalla para la verdadera campeona, Jacqueline Gareau, que tuvo un recibimiento triunfal mientras sonaba el  ‘O Canada’.

El bar ya cerró y Tommy murió en 2019 con 85 años. Así que mejor me ahorro el sufrimiento y me preparo para asistir al Maratón de Boston como espectador o como acompañante. ¿Alguien se anima?

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