El marcelinismo va a llegar. Y ojalá para quedarse. Será buena señal. Y, tal vez, tendremos un choto más al que Molins y servidor se lleven de comida por la ribera de La Albufera...
VALENCIA. Aquí, servidor ya es más viejo que ir a pie. Sí, que no les engañe mi jovial aspecto juvenil y el tener todavía todos los dientes intactos. He grabado música con cassette, he roto agujas del tocadiscos y he entrado a las farmacias como cliente cuando ser farmacéutico era una profesión tan de riesgo como ser joyero. También viví los bulos de las taquicardias de mezclar alcohol con Red Bull y otras cosas que les contaré cuando escriba mis memorias. Que algún as en la manga hay que guardar. Y, en cuanto al ocio electrónico y los juegos de fútbol, fui antes de PCFútbol que del FIFA. De hecho, soy del PCFútbol.
En el juego y una de sus múltiples modificaciones, buscando la verosimilitud a la gestión del denominado 'Modo manager', introdujeron la figura del jardinero como elemento diferenciador, habida cuenta de una final de Supercopa de España, si no recuerdo mal, donde el estado del Nou Camp estaba como uno de esos campos donde mi amigo Héctor Molina disfruta con sus semillas y sus cosechas. Tepes levantados, raíz no cogida, un verdadero desastre. Las gentes de Dinamic lo vieron y, desde aquella edición, era igual de importante tener un buen ojeador de canteras que un jardinero. Todo era, más, cuestión de detalles.
Detalles. Esa es la palabra. El fútbol se mide por detalles, centímetros o dosis de fortuna. Que les voy a decir a ustedes acerca de los centímetros en la final de Milán, por ejemplo. Los detalles son parte del fútbol científico, el casi invisible para el aficionado. Y quienes están pendientes de los detalles, son detallistas. O meticulosos. O enfermizos, si se quiere ser pelín despectivo. Incluso ser raro como un perro verde es el plus de ser despectivo, burlesco, probablemente por parte de aquellos que creen que la inspiración es como un bofetón divino sin trabajo previo y que siempre se quejan de conspiraciones mundiales por no conseguir su éxito. Pero los detallistas son aquellos que no dejan nada desatado para que el azar se torne en contra. Y Marcelino es detallista. Y esa obsesiva actitud por tenerlo todo controlado y aquello de sentirse despechado el aficionado del Valencia tras el rechazo en aquellas épocas de dirigir al club, han sido motivo de varias burlas y chanzas donde siempre. Parece ser que, ahora que se huele su fichaje y, alegría, existe consenso mayoritario por la afición y medios, sale otra verdad en forma de triquiñuela del presidente de entonces en el clásico 'Donde dije digo, digo Diego'.
Marcelino no es guapo. Creo. Al menos por lo que se entiende como guapo clásico. Habrá que preguntar a las damas de Valencia Plaza para tener un primer veredicto, en todo caso. Tampoco tiene ese aire místico sudamericano, con acento y gafas a media nariz. No es Guardiola ni Bielsa, para entendernos. Por lo que cae antipático, así de primeras. Puede resultar frívolo, pero eso también juega en este circo. Pero sí es un metódico. Con un matrimonio, futbolístico, consolidado con un segundo que es casi tan importante como el primero, que es Rubén Uría y un preparador físico que tampoco deja nada al azar entre sus jugadores. Peso correcto, llevado al gramo, directrices claras y un nivel de exigencia que no se yo como cuadrará en los jugadores más acostumbrados a vivir sin exigencia. Buen camino para enderezar el club. Con una idea similar a la que Mateo Alemany verbalizó en su presentación como CEO del club. Y parece ser que es su principal valedor. Cuentan que Alexanco se decantaba más por Setién, más cercano al estilo de La Masia, de donde viene José Ramón. Y oigan, que no pasa nada. Que esto debería funcionar así. El fútbol se ve parecido, pero no igual. Y está bien que Talín presente su oferta. Y está bien que Mateo debata con Talín y que, entiendo que juntos, presenten lo que es mejor para el club y su filosofía. El tan manido equipo bronco y copero, que es tan cierto como que esa definición es de los 50 del siglo pasado. La filosofía es sencilla, trabajar con honradez, jugar simple y exigencia máxima. Lo que parece claro es que Mateo ha pulsado con más tino el latir del valencianismo que Alexanco. Y, de momento, el sondeo es favorable. La desastrosa segunda vuelta de Setién con Las Palmas tampoco ayuda en las relaciones públicas del cántabro en su postulación como inquilino del banquillo blanquinegro. La peña quiere a Marcelino. Quizá porque saben que es lo que conviene. Un tipo duro, exigente con él mismo y con los que lo rodean. Que pide, parece ser, limpia en el vestuario y poder de decisión a la hora de las nuevas llegadas. Y que sí, que pedirá el césped a una medida concreta. Me parece bien. Al fútbol se juega en el césped y así como los entrenadores con equipos menos talentosos usaban el riego para entorpecer a los rivales más sobrados de arte en los setenta, ochenta y noventa, si ahora se quiere rapidez, el césped ha de estar corto. De cajón.
Y ya no habrá más burlas con respecto al jardinero, o regaor, Marcelino. Y recuerden esto. Sí al final se concreta su fichaje, más de uno buscará libros de botánica y jardinería para no dejar nada al azar. O, por lo menos, intentarlo.
El marcelinismo va a llegar. Y ojalá para quedarse. Será buena señal. Y, tal vez, tendremos un choto más al que Molins y servidor se lleven de comida por la ribera de La Albufera.