Hoy es 7 de octubre
VALÈNCIA. Hacía mucho tiempo que no respiraba una unanimidad absoluta en el levantinismo. Una unión de sentimientos alrededor de los protagonistas (no los únicos) que habían empujado al Levante a un callejón sin salida y sin posibilidad de resurrección si seguían un día más al frente de la estructura deportiva. Javier Pereira se ha marchado de Orriols como el técnico con los peores números de la historia granota en Primera División y, lo que quizás es todavía peor y que ha sido determinante para precipitar su adiós tras siete jornadas ligueras que han empeorado el panorama más si cabe, el que peores sensaciones transmitía, sin dar señales de poder enderezar el rumbo. Porque él era el primero que se vio superado por la situación y que transmitió un escandaloso miedo a perder desde el día de su debut contra el Getafe. Pereira estaba ante la oportunidad de su vida y fracasó. Jamás transmitió un compromiso a la causa del Levante e intentó escapar lo menos escaldado posible cuando era evidente que la caída no tenía freno. Estos regalos son para valientes, pero él no lo fue y pasó de posible solución a culpable.
Era incuestionable que la decisión arriesgadísima de apostar por la inexperiencia del técnico extremeño, al que además hubo que esperar unos cuantos días para que se pusiera manos a la obra en Buñol, debía llevarse consigo a los valedores de la elección. Un error gravísimo que no podía quedarse indemne. Un área deportiva que no solamente se equivocó con el relevo de Paco López, sino que en verano tampoco logró refrescar a un vestuario que pedía a gritos una reformulación para no prolongar el desastre que había supuesto el final del curso anterior con esas últimas ocho jornadas sin sumar ni una vez de tres. Porque no hay que olvidar que la victoria todavía se resiste desde el 10 de abril en casa del Eibar. A partir de ahí comenzó a fraguarse el estropicio, con mensajes que mostraban una realidad discordante a la situación entre los que por aquel entonces eran los responsables del devenir deportivo de la institución.
Es cierto que el panorama económico condicionó, pero buscar soluciones para emprender esa necesaria limpieza en el vestuario, sorteando los obstáculos de unas cuentas que daban y siguen dando miedo, era también una de las tareas de Manolo Salvador, David Navarro y Manuel Fajardo. Porque la pandemia fue un problema para todos los clubes, tanto grandes como pequeños. Una estructura deportiva que, por cierto, había renovado hasta 2023 pocos días después de decir adiós con honores a la final de la Copa del Rey. Lo que oficialmente hace ocho meses pudo entenderse como una recompensa, aunque en su día me costaba encontrar motivos para comprender que fueran merecedores de aquella ampliación contractual, fue el principio del fin… hasta el empujón definitivo al vacío tras la metedura de pata que supuso dejar sí o sí el destino deportivo del Levante en manos de Javi Pereira, evidentemente con el visto bueno, que no hay que pasar por alto, del presidente Quico Catalán.
A Quico se le han acabado los escudos a las puertas del mercado de invierno, de una Junta General de Accionistas en la que presentará unas cuentas con pérdidas y teniendo que decidir otro técnico sin acabar la primera vuelta y sin una dirección deportiva que asuma esta tarea. ¿Quién será el responsable de dar con la tecla? ¿El interino Alessio Lisci seguirá hasta final de temporada? Hasta en cuatro ocasiones, el presidente repitió que sería el club el que afrontaría la recomposición del rompecabezas, de dejar atrás la improvisación y de recuperar la cordura. El siguiente movimiento de esta partida de ajedrez lo debe dar él y tendrá que acertar. Porque ya no hay margen, pero aún se puede voltear una realidad que pinta muy fea. Hace mucho tiempo que el Levante se convirtió en un club presidencialista para lo bueno y para lo malo. Esta es su obra y le ha explotado en las manos en el peor momento posible tanto deportiva como económicamente.
A Quico Catalán no le quedaba otra que ejecutar sin miramientos porque hace tiempo que se desbordó el vaso de la imprudencia, del riesgo sin sentido, accediendo a un punto de no retorno y con un vestuario mentalmente destruido e incapaz de darle la vuelta a la tortilla. Son las consecuencias de no afrontar de frente la realidad, de mirar a otro lado, de permitir en exceso y de pensar que todo se solucionaría dejando que el tiempo pasara como ha sucedido en otras ocasiones. Sin autocrítica y envueltos por una autocomplacencia incierta y dañina. Demasiadas minas, muchísimas de creación de puertas hacia dentro, ilógicas y artificiales, tropezando en decisiones por el perjuicio de muchos y el beneficio de unos pocos, creyendo que la crítica es un ataque, cerrándose en banda, ‘bunkerizándose’ y olvidándose de esas señas identidad que siempre han hecho del Levante un club de sentimiento. Esa identificación que ahora escasea y que ha generado una desafección entre el seguidor granota que es primordial recuperar para ir unidos hacia la permanencia. Aunque no lo parezca se pueden restablecer esas raíces que no son una garantía total de triunfos, pero ayudan a conseguirlos. Quico tiene que volver a ser Quico. Así el Levante volverá a ser el verdadero Levante.
Esa unanimidad total en la decisión de que Pereira, Salvador, Navarro y Fajardo fueran al unísono a la calle, también la hay en que, de momento, no hay mejor opción que Alessio Lisci. Y digo de momento porque así lo reflejó el club en el comunicado oficial de la escabechina. Es evidente que tampoco tiene la experiencia que requiere una situación tan agónica, pero ha conseguido resucitar una ilusión que era imposible con el anterior inquilino en el banquillo. Tanto en los jugadores, que estaban sumidos en la depresión más profunda, como en una afición que antes del Consejo de Administración de urgencia tenía decidido quedarse en casa o liarla bien gorda fruto de la crispación, porque entendía que era un sinsentido que las riendas del futuro deportivo del Levante siguieran en las mismas manos. Ahora hasta se está preparando un recibimiento. Es que con poco, simplemente empleando el raciocinio o por lo menos dando muestras de intentar recuperarlo, los seguidores (los verdaderos imprescindibles) echarán el resto por un equipo que tiene argumentos de sobra para salir del pozo en el que se encuentra.
Lo reconozco, soy uno de esos ilusionados en la reacción con el técnico italiano por ese carácter y ganas de trabajar que, los que lo conocemos, ha transmitido desde la base, pero hay que dejarle su espacio, sin intromisiones. Me declaro ‘Soldado de Alessio’ y estoy convencido de que conseguirá inculcarle esa creencia, confianza y valentía que necesita esta plantilla para volver a defender el escudo a fuego y que fue la tuerca que ajustó Paco López cuando dio el salto al primer equipo desde el filial en marzo de 2018. Pero no debe estar solo ante el peligro. Este marrón es una tarea, sobre todo, de los jugadores, obligados a dar un paso adelante, principalmente esos pesos pesados, con un buen salario en las antípodas de su rendimiento, que no muestran su nivel. De momento, Lisci estará dos partidos: el del jueves de Copa en Melilla y el del domingo (el verdaderamente importante) en casa ante Osasuna. Los resultados inmediatos acelerarán o no la búsqueda de un entrenador, que la verdad no me preocupa porque ahí está Alessio. Lo que me inquieta y es una obligación es construir una dirección deportiva profesional que tome decisiones a presente y sobre todo de cara al futuro, que ojalá sea en Primera. No hay que dar pasos en falsos. No se puede fallar.