VALÈNCIA. Ahora que el otoño empieza a comerle el terreno al verano, el río abre sus compuertas y los corredores, muchos de ellos con el Maratón de Valencia Trinidad Alfonso Zurich entre ceja y ceja, salen en tromba. No hay mejor estación que el otoño. Al menos en València, donde casi es un verano suave. A mí es que no me gusta el verano. No me gusta el verano porque no soporto el calor. Sobre todo por la noche, pero en realidad da igual la hora. Siempre estás incómodo. Por la mañana, por la tarde, por la noche. A todas horas.
En verano salgo a correr a las seis y media de la mañana. Si remoloneas un poco en la cama y te dan las ocho, ya llegas tarde. A esa hora ya ha salido el sol y abrasa esa lengua marrón por la que corremos los valencianos. Pero en otoño ya da igual el momento. Casi nunca hace calor y casi nunca hace frío. La temperatura siempre es perfecta.
Aunque València es muy divertida en octubre, un mes en el que nos cruzamos los que vamos con camiseta y pantalón corto con los que salen de casa mirando el calendario en vez del termómetro y visten ya con jerséis de lana. Lo que no falla es el ‘salvavidas’. El ‘fachaleco’ que dicen algunos. Anuncian en el telediario que ha llegado el otoño y se van directos a sacarlo del armario. No se lo quitan hasta esa semana o dos semanas de frío que caen en València, lo que dura, en realidad, nuestro invierno.
Mucha gente dice que prefiere el verano, pero en verdad lo que prefieren es la playa. Cuando se meten en la cama una de esas noches toledanas en las que no corre una pizca de viento y tratan de conciliar el sueño con cerca de treinta grados, no prefieren el verano. ¡Qué van a preferir el verano! Pero al final lo que quedan son los posados frente al mar para el Insta y, con el tiempo, parece que el verano es eso, pero es mentira.
Y luego están los románticos que hablan de la primavera como si fuera el ‘Romance del prisionero’: “Que por mayo era, por mayo,/ cuando hace la calor, /cuando los trigos encañan / y están los campos en flor’. Y sí, no está mal la primavera, pero soy más de otoño. La pasión por la primavera la entiendo en Noruega o en Palencia, donde es la liberación del invierno, pero aquí en València apenas notas el cambio. Por eso me gusta el otoño, que sí es una liberación clara del verano. Y me gusta el de València, pero también el de esos bosques marrones de lugares más fríos. Porque pasar en otoño por Irati es algo que no se olvida, como no olvido aquel otoño que me escapé con unos amigos a La Vera, en Cáceres, y un día decidimos cruzar al valle del Jerte. Qué hermosa fue la ascensión desde Jarandilla de la Vera hasta Piornal, a 1.200 metros de altitud, desde donde se dominan los dos valles, y pasar por las laderas junto a las hojas de los robles que han enrojecido.
Alguno me podría tirar sobre el tapete la carta de la gota fría, o de la Dana, como se llama ahora. Y no le quito razón, pero incluso entonces, como hice el martes, puedes esperar un momento de tregua y bajar al río cuando clarea. Y ahí lanzarte a correr mientras inspiras el olor a tierra húmeda. Aunque yo ya no corro. Ahora ‘corriando’: corro tres minutos y camino uno. Hace tiempo que me lo recomendó algún entrenador de prestigio, pero yo lo desdeñaba al creer que era algo para gorditos y matados. Sin darme cuenta, tan estúpido era, que yo era un gordito y un matado. Así que, hace un mes, después de ver a mi amigo Alberto hacerlo en Múnich, me puse a ‘corriandar’.
Me ha cambiado la vida. Ahora salir a correr ya no es suplicio, es un placer. Ya no es una tarea agónica sino un esfuerzo regulado que recomiendo al que no esté en plena forma. Es un camino hacia la carrera plena. O quizá también un fin. ¿Por qué no? Esto va de ser feliz y sentirse bien, no de ser el campeón de tu escalera. Al segundo día ya dejó de importarme que me pasara cualquiera y ahora es un deleite que me permite estarme setenta u ochenta minutos en movimiento. Y el viernes pasado, encima, el cronómetro me sorprendió con algunos kilómetros ‘corriandados’ a cinco minutos pelados.
Al alargar el kilometraje, además, he podido salir del río e irme hasta la Marina. Y la semana que viene quiero recorrer la ronda Sur hasta llegar al río y volver ya por el jardín. Y a la siguiente largarme ya hasta Pinedo. Todo esto ha sido posible gracias al otoño y a que, al fin, me deshice de mis prejuicios y fui más honesto conmigo mismo. No soy el único que ha recibido el otoño con fervor. La institución ‘Valencia Ciudad del Running’ anunció el otro día que en septiembre se había batido el récord de usos del Circuit 5K del río, el carril para corredores, con 81.033 usos. Dice Álex Heras, su director, que esta es una estimación que se hace en base a unos sensores que hay bajo el Puente de las Flores. Y que, como curiosidad, hay más gente que avanza hacia la Ciudad de las Artes y las Ciencias que hacia el Parque de Cabecera.
El problema de ese récord y de la cantidad de fieles que tiene a diario es el desgaste. El material del que está hecho el carril no soporta tanta actividad y, pese a que la Fundación Trinidad Alfonso repara cada año un 10% del recorrido, hay zonas verdaderamente dañadas con hoyos y baches. Aún es soportable, no es un deterioro que convierta el carril en impracticable, ni mucho menos, gracias a que cada año se repone algún tramo, pero mi miedo es qué ocurrirá dentro de tres años. Me explico: cuando se inauguró el carril en 2015, la Fundación Trinidad Alfonso anunció que había llegado a un acuerdo con el Ayuntamiento para hacerse cargo de su mantenimiento durante los siguientes diez años; es decir, hasta 2025.
Y esto significa que dentro de tres será el Consistorio quien tenga que hacerse cargo de su cuidado. Y mis miedos son si realmente lo cuidarán como se merece. Y más teniendo en cuenta que los corredores ya nos hemos resignado a compartir esta senda con paseantes, perros, carritos de bebé y hasta turistas despistados encima de una bicicleta.