VALÈNCIA. Los mismos que firmaron unas semanas inolvidables con una Copa del Rey para la historia son los mismos que tienen en sus manos que la temporada no acabe con más pena que gloria. Lo que sucedió el viernes en Orriols da motivos a los que piensan que el equipo dimitió tras quedarse a las puertas de la final de La Cartuja y que apretó el acelerador ante el Valencia por el extra emocional que supone derrotar a la peor versión del vecino que se recuerda y así pasar el luto de un sueño que se escapó de la punta de los dedos. Hay que dejar a un lado el elogio fácil o por lo menos graduarlo y también lo de que “hay que saber de dónde venimos” para argumentar absolutamente todo, minimizar carencias y el rendimiento de futbolistas en flecha roja, y no emborronar el expediente global en las últimas nueve jornadas porque además con 35 puntos no está conseguida la permanencia.
Sería una lástima ensuciar un curso plagado de grandísimos momentos, pero del pasado no se vive si la faena se queda a medias. Y ni mucho menos da licencia a relajarse y pensar que ya se puede estar en ‘modo vacaciones’. Además, el cuerpo técnico no lo consentiría si ve detalles de desconexión. Es lo que tiene transitar en una constante montaña rusa de emociones y pelear por encontrar el dichoso equilibrio: de alucinar a cabrearse en poco tiempo, de nuevo disfrutar y otra vez desesperarse por un disgusto inesperado. Y ahora el Levante está de caída, en ‘tierra de nadie’ y con la obligación de dar un golpe de efecto para que lo queda no sea un suplicio y haya que hacer números para evitar males mayores. Ojito.
En el fútbol somos demasiado propensos a apuntar el foco de las críticas hacia un único protagonista y dejar indemnes a otros que también merecen jarabe de palo cuando desentonan. Reconozco que me pasa en más de una ocasión. Tengo manga ancha con algunos y no paso ni una a otros. También admito que en este fútbol desde la barrera me falta muchas veces información para extraer más conclusiones de las que me gustaría y comprender mejor situaciones que se me escapan. Esto no es una defensa a Paco López como pueda parecer porque también tiene culpa de lo que sucedió el viernes (y en otros partidos más con fugas). De esa sensación de relajación, a medio camino entre la realidad y el conformismo, que transmitió el equipo ante un rival que llegaba como colista, pero con menos puntos de los que cuenta en la clasificación. El que gana, empata o pierde es el colectivo.
El Levante no compareció y no hubo visos en ningún momento de sumar y enderezar la derrota en el Benito Villamarín. Ni reacción tras el primer golpe y así creer en voltear un marcador adverso desde el cuarto de hora. El cara a cara pedía a gritos relevos al descanso para cambiar la hoja de ruta, aunque hubiera pocas variantes en el banquillo por las ausencias y las consecuencias del calendario internacional. Paco debió mover el árbol mucho antes y acabó superado por un Pacheta que ha resucitado a un Huesca que parecía moribundo y ya no cierra la tabla. Chirriaron muchas cosas más. Nadie se comió al árbitro en un agarrón dentro del área a Duarte que pudo ser penalti o por lo menos que las quejas hubieran obligado a que fuera a la pantalla y consultara con el VAR. Nadie protestó y luego llegó el gol de Rafa Mir, con una facilidad pasmosa, para abrir su cuenta personal. Ni Clerc ni Róber Pier se aclararon en defender el centro… e igualmente ni Vezo ni Son, en el costado derecho, impidieron el remate del ariete murciano. Todos confiaron en que llegara su compañero y ninguno hizo lo que debía ¿Por qué el Levante defiende peor los centros laterales con cinco defensas que con cuatro? En el segundo tanto, igual de fácil se desenvolvió Seoane para conducir el esférico (sin recibir una falta que lo frenara ni encimado por ningún granota que debió salirle al paso) y asistir al bigoleador, que dejó atrás a un frágil Róber y superó a un Aitor que salió a la desesperada. Acabó ganando el conjunto que más lo necesitaba.
Con desilusiones como la del Huesca, con una imagen distorsionada que chocó con el mensaje del míster en la previa insistiendo en que lo que quedaba de curso eran diez finales, la temporada se oscurece, resucitan otros disgustos como la derrota ante Osasuna en el Ciutat, la imagen en el Reale Arena de San Sebastián o los empates en superioridad frente al Alavés en casa y en Granada y se olvidan (injustamente pero así es el fútbol) victorias como las de Valdebebas y el Wanda Metropolitano. Salvo algún caso excepcional, los peores encuentros han coincidido alejándose del 1-4-4-2 que mejor define la identidad del Levante de Paco López.
Vamos a dejarnos de frases manidas, de lemas de cabecera, de tópicos motivacionales en redes sociales que suenan más a postureo que otra cosa y que, generalmente, los escribe el Community Manager de turno, de recordar tantas veces que el objetivo es la permanencia como si no lo supiéramos cuando además al equipo no se le ha exigido Europa en ningún momento. Otra cosa es que la afición se haya ilusionado y ahora, como es normal, se haya ‘embajonado’ por una de las derrotas más dolorosas de la temporada, pero rápidamente se activa, como lo ha demostrado una y otra vez, siempre que el equipo muestre motivos para ello. Reprocho las excusas que se usan, pero la que compro es la acumulación de contratiempos físicos, focalizados en la medular, unido a los picos de rendimiento. Esa combinación agrava el cortocircuito con balón y falte fluidez en la creación.
Tras tumbar por primera vez en la historia al Atlético en su feudo, el Levante se disparó a los 31 puntos, estaba a cinco del Betis (que era sexto) y con diez sobre el descenso, con 42 por disputarse. De los últimos 15 solamente ha sumado cuatro y hay prácticamente la misma distancia con la zona continental (10) que con el tercero por la cola (a 11, los 24 del propio Huesca). Mirar más allá de una salvación que todavía no está amarrada o por lo menos intentarlo hasta que las matemáticas digan lo contrario se ha convertido en una quimera y el colchón con el precipicio es amplio, pero eso no quita para no dejar de ambicionar, no descuidarse ni mostrarse de brazos caídos y sí acabar lo más arriba posible. Superar los 49 puntos de la temporada pasada (la segunda mejor clasificación en la historia) y terminar por delante del Valencia por primera vez son propósitos que motivan, que están al alcance y que por este camino se van a esfumar si no se da un golpe encima de la mesa desde el próximo sábado ante un Eibar que lleva más de tres meses sin ganar y que se presentará sin Bryan Gil como en la primera vuelta.