VALÈNCIA. Hace unos días murió una leyenda del deporte. En España era prácticamente
desconocido, pero en el Reino Unido era toda una institución. Lester Piggott falleció en un hospital de Ginebra, en Suiza, a los 86 años, dejando un rastro de victorias en la hípica despampanante. Un jinete que lo
ganó todo en las carreras de caballos planas -sin obstáculos- y que encima, como sucede con muchos de los grandes personajes, se rodeó de un aura de
tipo huraño que alimentaba fundamentalmente por su mal carácter, su sordera y una dificultad en el habla.
Piggott era un tipo callado, que apenas concedía entrevistas, y que, cuando lo hacía, era un hueso para los periodistas. Donde él mejor se expresaba era en los hipódromos. Allí, a lomos de caballos míticos como ‘Nijinsky’, ‘Royal Academy’ o ‘Sir Ivor’, sumó 4.493 triunfos en 47 años de trayectoria deportiva como jockey.
El célebre jinete parecía predestinado. Piggott nació en 1935 en Newmarket, un pueblo de 17.000 habitantes, a 90 kilometros de Londres, donde la hípica es una religión. Allí, en medio de la campiña inglesa, en el condado de Suffolk, está una de las capitales mundiales de los purasangre. Así que,
para un jockey, nacer en Newmarket era como, para un pilotari, nacer en Genovés. En este pueblo llevan celebrando carreras de caballos desde el siglo XVII. Su padre, Keith Piggott, entrenó a un ganador del Grand
National. Y su abuelo, Ernest Piggott, ganó el Steeplechase tres veces.
Nunca fue un jockey clásico. Piggot era demasiado alto para los estándares del turf -medía 1,72-, motivo por el fue apodado como ‘The Long Fellow’, y encima le gustaba llevar los estribos temerariamente cortos. Nunca le importó lo que pensaran los demás y cuando los periodistas más puristas le preguntaban por ese ángulo que formaba su trasero cuando se levantaba sobre el caballo para cabalgar en los hipódromos, respondía a su estilo: “¿Y dónde quieres que meta este maldito trasto?”.
Esa estatura le enemistó con la balanza. Tantos centímetros equivalen a demasiado peso para un caballo de carreras, así que Piggott se acostumbró a
vivir en una dieta permanente para no pasar de los 53 kilos. Las leyendas que solían perseguir al jinete hablaban de que prácticamente vivía de comer
lechuga y beber champán, otros de que se pasaba el día fumando puros y tomando café.
Para muchos ha sido el mejor jinete de Europa de todos los tiempos, incluido el escritor y filósofo Fernando Savater, que sentía devoción por
él. Entre sus 4.493 victorias destacan sus treinta triunfos en los denominados clásicos. El último lo ganó en 1992 en las 2.000 Guineas. Sus grandes hitos son sus nueve Derbys de Epsom y la Triple Corona que
conquistó en 1970 con ‘Nijinsky’, una de sus monturas más célebres.
Su estreno se produjo con solo doce años, en 1948, en Haydock Park. Su última victoria, a punto de cumplir los 59, llegó en Merseyside en 1994. A los trece montó por primera vez en el Derby y con catorce ya ganó en Royal Ascot. Su primer Derby, todo un récord de precocidad, se produjo con 18 años. Aquel día montó a ‘Never Say Die’ (Nunca digas morir) y su triunfo se
pagó 33 a 1. Piggott entró primero en muchos hipódromos: se impuso nueve veces en el Derby de Epsom, tres en el Arco del Triunfo, otras tres en el
Gran Premio de Berlín… Era un competidor voraz, con un instinto único para entender al caballo y leer las carreras. Solo le importaba ganar y una de sus anécdotas más recordadas es aquella carrera en la que le arrebató la fusta a un jinete francés porque había perdido la suya. Al acabar la carrera le preguntaron por el incidente y él, con flama, respondió: “Pero
luego se la he devuelto…”.
Poco después de ganar por novena vez en el Derby, en los 80, ‘The Times’ le calicó como el inglés más universal. Y en su día se le comparaba con
Muhammad Ali, Pelé o George Best. A él le gustó dirigir su carrera sin intermediarios. Le bastaba con el cuaderno rojo que tenía al lado del teléfono para apuntar todas sus competiciones. Y, casi a la altura de su fama de huraño, estaba la de tacaño. En uno de los obituarios que le dedicaron los periódicos ingleses, un cronista contaba que un contacto le consiguió una entrevista con Piggott. Este le citó en un hotel y, nada más llegar, le dijo que comiera y bebiera lo que quisiera. Días después, el amigo le preguntó al periodista qué tal había ido el encuentro. El
plumilla, sorprendido, le explicó que dónde habían ido que el jinete se había mostrado muy generoso, a lo que su interlocutor le contestó: “Ah sí, a Lester le gusta mucho ir a ese sitio. Allí no le dejan pagar nunca…”.
Su momento más bajo se produjo en 1987, cuando fue condenado a tres años de cárcel por defraudar 3,25 millones de libras esterlinas. Piggott, además,
fue desposeído de todas sus condecoraciones, incluida la Orden del Imperio Británico (OBE, de sus siglas en inglés). Doce días después de salir de prisión, el conocido entrenador Vincent O’Brien le dio una oportunidad en una carrera en Estados Unidos. El inglés dio la sorpresa y se impuso en la Breeders’ Cup con 'Royal Academy’.
Piggot venció once veces en el campeonato de jinetes y algunos de sus rivales reconocían que era el número uno. Uno de los más grandes, Willie Carson, habló del recién fallecido y lo definió como “una espina clavada en un costado”. El jockey se ganó también la admiración de la reina y, en 2019, Isabel II participó del homenaje que le hicieron en el Derby de
Epsom, donde estaba una de las nueve estatuas que plantaron en sus honor en diferentes hipódromos del Reino Unido.
Algunos jóvenes jinetes, sin duda desconocedores del carácter de esta leyenda del turf, rompían su timidez y se acercaban para pedirle un consejo. Lester Piggott les escuchaba de perfil y, cuando acababan, sin
mirarles a los ojos, contestaba: “Yo lo que hago es poner una pierna a cada lado”.