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El Valencia Basket me ha roto el corazón

22/12/2023 - 

VALÈNCIA. Me siento como esos maridos que descubren a su pareja con otro. Un día llegan a casa antes de hora, abren la puerta… y pam. Sorpresa. El amor que creías para siempre, se escurre de repente por el desagüe. Quieres creer que no, pero lo has visto con tus propios ojos. Se acabó. Durante semanas te martirizarás recordando los buenos momentos. Olvidas que no baja la tapa del váter, que ronca, o que siempre critica a tus padres. Algo así me ha pasado con el equipo femenino del Valencia Basket. Sólo me acuerdo de los tiros libres de Raquel Carrera ante el Reyer Venezia. De la victoria en el Würzburg de Salamanca para ganar la Liga. De los días en que todo el mundo, los tuyos y los contrarios, jugaban a lo que quería Cris Ouviña. Del debut de Awa Fam siendo aún una niña. De la australiana Bec Allen antes de que se le rompieran dos costillas y un corazón.

Algunos se enamoran de los ganadores. Yo me enamoro de la personalidad. Yo no me enganché al Valencia Basket, antes incluso de ascender, porque describía una línea ascendente que hasta el más tonto podía sospechar hasta dónde iba a llegar. Yo me enganché porque Rubén Burgos construyó un equipo irreductible y Esteban Albert le fichó a jugadoras irreductibles: Queralt Casas, Laura Gil, Cris Ouviña, Marie Gülich… Estrellas que no dudaban en partirse la cara en defensa. El equipo sufría derrotas, algunas dolorosas, algunas trascendentales, pero siempre daba la cara. Siempre. Sin excepción. Y eso fue lo que nos prendió a mí y a 5.000 más.

El equipo ganó la Liga y, con el respaldo de la afición y el mecenas, lo tenía todo para afianzarse en la cumbre. Tenía las cartas para mandar en España y empezar a posicionarse en la Euroliga. El Valencia Basket tenía un buen entrenador, una buena plantilla y un arena encargado. La sección tenía el mayor presupuesto de la Liga y uno de los ocho más altos de Europa. Había llegado su momento. Y entonces abrimos la puerta y vimos a otro en nuestra cama.

El problema no son las derrotas que han llegado en las últimas semanas. El problema es que el equipo dobla la rodilla demasiado rápido. Por primera vez en su corta historia han llegado las palizas. Derrotas bochornosas como la del miércoles en la Fonteta. Días en los que las jugadoras de Burgos, lejos de mantenerse en pie hasta el final, se desmoronan en el primer cuarto. Lo que duele no es perder una o dos veces; lo que duele es que el equipo haya traicionado su esencia. Un día lo besamos y descubrimos que ya no tiene los ojos azules.

Como suele ocurrir, todos tienen su parte de culpa. Albert construyó mal la plantilla. Eso lo sabemos ahora, a toro visto, claro, que es más fácil, pero es evidente que Hempe y Fingall no han logrado que olvidemos a Lauren Cox. Y no porque Cox (ojo, 25 años) fuera buenísima, que lo era, sino porque además era una ganadora. Porque cuando nadie quería mirar el aro, ella levanta la mano, pedía el balón y lo metía en la canasta. Esas jugadoras escasean, y el club la dejó escapar pensando que el 2x1 era un chollo.

Aún así creo que lo más grave es que algunas veteranas (y alguna que aún no lo es) han perdido el hambre. Y que Rubén Burgos, que lo atisbó antes que nadie, subestimó el problema. Las estrellas se han visto con años de contrato que les aseguraban la estabilidad, un buen sueldo y la afición perdidamente enamorada de ellas. Hasta que un día abres la puerta del dormitorio y… A pilares como Cris Ouviña, al verla decaer, en vez de mostrarle la salida y llamar inmediatamente al móvil de Maite Cazorla, le concedieron tres deseos, como Aladino, y le han dado una camiseta a su novio en un equipo de LEB Plata donde sólo había chavales. Como si el jornal que recibe, muy generoso, no fuera suficiente para llegar cada día a la Fonteta con una sonrisa y un saludo para cada empleado.

Semana a semana, han ido haciéndose más débiles. Y ahí se ha quedado, como el último soldado que resiste con la bandera en la mano, Queralt Casas junto a las niñas de la Alqueria. La Torre Eiffel asoma en el horizonte y pocas piensan en que el ganador de la liga regular tiene una plaza en la próxima Euroliga. No da la sensación de que nadie se aferre a eso y se suba al autobús para salir el sábado en Zaragoza enseñándole los dientes al líder, sacando las ansias por demostrarle quién manda en España. Al revés, ahora mismo el miedo es no salir trasquilado otra vez del Príncipe Felipe ante 8.000 hinchas enamorados de Mariona, Fiebich o Gedof.

Bec Allen, que un día cogía y le tiraba una toalla a la cara a Alba Torrens, y al otro decía que no podía más, solicitó irse y la dejaron marchar. Nadie ha ocupado aún su taquilla. Burgos quiere una pívot. Pero una pívot que saque las castañas del fuego el día que Raquel Carrera, ahora ya totalmente indispensable en el equipo, no esté bien. En realidad, Burgos quieres a Cox, pero Cox ya no está.

Ahora están en manos de Carrera. La gallega ha alcanzado un punto en su trayectoria deportiva que ya le ha reportado buenos contratos publicitarios, fama y reputación. Pero está en el punto donde Pau Gasol contrató a un preparador físico y a un fisio y les pidió que le ayudaran a ser el mejor pívot del mundo. Así se forjan las leyendas. Porque puedes ser muy bueno o puedes ser una leyenda. A veces está en tus manos.

No está todo perdido. ¿A cuántos amigos traicionados les ha oído aquello de que no han roto del todo, que él piensa que ella va a querer volver? Quién sabe si Leti Romero, al ver tan pachucha a Ouviña, acaba dando el paso al frente que aún no ha dado. Si Alba Torrens, otra de las pocas que sale escocida de las derrotas, saca a relucir su talento, como hicieron ella y Ouviña en los play-off de la temporada pasada. Y hasta es posible, quién sabe, que un día lleguemos al portal y la veamos a ella con cara de arrepentimiento en la puerta.

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