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análisis | la cantina

En qué se le parece el Maratón de València al de Nueva York y en qué no

4/11/2022 - 

VALÈNCIA. El domingo es el Maratón de Nueva York. Allí, en esa carrera, viví una de las experiencias más bestias de mi vida. Y allí, de Staten Island a Central Park, viví también una de las mañanas de más sufrimiento de mi vida. Pero si un día me viera capaz de volver a correr 42 kilómetros, algo muy improbable, mi primera opción sería regresar a la Gran Manzana. Después, si el milagro fuera más amplio, me lanzaría a redescubrir el Maratón de València Trinidad Alfonso, que poco o nada tiene que ver con el que yo conocí cuando debuté hace casi un cuarto de siglo. Y si la vida me reservara un tercer cartucho, me iría de cabeza a Boston.

Pero esto es un sueño absurdo. Mi 1,90 no creo que me conceda una nueva oportunidad. Ni yo creo que fuera tan estúpido de pagar el peaje que te exige cada maratón. Así que me tengo que conformar con disfrutar de estas grandes competiciones como espectador. Pero llega el primer domingo de noviembre y es imposible no acordarse de 2008. Del madrugón implacable. Del camino de noche, cruzando la ciudad que nunca duerme, hasta el hotel desde donde salía el autobús. De las horas de espera, largas y frías, muy frías, en Staten Island rodeado de policías y soldados, con los militares apostados en las azoteas con sus rifles de precisión. Del corazón palpitando con fuerza en la salida. Del puente largo, larguísimo, que te vomita en Brooklyn, y allí, por sus calles, dudar de si vale la pena sacrificar ese espectáculo, deleitarse con la gente, los niños que te chocan la mano, las bandas de rock, o los vecinos que te gritan desde los balcones, a cambio de una marca, un número que en realidad es nada perdido entre otros cincuenta mil.

Jamás olvidaré el murmullo que se escucha mientras cruzas de Queens a Manhattan por el puente, y cómo ese murmullo se convierte en rugido en cuanto asomas a First Avenue y enfilas la interminable avenida rodeado por un gentío incalculable. La media vuelta en el Bronx y el descenso hacia Central Park, donde piensas que ya estás y aún te quedan varios kilómetros de sube y baja hasta cruzar la meta con la que sueña todo maratoniano.

Aquella experiencia, quizá, es la que me permite valorar plenamente en qué se ha convertido el Maratón de València. Con treinta mil personas apuntadas para la carrera del 4 de diciembre y su fama creciente de carrera veloz como pocas, o ninguna. Una carrera empeñada en demostrarle al mundo que posee un circuito que no tiene nada que envidiarle al de Berlín. Y más rápida, de media, que casi todas.

Uno que sabe mucho de esto es Xavi Lluch. Este hombre dedica mucho tiempo a destripar los resultados y ponerlos en fila, unos al lado de los otros, junto a los otros maratones de España. O, por ejemplo, compararlos con los seis ‘majors.

Hablé con él después de abrir la web del Maratón de Nueva York y ver que la marca media de la carrera es 4h39:02. Al descubrir ese dato, sentí curiosidad por saber cuál sería el de València, y Xavi, que es investigador del Instituto ai2 de la Universitat Politècnica de València, lo sabía. La marca media de València en 2021 fue 3h41:48. Con diferencia, la mejor de los grandes maratones del mundo. Chicago se iba hasta 4h42:30; Nueva York, según sus datos, estaba en 4h39:24; Londres bajaba por los pelos de las cuatro horas y media; Berlín, el que tiene la fama de ser el maratón más rápido del mundo, está en 4h17:24, más lento que París y los dos únicos con una media inferior a las cuatro horas: Boston, con 3h53:48, y València, al frente de este ranking con 3h41:48.

València, además, puede presumir de haber tenido en la última edición, 230 corredores que bajaron de las dos horas y media, un 1,8% del total, 2,5 veces más que en Boston. Y 693 corredores que bajaron de 2h45, y 1.940 que se quedaron por debajo de las tres horas, un 15,3% del total.

Suelto todos estos datos de Xavi -@xavi_runner en Twitter- porque esto no va solo del tiempo del ganador. Al menos para el que quiera tener una visión más amplia sino de la profundidad de una carrera como la de València donde hay gente que correr francamente rápido.

Aunque un maratón, y esto es justo recordarlo, tampoco son solo las marcas, ya sean las del primero o la de los dos mil primeros. Y en eso Nueva York, como se encarga de recordar cada año la prensa de allí, no tiene rival. Un vistazo rápido permite conocer la historia de Tommy Rivers, un atleta que llegó a correr en 2h18 en Boston, en 2017, y que poco después supo que sufría un cáncer. El corredor acabó en un coma inducido, pero salió vivo, raquítico y muy débil, tanto que necesitaba ayudarse con un andador. Rivers, que ahora tiene 38 años, se recuperó y volvió a correr. Pero en otro plan, claro. Y ahí fue cuando descubrió, como le cuenta a ‘Sports Illustrated, que su anterior versión solo encontraba la felicidad si alcanzaba la marca que perseguía, todo lo contrario que ahora, un momento vital en el que el tiempo final es anecdótico. En primavera, sin ir más lejos, corrió, o recorrió, más bien, el Maratón de Boston en seis horas y media. Daba igual. Su misión ahora, dice, es estar lo más fuerte posible por si el cáncer de se reproduce.

Rivers estará el domingo en el puente de Verrazano. No muy lejos, probablemente, de Yasuhiro Makoshi, un japonés de setenta años que ha corrido 36 ediciones de esta carrera, como recodaba hace unos días el ‘New York Times. Este hombre ha dirigido durante años Nippon, el restaurante japonés más antiguo de Manhattan, donde empezó a trabajar en 1977. Un año empezó a correr por Central Park y un día se dijo que si era capaz de correr el maratón, sería capaz de hacer cualquier cosa en la vida. Y en 1984 se lanzó por primera vez. Con 50 años, en 2005, fue capaz de bajar de las tres horas y superó a Lance Armstrong cuando iban por First Avenue. Aunque el mayor reto de su vida, quizá, fue salvar el restaurante cuando tuvieron que cerrarlo durante la pandemia. Makoshi inició una campaña para cubrir las pérdidas durante esos meses de cierre y logró recaudar 150.000 dólares. Nippon volvió a abrir y él, con el objetivo cumplido, decidió que era el momento de regresar a Japón. El último día fue despedido por una multitud. Este año regresa a Manhattan para asistir a su cita anual con el maratón. Antes irá hasta Javits a por su dorsal y allí verá un cartel de tres metros de alto con una imagen suya, la de un corredor diminuto.

Es una prueba repleta de historias fantásticas. Porque para mucha gente, para corredores de todo el mundo, el Maratón de Nueva York es la carrera, el maratón.

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