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entrevista al premio rey jaime i de investigación básica

Francis Mójica: «Sin ideas ni intuición, en ciencia no vas a ninguna parte»

Fácil, rápida y barata. Esas palabras mágicas, que suenan igual de bien en el mercado como en la ciencia, es lo que promete la técnica CRISPR, considerada por la revista Science como el gran avance científico de 2015. Esta panacea de la biología y medicina, que ahora enfrenta a los laboratorios más prestigiosos del mundo en la lucha de miles de millones de euros por las patentes de sus aplicaciones clínicas, no nació ni en Oxford ni en Boston sino en Alicante de la mano de Juan Francisco Mójica, premio Rey Jaime I de Investigación Básica 2016

| 02/10/2016 | 9 min, 53 seg

VALENCIA. En las Salinas de Santa Pola, en los años 90, el microbiólogo Juan Francisco Martínez Mójica (Elche, 1963) preparaba su tesis doctoral sobre las modificaciones genéticas que provoca la sal en unos microorganismos llamados arqueas, y fue en ellas donde detectó hasta ese momento una rareza digna de reflexión: muchas secuencias repetidas y espaciadas de forma regular. Era la antesala de lo que él mismo bautizó más tarde con  el acrónimo de CRISPR, una familia de secuencias de ADN presentes en muchos microorganismos que se han convertido en la revolución del corta-pega de genes de células. Estas tijeras moleculares, que pueden revolucionar los tratamientos contra el cáncer y el sida y la manipulación de embriones humanos, reúnen todas las papeletas para convertirse en Nobel. De momento, esta semana ya ha recibido el premio Jaume I en la categoría de Investigación Básica.

En España, esta técnica empezó a sonar con fuerza por el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2015 concedido a dos investigadoras extranjeras, pioneras en las aplicaciones de esta herramienta genética. Sin embargo, el nombre de Mójica, que prefiere rubricar sus papers como Francis, saltó sólo hace unos meses a la escena mediática internacional gracias a la publicación de un artículo titulado «Los héroes de CRISPR» en la revista Cell, donde se reconocía a este científico ilicitano como el primero entre la docena de investigadores claves del desarrollo de CRISPR.

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En ese relato de éxito, ustedes podrán pensar que a este investigador alicantino se lo rifarán los grandes laboratorios biomédicos. Nada más lejos de la realidad. Profesor de la Universidad de Alicante, a Mójica se le pasan las horas entre el aula y la gestión como secretario de departamento. Aunque sus líneas de investigación serían más propias del MIT, su laboratorio no se parece en nada al de las grandes universidades, con apretadas mesas de trabajo y apenas tres investigadores. Justo al entrar, el laboratorio nos da la bienvenida con grietas en el techo que anuncian goteras.

Acostumbrado a la escasez de inversiones y al rechazo de sus indagaciones en las revistas de prestigio mundial, a Mójica, que decidió dedicarse a la ciencia por escapar de la tediosa rutina de la fábrica de calzado de su familia, no le duele recibir la disculpa tardía de alguno de los revisores que le negaron lo avanzado de sus observaciones. Le tiembla la voz y se le escapa alguna lágrima al hablar de esta revolución a partir de la que ya no podrá hablarse de la biomedicina como hasta ahora.

—Desde que se conoció la noticia de que un español estaba detrás de la revolución genética de los CRISPR, ¿cuántas veces ha escuchado que es una pena que una investigación iniciada en España se aproveche fuera?

—Muchas veces, pero lo que ha pasado es algo muy grande, y lo han hecho otros en realidad. La comunidad científica no debe tener fronteras. Cuando uno descubre algo debe publicarlo para que tenga el mayor impacto posible. Gracias a que otro equipo también encontró repeticiones en otro sitio y lo publicó en una revista internacional, nos hizo pensar que esto era algo muy común y no sólo de bichos raros de las Salinas. Otra historia son las patentes. Entiendo que lo haga una empresa por intereses económicos, pero la investigación no.

—Usted suele contar que llegó a CRISPR por intuición.

—Sin ideas ni intuición, en ciencia no vas a ninguna parte. Hay que competir con miles de grupos en todo el mundo, con 30 o 40 investigadores y con todos los medios necesarios. Una bicicleta nunca puede competir con un Ferrari, pero las ideas te permiten pensar en algo que a nadie se la ha ocurrido antes. Después hay que tirar adelante a muerte, porque si tardas, alguien lo publicará antes, y eso nos pasa con mucha frecuencia.

—El boom mediático de CRISPR se ha centrado en su capacidad como herramienta de corta-pega genético y sus implicaciones en la salud. Pero la otra cara de la técnica está en el sistema de defensa de las bacterias, algo en lo que usted fue pionero en estudiar. Lo envió a las grandes revistas científicas internacionales, pero sin éxito. ¿No podía ser que esto lo dijera alguien de Alicante y no de Oxford o el MIT?

—(Ríe). Afectó algo, pero quiero pensar que no. Es algo a lo que no se le ha hecho mucho caso. En 2009 se empezó a proponer esa posibilidad. En el borrador del texto que envié a Nature, escribí que tendría muchas aplicaciones en biotecnología, agricultura y en la clínica, pero tuve que quitarlo para publicarlo en el Journal of Molecular Evolution, donde nos dejaron publicar, pero con un enfoque más evolutivo. Dos años más tarde comprobaron el sistema inmune de las bacterias por primera vez experimentalmente con las Streptococcus thermophilus, utilizadas para la fermentación de lácteos. Cuando las infectan con un virus, la mayoría de las bacterias mueren, pero unas cuantas sobreviven al adquirir un cachito de ADN del virus, y eso las hace resistentes. Puede aplicarse para producir hormonas y proteínas humanas a gran escala, para pegamentos u otras sustancias espesantes y aditivos en industria alimentaria, farmacéutica y química, donde los procesos suelen fallar debido a la infección por virus. Y también en los antibióticos. Con esta técnica se puede diseñar un sistema que al administrarlo sólo destruya el genoma de la bacteria patógena, en lugar de matar a todas las bacterias buenas y malas, como suele pasar.

—Las aplicaciones de CRISPR están provocando batallas por las patentes. ¿Por qué no se ha conseguido que fuera libre desde el principio?

—Al 99% de los investigadores lo que les interesa es contribuir al conocimiento y publicar en revistas científicas, pero los gobiernos valoran cada vez más que tengamos patentes, que se vendan y que se exploten para conseguir un beneficio económico para el país y las instituciones.

—Sin embargo, a usted no le siguieron financiando su investigación cuando intuyó que las bacterias tenían un sistema inmunológico.

—No quiero que me reconozcan en absoluto el desarrollo de CRISPR, se lo merecen otros, pero otra cosa es el descubrimiento del sistema inmunológico de las bacterias, que para mí fue lo más importante. Si me dejan, quisiera continuar investigando esa línea, pero quieren que me pase a las aplicaciones. He estado sin financiación como todos, es muy difícil mantener la continuidad de los proyectos. Había poco dinero, y entonces no se sabía la repercusión que tendría. Mi grupo era muy pequeño, me había pegado cabezazos contra la pared con la bacteria E. coli, que no funcionaba. Si no publicas nada en cinco años e invierten en ti pero no sacan beneficios... Entendí que no me siguieran dando un proyecto.

—Pero no se entiende que ahora mismo alguien como usted, el padre de CRISPR, dedique más horas a las clases y a tareas administrativas que al laboratorio.

—Ahora en la universidad nos caen cosas de todo tipo. Investigar es algo voluntario. En España, si el profesor universitario no investiga, no pasa nada, no le van a echar a la calle ni cobrará menos. Eso no lo entiendo. No hace falta tanto dinero para montar un laboratorio en condiciones, pero es cuestión de montarlos para todos los que lo necesiten. En otros países una plaza de profesor conlleva una financiación para investigar, para poder contratar gente y tener un espacio. Aquí hay que buscarse la vida. Si las empresas, privadas o públicas, no te dan un proyecto, das tus clases y te vas a casa.

—¿Es más difícil en España vender la investigación básica a la empresa privada que fuera?

—Aquí es imposible convencer a una empresa para que invierta un dinero en investigación que a lo mejor podría dar un beneficio a la empresa a largo plazo. La empresa quiere una investigación dirigida a resolver un problema para hoy o mañana. Me han contactado varias, pero lo hacen pensando que estoy trabajando en aplicaciones médicas, que es lo que les interesa.

«EN ESPAÑA, SI EL PROFESOR UNIVERSITARIO NO QUIERE INVESTIGAR NO PASA NADA, NO LE VAN A ECHAR A LA CALLE NI VA A COBRAR MENOS. ESO NO LO ENTIENDO»

—Leandro Peña, reconocido por investigar la naranja transgénica, decía que las aplicaciones de CRISPR en biomedicina harían que Europa viera con mejores ojos la modificación genética de los organismos. ¿Lo comparte?

—No se puede decir lo contrario. O cambian la legislación o no vamos a poder avanzar en el estudio de las enfermedades graves en humanos. Hasta ahora existía la posibilidad de hacer ‘travesuras’ con el material genético, pero si esta técnica puede tratar una enfermedad hasta ahora incurable, van a tener que abrir la puerta. Y si se hace por la salud, también deberán reconsiderar los transgénicos. Se necesitan más estudios que demuestren que no hay ningún problema en que una planta lleve un gen de otra cosa. Yo no le veo ningún problema, pero hasta cierto punto.

—El límite para usted está en los embriones, en concreto en crear ‘niños CRISPR’.

—No debe generarse un niño por manipulación genética para hacerlo más guapo. Lo que sí tendría justificación, aunque entran implicaciones de tipo ético, moral y religioso, es manipular un embrión para evitar una enfermedad que provocaría la muerte de un individuo a los diez años. Pero es como el aborto, es un terreno de creencias personales más que otra cosa.

—Sugiere que debe consultarse a la ciudadanía de forma pública, que no sea sólo un debate de políticos o de la comunidad científica.

—Hay países que no tienen cortapisas para manipular embriones humanos en el estudio de la eficacia del sistema CRISPR para curar enfermedades. Es una ventaja muy grande, pero si el resto del mundo entiende que no es ético, habría que evitar que otros lo hicieran. Debe someterse a votación, buscando consensos, aunque no los va a tener. Está en juego el hecho de poder convivir con gente genéticamente modificada. El futuro de la ciencia ficción está ahí.

(Este artículo se publicó originalmente en el número de julio de la revista Plaza)

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