Hoy es 6 de octubre
VALÈNCIA. No sé si tanto ruido alrededor del club no está pasando factura a las prestaciones de esta limitada (en muchos aspectos) plantilla valencianista, ni sé si, de pronto, se nos ha apagado una luz, bien del entusiasmo, de la ilusión, de la esperanza, etc. pero algo nos pasa: si cada partido hay que apelar a la épica para sacar un punto, entonces es que algo no va bien, por algún lado. Es decir, que el milagro de remontar un 0-2 contra un recién ascendido con uno menos, se esté celebrando desde la satisfacción de haber salvado, en el minuto 98, una derrota, me parece haber gastado una bala en nuestro casillero de “noches mágicas”, que se dan en un par de ocasiones a lo largo de una temporada. Y no fue para ganar, sino para empatar; ni tampoco fue para hacer morder al polvo a un rival de arriba, sino a uno que acaba de subir.
Los milagros suelen ser puntos de inflexión para una plantilla, ya que supone un subidón de optimismo, de confianza, de alegría. Pero las manifestaciones del equipo, al finalizar el partido, fueron otras, con un Gabriel Paulista diciendo que él vino para jugar en Europa y que, como él, buena parte del equipo. Claro, cierto, otra cosa es que esa misma plantilla, por mucho que quiera su deseo, no tenga nivel para jugar por Europa, se pongan como se pongan y vinieron aquí pensando que las prestaciones de otros miembros del equipo les haría de colchón para así engrosar un curriculum que, a estas alturas, no podrían ni imaginar. Aspiraciones tenemos todos pero no por ello estamos capacitados para cumplirlas.
La cuestión es que existe cierta tristeza a pesar del milagro y eso sí me parece peligroso, porque la épica siempre debe de arrojar un beneficio a tu favor y, en cambio, todo el mundo salió pensando en que, a pesar de todo, se perdieron dos puntos más por el camino. Y sí, es cierto: de los últimos 18 puntos en juego el Valencia CF solo ha conseguido 3 y esto es muy preocupante, ya no tanto por las sensaciones que está dando el equipo en el campo (que no son ni buenas ni malas) sino porque ya comienzas a alejarte de la zona alegre de la clasificación y te adentras en esa frontera gris de la medianía Meriton, donde no ocurren nada más de que decepciones, sinsabores, y medias alegrías, alicatadas con alguna victoria contra alguno de los de arriba. Es decir, de equipo grande a equipo histórico y de ahí, como ahora, a equipo de media tabla: esta es la involución del Valencia CF de la mano de la gestión brillante de Meriton, con Murthy a la cabeza, al corazón, al dedo y al suelo. Y del señorito Corona, por supuesto, que sigue sin dar la cara por su maravillosa planificación deportiva, como director de fútbol (podría ser de pádel o de otra cosa, pero como es, en principio, un club de fútbol pues lo han llamado así): se está muy bien parapetado en el silencio tras el escudo de un técnico que no era apuesta personal, pero eso no hace falta decirlo. O sí.
Bordalás, por su parte, ya comienza a tirar con bala: del error imperdonable de Racic a los toques de atención a algunos jugadores de la plantilla, antes y durante los partidos. Si tuviera un equipo solvente, al menos en lo emocional, ya tendría a Maxi en el banquillo, sin duda, pero como sabe que tiene poco de donde rascar, pues aguanta hasta que el asunto ya no dé para más, aunque hay muchos señalados también. Y fíjate tú, que no es sorpresa: sigo pensando que Maxi está como loco por irse de esta casa en ruinas; que Racic no es un futbolista que realmente se imponga nunca en un partido o que Diakhaby es un auténtico lastre deportivo. Pero nada de esto ha cambiado con respecto al año pasado, por ejemplo, donde el rendimiento de Maxi fue discreto, las flaquezas del defensa galo eran más que evidentes y desquiciantes y donde el espigado centrocampista no era capaz de ganar un partido en el centro del campo, ni recuperando, ni llegando en segunda línea ni creando juego. Y ya no es cuestión de centrarse en ellos: hay una cadena de jugadores que están viviendo unas largas vacaciones en esta ciudad, cobrando muy bien y con cero exigencia detrás, ya que no hay consecuencia alguna, ni puede haberla.
Todo esto puede reconducirse, pero hasta un punto: cuando estamos llegando a cubrir casi un tercio del campeonato, nos vemos, de nuevo, con la tristeza en los ojos y apelando a la fe, al espíritu de este equipo y estas cosas. Pero los números dicen que, a estas altura, con Xavi Gracia en el banquillo, estábamos igual, aunque más cárdenos y melancólicos y ahora tenemos esa furia que el técnico ha impregnado en el equipo. Pero ni la tristeza de Gracia ni la rabia de Bordalás están cambiando la historia del Valencia CF, que sigue cayendo, aunque a veces dicha caída no sea tan visible. El veneno está dentro del cuerpo y, así, como estamos, entiendo que Bordalás es solo un medicamento que nos ha paliado el dolor, pero que no lo ha quitado, igual que algunos futbolistas nos alivian con su juego y su entrega. Otros no, claro, y vuelven a abrir esa herida que se va haciendo más profunda, aunque cicatrice algo en su superficie. Y un ejemplo más de esto es lo de Mario Alberto Kempes y el silencio de su persona por parte del club: hay un punzante vórtice de acero que se va abriendo paso hacia el corazón valencianista a cada paso que dan y ya ni lo podemos ver en algunos momentos. Es como si quisieran borrar la historia del club y reinventar otra cuyo único ídolo fuera Lim. Pero no, aquí el más venerado es y será Kempes, ya no solo porque con él sí nos hicimos más grandes, sino porque su humildad, su cercanía, su honestidad y su amor a esta tierra son adorados por los y las valencianistas. No entienden que Kempes se ha ganado el cariño de todo el mundo porque, sobre todo, quiso hacer feliz a todo el mundo. Y no lo entienden porque en Meriton solo quieren hacer feliz a Lim, a costa de todo el mundo. Esa es la diferencia.