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ciencia de mierda

Escatología al servicio del saber

Aunque es algo que nos sale de lo más profundo, no le prestamos atención. Sirve para dar suerte, está en los chistes, en el menú de los chiringuitos, en las calles... pero en lo que poca gente ha reparado es en que es un instrumento científico que se usa en distintas disciplinas

| 18/04/2021 | 13 min, 54 seg

VALÈNCIA. La palabra ‘escatología’, según la Real Academia de la Lengua Española, significa todo aquello que hace referencia a los excrementos. Pero al mismo tiempo y según la misma institución, también se refiere al conjunto de creencias en el más allá. Vamos, a lo que viene a ser la vida después de la muerte. Casualidad o no, lo que es cierto es que las heces tienen relación con muchos más campos del conocimiento de lo que podría parecer. Incluso han hecho ricas a muchas personas.

El caso más sonado fue el del artista Piero Manzoni, que enlató unos cuantos kilos de sus deposiciones, las etiquetó bajo el sugerente título de Mierda de artista y las vendió tasando su precio al peso del oro. Por lo visto, más allá de querer hacerse rico, su obra era una crítica a la burbuja económica del arte moderno, donde literalmente cualquier mierda podía ser vendida solo por ser hecha por alguien medianamente conocido. A día de hoy, sus heces están expuestas en algunos de los museos más importantes del mundo, y la última de sus latas fue vendida por 124.000 euros. Teniendo en cuenta que cada ración de heces contiene treinta gramos, su precio actual supera en casi cien veces al del oro. Así pues, algunas heces no solo son un objeto de deseo, sino que además se revalorizan casi al nivel del Bitcoin. Ahora bien, más allá del arte, los excrementos son un campo de estudio fecundo para la ciencia.

Jonathan Bar Shuali, historiador valenciano y presidente de la asociación Fusiliers-Chasseurs de Madrid, cuenta que «las heces, lo que te indican más allá de la presencia de una gran masa de población es información de la dieta, el estado de salud o la evolución de las poblaciones de parásitos durante algunas pandemias». Y esta información, en según qué contextos, puede resolver enigmas históricos de gran importancia.

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«Uno de los casos más interesantes —prosigue el historiador— fue el de Alberto I Canfrancesco. Este señor era un personaje de los estados italianos autónomos, que gobernó el estado de Verona de 1308 a 1329. Su misterio se debe a que murió durante una campaña militar y no quedaron claros los motivos. Gozaba de buena salud y para la geopolítica italiana del momento era muy importante por todo el sistema de alianzas, así que en su época surgieron rumores de un posible envenenamiento. Pero claro, no se podía saber a ciencia cierta». Hoy en día el misterio podría resolverse con uno de esos famosos botes amarillos que dan en los ambulatorios para analizar las heces de los enfermos, pero ¿cómo conseguir un trocito de caca de un tipo que vivió hace siete siglos? 

Malnutrición evidente

«Lo interesante vino cuando exhumaron su momia en 2015 y analizaron algunos restos que aún conservaba, entre ellos, las heces de su intestino. De este estudio se pudo resolver el misterio y entender que, efectivamente, Alberto I Canfrancesco fue envenenado». Y, todo ello, gracias a unos excrementos de más de 700 años de antigüedad.

Pero la cosa no se queda en la anécdota. Bar explica que «si nos vamos a la Edad Media, estudiando las heces podemos descubrir, entre otras cosas, la dieta. A este respecto hay un dato realmente curioso. Durante el principio de esa época se heredaron los baños públicos romanos. Y en Acre, que es una ciudad perteneciente a Israel, se conserva un baño público que era usado por una antigua orden hospitalaria. Allí un equipo de investigadores encontró restos de heces, y gracias a su análisis se pudo arrojar luz sobre la dieta de la época. Se vio un abusivo consumo de glúcidos y una malnutrición muy evidente».

No obstante, en lo que a la resolución de misterios históricos se refiere, el caso de Aníbal Barca se lleva la palma. «El general cartaginés, en el contexto de la segunda guerra púnica que enfrentó a Cartago con Roma, cruzó los Pirineos y los Alpes pasando primero por la Península Ibérica con unos 30.000 soldados, 15.000 jinetes y más de treinta elefantes». Esto, que ya de por sí fue una hazaña suficiente para que Aníbal pasara a la historia, arroja una incógnita importante. ¿Por dónde metió Aníbal a través de los Alpes a semejante cantidad de hombres y animales?

Jonathan Bar Shuali (Historiador): «El estudio de las heces hay que ponerlo siempre en el contexto adecuado; no te vale solo con una pieza del puzle»

Bar explica que «unos investigadores de la Queen’s University Belfast encontraron cerca del paso Col de Traversette, en los Alpes, y a treinta horas andando de Turín, una gran capa de barro rica en restos de bacterias del género Clostridium, que son abundantes en el estiércol de caballo. Hay que recordar que estamos hablando de una zona a casi 3.000 metros de altitud, así que estos investigadores plantearon que podía ser una evidencia de la acumulación de jinetes por parte del ejército de Aníbal, y que ese fuera su lugar elegido para cruzar los Alpes. Pero claro, hay que recordar que años más tarde su hermano Asdrúbal cruzó la zona con un ejército similar que también incluía caballos y elefantes. Así que, ¿son los restos del paso de un ejército o de dos? ¿Corresponden al de Aníbal? ¿O se trata de las heces del ganado de la zona?».

Parte del misterio puede resolverse gracias a que allí también se han encontrado restos de tachuelas que pueden pertenecer al equipamiento de la expedición cartaginesa. Así que Bar matiza que «el estudio de las heces hay que ponerlo siempre en el contexto adecuado. En la historia, como en otras ciencias, las técnicas han evolucionado mucho, pero no te vale solo con una pieza del puzle».

Si las heces pueden ayudar a los historiadores a desvelar misterios centenarios, también pueden adentrar a los paleontólogos en momentos alejados millones de años en el pasado, cuando el ser humano aún no existía y su antepasado más cercano era prácticamente un ratón desvalido en mitad de un mundo plagado de gigantes escamosos y dientes afilados.

Entre cacas y probetas

Ana María García Forner, directora del Museo de Historia Natural de la Universitat de València, tiene mucho que decir acerca del tema: «Un fósil es cualquier resto de un ser vivo o su actividad y que además está presente en el registro fósil. Va desde el hueso de un dinosaurio hasta las huellas que dejó a su paso. Y ahí están incluidos los coprolitos, que son signos de su actividad». 

García se refiere a las heces fósiles, que reciben su nombre tras ser descritas formalmente por el paleontólogo británico William Buckland, aunque la historia de su descubrimiento fue un poco más compleja. «El término viene del griego kopros y lithos, que significan excremento y piedra respectivamente. Y si bien lo acuñó Buckland en 1829, fue a través de los descubrimientos de Mary Anning, paleontóloga y coleccionista de fósiles. Ella nunca publicó nada; fue una gran desconocida. Se dieron todos los hechos en el siglo XIX para que esto ocurriera: era mujer, pobre y sin formación. Anning ya había descubierto a los ictiosauros, y en su tracto digestivo encontró lo que ella llamaba piedras bezoares. Pero analizando algunas de ellas encontró restos de dientes y espinas de peces. Y se dio cuenta de que era materia fecal fosilizada. Cuando Buckland contactó con ella por otros fósiles, le enseñó también los coprolitos, y fue el paleontólogo quien los describió y les puso nombre». 

Fuera como fuera la historia, los coprolitos tienen mucho futuro por delante. Gracias a su estudio, los paleontólogos pueden saber muchas cosas sobre la vida de los animales del pasado. «Nos da información de la dieta y los ambientes remotos: dónde vivía, de qué se alimentaba, de su posición en la cadena trófica, e incluso podemos encontrar polen fosilizado en las heces y reconstruir el ambiente de la época en la que vivió el animal». De hecho, García recuerda que «en Cuenca, a principios de la década, se estudió un antiguo lago con más de dos mil coprolitos, y se ha podido establecer la cadena trófica, e incluso cuándo se producían las estaciones secas y húmedas». Las cacas fósiles corresponderían, principalmente, a cocodrilos, anuros y peces.

Otro caso curioso relacionado con las heces fósiles ocurrió el año pasado. En concreto se encontró el coprolito más grande hasta la fecha, que entró en el libro Guinness de los récords con sus diez kilogramos de peso y su medio metro de longitud. Incluso lograron inferir parte de su dieta y cómo hacía la digestión, gracias al ejemplar fosilizado. Aunque García aclara que «la identificación del productor de la hez siempre es difícil, lo puedes inferir de su dieta o su localización. En este caso se piensa que la hez pertenece a un tiranosaurio por su contenido alimenticio y dónde se ha encontrado». Esta mole fecal puede contemplarse actualmente en el Museo de Ciencia y Naturaleza de Bradenton (Florida), que exhibe parte de la colección de George Frandsen, el mayor coleccionista del mundo de coprolitos (posee alrededor de siete mil ejemplares). La pieza compite en interés con el que se guarda en el Jorvik Viking Centre de York (Inglaterra) y conocido como el coprolito de Lloys Bank, el más antiguo de origen humano que se conoce.

Ana María García Forner (Museo de Historia Natural): «Nos da información de la dieta y los ambientes remotos, de qué se alimentaba, de su posición en la cadena trófica...»

De todos los campos científicos donde el estudio de las heces humanas tiene más utilidad práctica, es el de la salud humana. A este respecto, las heces y su composición son un indicador de posibles enfermedades y los análisis de caca están a la orden del día en cualquier ambulatorio. Pero lo que es menos conocido es que la investigación científica también se centra en las heces como objetos de estudio y búsqueda de aplicaciones.

Daniel Martínez, investigador valenciano y en la plantilla del prestigioso Imperial College de Londres, sabe mucho de esto: «Cuando llegué al laboratorio, una de las primeras veces, un compañero se acercó con un bote que contenía algo marrón e indeterminado. Claro, yo no podía imaginar de qué se trataba. Lo dejó encima de mi mesa y me pidió que adivinara su contenido, pero no supe qué responderle. Y mirándome a los ojos y aguantándose la risa me dijo: ahí está tu futuro. Y tenía razón». Martínez se pasó unos cuantos años analizando los contenidos de las heces de multitud de personas, aunque desde el ordenador. «Por mis manos nunca pasaron las muestras; yo trabajaba solo con los datos que venían de analizar las heces humanas y les hacía el tratamiento bioinformático».

Este biólogo valenciano explica dónde reside el interés de las heces, más allá de lo obvio. «Nosotros estamos llenos de microorganismos por todas partes, y a eso le llamamos microbiota. En el intestino hay una gran cantidad de bacterias, pero la composición varía en las diferentes partes del mismo, puesto que es muy largo. Y esto ocurre tanto en humanos como en el resto de animales. Pero las heces las recoges al final del trayecto y son un buen punot de encuentro entre lo que es fácil conseguir y lo que es fiable; no vas a obtener nunca una composición específica de la microbiota de cada parte del intestino, pero es una buena media de lo que se puede encontrar dentro».

Pero ¿por qué debería ser relevante qué microorganismos habitan en los intestinos? Martínez insiste en que «el estudio de las heces es interesante porque la microbiota intestinal es una de las comunidades más complejas de microorganismos que tenemos viviendo en nosotros. Mucha gente no sabe que tenemos comunidades viviendo en nuestra piel, en los órganos sexuales, en la boca. Y, sin embargo, la microbiota intestinal es la interfaz entre  la alimentación y nosotros mismos. Y no solo eso, por ejemplo los fármacos que ingerimos también se absorben ahí. Entonces es muy importante entender cómo interactúa esa gran comunidad de microorganismos entre ella. De hecho, se ha visto que varias enfermedades —como el síndrome del colon irritable o la enfermedad de Crohn— están relacionadas con comunidades de bacterias. Pero no solo eso, algunos medicamentos se pueden metabolizar de forma muy diferente en función de tu microbiota, como por ejemplo algunos fármacos contra el cáncer de colon».

De hecho, cada cierto tiempo aparecen en prensa sonoros artículos anunciando que se ha encontrado que una determinada microbiota causa una enfermedad concreta. Pero ¿qué hay de verdad en este tipo de anuncios tan llamativos? Martínez explica que «no hay que olvidar que hay muchos estudios de microbiota en los cuales se dice que si veo cierta composición microbiológica asociada a una enfermedad, podemos decir que hay una correlación. Pero eso no implica que esa sea la causa. Es más, aunque sea la causa, es muy complicado saber si la enfermedad causa los cambios en la microbiota o la microbiota causa la enfermedad. Entonces muchos de los titulares que se ven pueden llevar a un engaño. La microbiota sí que puede influir en muchas cosas, pero no todas las que se leen en la prensa son ciertas. Y por eso es tan importante el estudio de la microbiota presente en las heces desde el punto de vista científico».

Uno de esos titulares llamativos, sin lugar a dudas, es el de los trasplantes fecales, que consisten en recoger muestras de heces de una persona e introducirlas en otra. De este modo se transporta parte de esa microbiota intestinal entre los dos pacientes. La pregunta es clara, ¿para qué sirve meter las heces de una persona en otra? La respuesta la tiene una bacteria, Clostridioides difficile, que infecta el tracto intestinal humano hasta producir la colitis pseudomembranosa. En los pacientes que no responden a los antibióticos, se ha visto que meterles las heces de personas sanas cura en torno al 80% de los enfermos. Teniendo en cuenta que esta enfermedad puede llegar al 6% de letalidad, los trasplantes de caca no son cosa de broma.

Lo que es innegable es que las heces han dado de qué hablar a lo largo de la historia, y seguirán haciéndolo. Desde un simple símbolo de cosas bajas y despreciables a llaves para comprender el pasado remoto, pasando por elementos de inspiración artística o científica, herramientas para salvar vidas e incluso siendo objetos de deseo que pueden alcanzar cotas de valor incalculable. Y es que, como ya alabó Francisco de Quevedo con lo escatológico hace cuatrocientos años en su ensayo Gracias y desgracias del ojo del culo: «pueden los ojos, dejar de hacer su oficio y vivir el hombre, mas cesando seis o siete días de ejercer el modo de purgar el del trasero, no hay sino reventar». 

* Lea el artículo íntegramente en el número 78 (abril 2021) de la revista Plaza

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