Este verano -todavía no ha llegado y ya es eterno- le está poniendo al entorno VCF rostro de aficionado descreído deseando pirarse del partido antes de tiempo porque ya sabe el resultado y no le gusta...
VALENCIA. El miércoles estuve en un concierto de un francés rudo que podría parecer entrenador del Lille. Ese dato aporta entre poco o nada, pero al encarar las últimas canciones, cuando ya parecía que la noche acababa, vi apostado a un buen puñado de personas al borde de la escalera, emprendiendo el camino para marcharse pero resistiéndose hasta el último segundo, queriendo disfrutar del sonido in extremis. Mi acompañante (acarreamos algún que otro golpe en la cabeza) sentenció: “están hasta el final esperando a que algo pase”. Ambos vimos otra cosa clara, visualizamos el paralelismo con los vomitorios de Mestalla, las vallas agarradas mientras a punto está aquel de irse del estadio, pero con una resistencia innata: esperar a que algo pase.
A los que se marchan antes de tiempo se les podrá tachar de impacientes, irresponsables y algo infieles, pero sus prisas se convierten en el mayor grado de fidelidad cuando tras emprender la marcha se quedan de pie asomados fantaseando con un último remate que cambie del todo la suerte
Hay sensaciones maravillosas en un campo, esencialmente en el del Valencia (en otros lugares todo es más tedioso), pero creo que la más emocionante, la más descriptiva de un enganche a prueba de bombas, es la actitud del que sabiendo que ya no hay remedio y que ese partido no se ganará en el minuto 94 porque nada apunta a ello, acaba amarrándose levantado a una espera final. “Y si pasa…”. Un tic nervioso. Un pesimismo nunca lo suficientemente cínico como para renunciar a una mínima esperanza.
Hay otras sensaciones más eufóricas, como formar parte de una ola en el graderío (qué obscenidad), como participar de una ovación unánime en la despedida del futbolista, como celebrar una jugada redonda, como saltar en brincos tras un contraataque fulminante, como la paja de Gallolo, como desear a golpe de garganta el gol en ese córner y verlo llegar, o como presenciar un remate exitoso de Negredo a pase de Barragán. Sensaciones pop. Ninguna comparable al del aficionado acelerado que cuando se va siempre acaba esperando. “Esperar a que algo pase”.
Este verano -todavía no ha llegado y ya es eterno- le está poniendo al entorno VCF rostro de aficionado descreído deseando pirarse del partido antes de tiempo porque ya sabe el resultado y no le gusta. Gruñiremos cenizos, deslizaremos desesperación (porque no es para menos), pero a la hora de simular que nos marchamos estaremos bien tiesos, de pie, agarrados a la valla de salida, esperando a que algo pase. Y ya pueden venir cenutrios, jugadores desconocidos o apuestas impopulares que así seguirá siendo.
Básicamente se trata de eso.