VALÈNCIA. La mítica canción de Peret, con aquel estribillo pegadizo que decía eso de No estaba muerto, estaba de parranda… me vale para definir a este Valencia CF, que sigue vivo en casi todo, aunque muy tocado en sus frentes: primer equipo, filial y equipo femenino. Pero estoy seguro de que vamos a salir de esta, sin caer en el topicazo del más fuerte que nunca ni nada de eso, porque si sale de ahí será arrastrándose hasta la orilla, apurando las opciones, dando un tirón al final que logre salvar la temporada y dejando las estructuras del club dañadas, debilitadas. Estamos vivos, sí, pero a qué precio: la victoria vuelve a ser amarga, porque sigues perdiendo jugadores por lesión cada media hora y, queramos o no, esto influye y cala en la psicología del futbolista. A pesar de ello, la plantilla (que es buena) sigue dando su respuesta, su pundonor, su último aliento, aunque a estas alturas ya nos resulte impensable mantener la portería a cero, por ejemplo.
No muere todavía, pero también es verdad que está a un paso de hacerlo en Champions y si no consigue la transfusión de la grada de Mestalla, este equipo caerá como una piedra en el mar también en Liga. Porque la afición valencianista, tan vilipendiada por tantos medios nacionales que no han sabido ver la calidad de su naturaleza, es la que está manteniendo a este muerto muy vivo, con su mala salud de hierro que diría aquel. Pero véase el caso curioso: ante el maravilloso antídoto que supone Mestalla, el club, en un gesto un poco precipitado y bastante oportunista, ha cerrado puertas a la prensa ¡Mira tú qué bien nos viene a todos y todas esto del coronavirus! Así evitamos preguntas, ruedas de prensa que aclaren los partes médicos, la debilidad defensiva o lo que se tercie. Esto es casi como decir que, puesto que estás en cama con algo de fiebre voy a aprovechar para tirar muchas de las cosas que guardas en los cajones desordenados, para que el virus que ahora tienes en tu cuerpo no salte a esos objetos y permanezca en el ambiente. Rarita suena, la verdad, esta lim-pieza.
No se me ocurre ahora un mejor escenario que buscar todo lo contrario: estrechar el camino entre plantilla, club, periodistas y aficionados, porque esto tiene un colorcito malo, amarillento con tono melancólico-depresivo. Y, de momento, al enfermo no le viene muy bien que le dé el aire fuera de su casa, porque parece que se queda sin ideas, sin fuerza y sin brújula que le permita encontrar su camino propio. La verdad es que tampoco en casa está sabiendo encontrar esa senda de su identidad, que dista mucho del toquecito para arriba y del toquecito para abajo, de la presión alta con defensa demasiado atrás (como está haciendo), con desequilibrio posicional en defensa, tras la subida simultánea de los dos laterales. Ese no es camino de un equipo firme y fuerte, sino la garantía de goles en contra y de sufrimiento innecesario.
Le pido al técnico que recapacite aquello del yo no he venido a dejar mi huella, porque lo está haciendo, y su pie no está quedando muy bien retratado sobre la tierra valencianista: fíjese el susodicho míster que al Valencia CF le va la marcha del contragolpe, la electricidad que provoca una salida endiablada por banda tras robo de balón en tres cuartas partes, la llegada de una segunda línea, equilibrada y con orden en su despliegue tras encontrar los huecos de la defensa rival, más pendiente de intentar replegar que de ver por dónde llegan los nuestros desde la frontal para adentro. Eso es paracetamol para este equipo, señal de constantes vitales que lo conectan a su auténtico corazón y que hace que las piernas vuelvan a estar en contacto directo con el cerebro.
Quiero pensar, pues, que todas y todos sabemos una cosa: que este muerto está muy vivo, porque en enero y febrero se fue de parranda, pero ha vuelto, ha regresado a marzo, que es un mes valenciano y valencianista y si así lo aceptamos, estamos por la labor de echar al fuego lo viejo, lo pasado, lo roto y lo malo, para crear una nueva llama, una nueva vida. También es verdad que ese mismo fuego, si no sana, arrasa con todo, lo deja desierto, lo convierte en terreno yermo y eso, como buen aviso, significa que la afición del Valencia CF, que sabe lo que es sufrir y confiar, que sabe lo que es curarse (de espanto también) y volver a recaer, que sabe lo que significa la cuarentena y el aislamiento, que sabe lo que afecta la fiebre cuando sube pronto el desencanto y lo rápido que baja cuando la pelotita entra o, al menos, cuando el equipo lo da todo… el fuego de esa misma afición, decía, puede ser devastador también si no se le escucha o no se le deja hablar. Aviso para navegantes un tanto desorientados en esto del Valencia CF: por mucha megafonía que suban la voz del valencianismo se oye, porque no depende ni de un grito ni de un silbido, es algo más profundo y hondo. Se llama sentimiento.