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Estrellitas

Javi Fuego es un pequeño tesoro oculto en el vestuario de un club que nunca acaba de encontrarse. Que merece todo lo bueno que le pase

16/09/2015 - 

Sí, es cierto. Hacía mucho, mucho tiempo que no sentía un grado de identificación tan grande por un jugador del Valencia como el que siento por Javi Fuego. Tanto, que ni siquiera recuerdo cuál fue el último. Me produce especial satisfacción verle trotar en un estadio engalanado por cartelones de la Champions, en salas de prensa decoradas para la juerga europea, enfrentándose a tipos que valen 50 millones de euros.

Ocurre porque en él se podría explicar la vida misma, el propio Valencia, el de siempre. Ver a Javi Fuego en la Champions es ver a una cenicienta convertida en princesa. Llegó a la cúspide del fútbol tras padecer impagos, mentiras y mentirosos, encadenar clubes en quiebra y plantearse la retirada con apenas 25 años. Sabe de las mil caras que oculta un deporte que genera cinco mil millones de euros. Y cuando la lógica dictaba que su aventura en un grande llegaría a su fin tras una lluvia de billetes, sobrevivió más que nunca para alzarse en referente.

Incluso su presencia encierra un grado de rebeldía, es la clase media batallando en un mundo que la está aniquilando, el obrero en un fútbol que los desprecia cada vez con más saña, un representante de los campos de tierra en el seno de la opulencia y la orgía dineraria. Me siento como ese niño al que le pusieron un micrófono delante, preguntándole por su jugador favorito, y soltó con un orgullo ensordecedor «Barragán».

Tal vez no sea sólo lo que representa, sino también lo que es. Un capitán sin brazalete, un tipo que se preocupa de sus compañeros, les pregunta qué les pasa y les arrima el hombro cuando necesitan uno sobre el que llorar. Un monumento a la sencillez y la educación. Javi Fuego es un pequeño tesoro oculto en el vestuario de un club que nunca acaba de encontrarse. Que merece todo lo bueno que le pase.

Serán las consecuencias de la crisis de los 30, pero cada vez valoro más a tipos como este y siento una creciente repulsión por filigraneros, vendedores de portadas y demás fauna recauchutada que prolifera por el universo del balón. Pude que sea eso, o también un incipiente desencanto con el fútbol que me lleva a buscar consuelo en cosas cada vez más pequeñas y autenticas.

Quizá sea una esnobez decir que lo único que me atrae de la Champions sea verle a él corretear por ella. Aunque decir lo contrario tampoco sería una verdad completa. Sin más remedio puede que acabe haciendo la de Charles Foster Kane, cuando su estrafalaria mujer interpreta una horrenda opera y se levanta henchido en orgullo a aplaudirle, una vez el asturiano haga su debut. La diferencia de Fuego con Susan Alexander es que éste sí sabe dar el do de pecho en un mundo construido para que solo brillen estrellitas.

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