VALÈNCIA. Llegan los calores y con ellos las inconfundibles melodías veraniegas que acaban echando raíces hasta convertirse en ‘canción del verano’. Esa canción que, casi todo el mundo dice detestar, pero que acaba calando hasta el hipotálamo porque resulta de todo punto imposible huir de ella. La canción del fútbol y, más concretamente, la del Valencia CF repite su estribillo machaconamente pero, a diferencia de la otros clubes, no cambia de un verano a otro. Su letra habla de pasar página, de olvidar errores pretéritos, de dejar trabajar, de fichajes rutilantes y de retener a los activos más importantes de la plantilla porque la caja no está tan vacía como la pintan.
La emiten insistentemente los medios oficiales y pseudo oficiales del Club con la intención de convertirla en himno del valencianismo e incluso de colgar el cartelito de ‘anti valencianista’ a quien no sea capaz de memorizarla y canturrearla hasta bajo la ducha. Pero este verano no es igual que los anteriores y los antecedentes despiertan la rebeldía de quienes ya no están dispuestos a cantar lo que manda la ‘radio fórmula’ oficialista.
Nada que arriba de la oficialidad resulta creíble porque la oficialidad está más lejos de la calle que nunca y sólo el truco barato de achacar a la mala situación deportiva la multitud que salió a la calle hace más de un mes reclamando la marcha de Peter Lim y Anil Murthy justifica la exhibición de Bordalás como trofeo recurrente en las mismas redes sociales en las que tienen bloqueadas las interacciones de los valencianistas. El aficionado está cabreado por ver a su equipo tan mermado pero, sobre todo, está hastiado al presenciar cómo estos incompetentes dinamitan una manera de entender el fútbol y un sentimiento de pertenencia forjado durante más de cien años.
Soy el primero, y creo que son muchísimos los valencianistas que piensan como yo, que aplaudo el fichaje de José Bordalás porque creo que puede ser un entrenador ideal para el Valencia y deseo con toda mi alma que devuelva al Valencia al lugar que le corresponde, pero el gran problema del Valencia ni está en el banquillo, ni se soluciona ganando partidos por balsámico que resulte. La grave enfermedad que consume al Club vino importada de Singapur y tiene su foco infeccioso en el despacho del Presidente.
El hecho de que el nuevo técnico del Valencia cante a los cuatro vientos las bondades de su incipiente relación con el presidente que ha fulminado proyectos exitosos, que ha empequeñecido el vestuario y que ha hecho callar desde el palco a la afición, no cambia el estado de las cosas. Ojalá el amor que parece florecer entre ambos no se quede en un amor de verano y que, cuando llegue el otoño no se le caigan las hojas. Ojalá esa aparente sintonía preñada de buenos propósitos deportivos responda a un acto de contrición sincero desde la asunción real de los graves y dañinos errores cometidos pero hasta ellos mismos entenderían, si su soberbia se lo permitiera, que el crédito está agotado. Los clubes que se rigen desde la seriedad no necesitan exhibir reuniones impostadas para vender sensación de consenso porque el consenso no es nada extraordinario cuando, quienes se reúnen entorno a una mesa de trabajo, lo hacen con el objetivo de hacer crecer la entidad en su aspecto deportivo.
El archiconocido dicho popular que reza: ’dime de qué presumes y te diré de qué careces’ ilumina a la perfección la campaña orquestada desde la presidencia, pero habrá que dejar correr los días para comprobar si, de verdad, existe un mínimo propósito de enmienda o las intenciones de Meriton para con el Valencia siguen vacías de contenido y de propuestas que vayan más allá de seguir burlándose del valencianista.
El folio el blanco que exhibe Murthy en su ‘televisada’ reunión de trabajo le puede servir perfectamente para redactar su carta de dimisión. Esa sería la canción del verano más aplaudida en Valencia.