Porque este Valencia es tan ‘así’, que ni en sueños le crees capaz de arreglar la temporada en una Europa League que se parece mucho a aquella UEFA de los 90, llena de temores e ilusiones truncadas. Y no lo es porque parece incapaz de vencer a nadie que sea algo mejor que él
VALENCIA. Ay, malditos tiempos. Hubo una época donde Europa era un lugar oscuro, en el que vivían Fonsecas y Schmitts. Se hacían tifos y se llenaba el estadio en eliminatorias de dieciseisavos, porque entonces, todo tenía su dificultad. Su importancia. No habían borracheras ni cegueras y las cosas conservaban intacto el valor del primer día. Tal vez, fruto de la inocencia.
Ahora sabemos la verdad, sabemos que en esas décadas la geopolítica y la guerra fría influían en el deporte. Conocemos gracias a una investigación conjunta de las universidades de Berlín y Düsseldorf que ambas Alemanias dopaban a sus equipos y atletas de forma sistemática, y bajo coacción. Y que lo hicieron hasta 1993. Que aquellos de Jena que iban como motos iban así por algo. Que el dominio alemán respondía a algo más que a una preparación física excelente.
Son tiempos en los que la UEFA era una organización plenamente italiana, que orquestaba tretas para beneficiar a sus equipos. Ahí quedó lo de Artemio Franchi, que se las ingenió para privar al Gladbach de jugar una final de Copa de Europa pese haberle endosado un 7-0 al Inter. Si pudo con eso, pudo con todo.
Los años, y las confesiones en biografías y prensa, lo pusieron al descubierto. El presidente del Anderlecht, moribundo, reconoció en rueda de prensa haber comprado al árbitro (español) que le dio al club belga su última final continental. El escándalo, con una falta fuera del área señalada como penalti en el último instante, fue mayúsculo en tiempos. Ya sabemos a qué respondió la acción.
Como sabemos que aquel colegiado que maltrató al Valencia ante el Zaragoza en la final del 63 se llevó un sobre con diez mil francos suizos. Que es lo que hizo el Valencia con el señor Michelotti en aquella vuelta de los cuartos de final ante el Barcelona de la Recopa del 80.
La anécdota es fabulosa. Los mandamases catalanes bajaron espantados a parlamentar con el colegiado, exigiéndole respuestas. “Cómo ha podido pasar, si acordamos con usted un pago por arreglarnos la papeleta”; el trencilla, haciendo gala de un pragmatismo inmutable, les respondió con cruda honestidad: “Es cierto caballeros, pero resulta que el Valencia ofreció más que ustedes”. No fue premeditado. Los dirigentes valencianos, cuando el Valencia tenía de eso, supieron de la jugarreta del Barcelona, y acudieron a Michelotti para evitar el empastre.
No consta que el club del murciélago hiciera algo así para beneficio propio. Pero sí consta que entró en el vestuario de Las Palmas a ofrecer cinco mil pesetas por cabeza si se dejaban anotar un gol. Los canarios exigieron diez mil, no hubo acuerdo. Y el Valencia se quedó sin el tanto que necesitaba para alcanzar la gloria.
¿Por qué cuento esto? Ni idea. Ha salido sólo, y sin pensar. Tal vez el subconsciente avise de que la UEFA siempre fue mi competición favorita. Temida. Era la más dura de cuantas existían, tenía más nivel que la propia Copa de Europa, y estaba plagada de intrahistorias, remontadas imposibles, afrentas, sospechas y batallas. Era un espacio bélico por doblegar. Es la competición que más nos debe, en la que el club se hizo grande a nivel internacional en los 60. Siempre consideré que formaba parte de nosotros mismos.
Es ese rincón prohibido en el que siguen apareciendo mamellas, Fonsecas, Mbias, donde el árbitro de Roma continúa pitando cuando Fernando encara portería y el Oporto de Madjer te vapulea, donde perviven aquellos monstruos que nunca fuimos capaces de vencer. Mi sueño secreto es ver al Valencia ganando la competición 7 veces seguidas. En 2004 creí que se hacía justicia, pero aquello no resulta suficiente. Demasiado poco para tanta afrenta. Somos tan desgraciados que hasta esa ilusión nos la robó el Sevilla, que está haciendo con ella lo que siempre quise que hiciera el Valencia. Tanto, que ya consiguió en siete años lo que aquí costó ganarse en cincuenta. Porca miseria.
Aquel era un lugar de terrores donde te solían tocar la cara en cuanto dejabas atrás al Banik Ostrava o al CSK Sofía y las bolas calientes te emparejaban con algún equipo decente. Será, ahora que se cumplen 9 años desde la última vez que se ganó una eliminatoria de Champions, casi una década en la que sólo se ha sido capaz de jugar unos 1/8 de final en dos ocasiones y caer en la fase de grupos en todas las demás, que me recuerda al Valencia con el que me crié.
Un Valencia blanducho, lisérgico, emocionante y divertido. Nos lo pasábamos bien a pesar de todo, éramos felices porque éramos niños e ignorantes, enganchados a una valla lanzando naranjas a linieres miopes. Porque ganar era una ilusión y no una exigencia autoimpuesta. Hoy hacemos mito a un Fernando al que se le pitaba incluso antes de recibir el balón. Era el maldito Parejo de los 90, pero en calvo, y le queríamos un montón. Lástima que en tiempos tan decadentes ya no sepamos divertirnos y transcurramos por las temporadas en permanente estado de cabreo.
Aduriz lo tiene todo para ser el nuevo cromo a añadir en la colección de noches trágicas europeas. Será ése el motivo por el cual ha salido todo esto de unos dedos que teclearon sin preguntar al cerebro. Porque ninguno creemos ya en este equipo, y sólo le vemos capaz de ir a San Mamés a consolidar el enésimo ridículo, a ver al bueno de Aritz machacarnos como nos machacó Fonseca o Schmitt, y ponerle la guinda a un año tan absurdo como humillante. Como los eran todos antes.
El terror mayor es que sabemos que si no es Aduriz, si por una de aquellas…, será cualquier otro en la siguiente ronda. Porque este Valencia es tan ‘así’, que ni en sueños le crees capaz de arreglar la temporada en una Europa League que se parece mucho a aquella UEFA de los 90, llena de temores e ilusiones truncadas. Y no lo es porque parece incapaz de vencer a nadie que sea algo mejor que él.