Gabi jugando una final de Champions League. Gabi capitaneando un equipo envidiable hasta un punto enfermizo. Gabi convertido en un jugador superior. El mismo Gabi que era una vergüenza que fichara por el Valencia...
VALENCIA. Hay momentos en los que creo que el Valencia está padeciendo una maldición divina. Una factura gigantesca por años de soberbia y desmanes. Es cierto que no se suele ver lo que uno tiene delante. En ocasiones, para ello, hace falta incluso despeñarse. Y en ese ejercicio de retrospectiva solo nos vemos pecando. Resulta hasta gracioso encontrar a la masa actuando como si tuviera once Copas de Europa sin tener siquiera tres Trofeos Carranza.
Parece que todo eso nos lo ha devuelto el Karma en forma de sopapo. Por alguna razón en este curso que recién finaliza es difícil encontrar un club en Europa que haya sido campeón y no cuente en sus filas con algún exvalencianista. Y no con un cualquiera. Casi todos forman parte de esa clase de personajes vejados y menospreciados por la sabiduría popular que puebla el entorno.
Una terrible ironía mientras 'los cracks' y 'la ilusión' firmaban la cuarta peor temporada del Valencia en toda su historia.
En esas, encerrado en el Septón, con los gorriones machacándome los huesos, se me apareció el otro día un tal Gabi. Gabi en San Siro. Gabi jugando una final de Champions League. Gabi capitaneando un equipo envidiable hasta un punto enfermizo. Gabi convertido en un jugador superior. El mismo Gabi que era una vergüenza que fichara por el Valencia. Que no tenía nivel para tan magna escuadra. El Gabi del que nos pasamos años burlándonos porque Quique se empeñó en ficharlo.
Es un hecho que en ocasiones sabemos qué queremos, pero no cómo lo queremos. Los mismos que reclaman recuperar la senda competitiva desprecian por sistema la clase de futbolistas requeridos para tales caminos. En un fútbol salsarosizado se le ocultó a la población que para ganar también hacen falta Mascheranos y Carvajales, como hacían falta Angulos.
En el actual Valencia, zarandeado por un entorno confundido, apenas hay dos jugadores que sepan correr hacia atrás. Un Vila-real menos anotador (44 vs 46) sumó 20 puntos más al ser un equipo que galopó en ambas direcciones.
Rara vez supo la entidad abstraerse de las pataletas de quienes le rodean. En demasiados veranos actuó movido por el 'qué dirán' desatendiendo sus verdaderas necesidades. Por eso el Valencia sólo fue grande cuando fue pobre. Porque en ese escenario en el que nadie espera nada pudo dejar a sus técnicos configurar equipos siguiendo mecánicas lógicas sin la losa del 'vender ilusión' sobre sus cabezas.
El Valencia tiene que desilusionar por nuestro bien. Aprendamos eso de una vez.
Por ello el mensaje austero que desprende la institución con los primeros calores es cautivador. Este equipo necesita perder finura y ganar clase obrera. Acabar con jugadores que se creen Maradona sin llegar a ser Curro Torres. Celebremos que se quieran a tipos del Osasuna como Juanfran, en lugar de rasgarnos las vestiduras propiciando así que se lo lleve el Atlético.
Y asumamos, nosotros el entorno, que no tenemos ni idea de fútbol. Que tal vez no seamos tan listos como nos creemos. En los veranos parecemos, sin pretenderlo, un lobby que trabaja contra nuestro propio club.
Aprendamos esta lección maravillosa del porqué Europa está plagada de futbolistas y entrenadores que aquí no nos valían, que era una vergüenza contratarlos y no tenían nivel para tal camiseta, hinchándose a triunfos mientras el Valencia se transformó en un equipo de media tabla.