VALÈNCIA. ¿Es que no parece esta temporada un homenaje por anticipado a Gayà y Soler? ¿No parece una retirada prematura donde los insignes hijos del Valenciastán de plomo salvarán los muebles de un equipo y una sociedad en modo tristesse? No sé, yo al menos ya solo veo los partidos del Valencia para seguir sus piruetas emocionales, su corajuda posición de vanguardia liderando un tumulto de jugadores de apariencia tan desorganizada.
Cada partido en realidad se asemeja a un juego de estrategia en el que Gayà y Soler deben arreglar los entuertos colectivos, con un handicap al alza.
Y, claro, pienso: qué hacen estos dos mozos paisanos perdiendo el tiempo en el Valencia. Ellos, que lo podrían todo donde fueran. Siguiendo los pasos de otros compañeros expulsados que eligieron, con criterio seguro, encarrilar sus carreras en el boato del progreso. Soler y Gayà, Gayà y Soler, la parejita de bros que han elegido estancarse a razón de kilogramos de sentimientos por año.
Cabezas de ratón, conformistas, que eligieron el confort de erigirse en referentes de casa en lugar de ver mundo y despuntar en la Superliga del supermundo del superfútbol. Claro, con esos pasos, ni ven nevar. Porque no nieva donde ellos están. Periféricos, que sois unos periféricos. No tienen motivos Gayà y Soler para quedarse en el Valencia, entonces por qué, por qué perdéis el tiempo.
¿O no será que directamente se ciscan en las normas que rigen el circo?, ¿no será que han entendido que sus códigos son otros y que, qué demonios, frente a la expansión del ego, en ocasiones la felicidad procede más de responder frente a los tuyos?
Afirmemos con libertad: Gayà y Soler, ya un binomio como Ortro, el monstruo atroz de dos cabezas, son una revolución. Y no solo para el equipo, también para la ciudad y el país. Su manera de encarar sus carreras, de alguna manera desobedeciendo las lógicas individualistas, es de una iconoclastia memorable.
Estamos ante una temporada preciosa porque casi por primera vez asistimos a un duelo permanente de dos contra once; una dupla contra equipos enteros. Los revolucionarios han tomado el mando. Ni tan mal.